Blog - Tinta de Hemeroteca

por Mariano García

¿Inventó un aragonés el petróleo sintético?

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Hace unos días se acercó a mi mesa David Navarro, el autor del mejor blog de jardinería que encontrarán en la red, El Buen Jardinero, y me dejó una copia de una noticia que había descubierto buscando otra cosa: "Alquimistas modernos. Un inventor zaragozano en París", decía el titular. La noticia, extensa, tenía truco: era la clásica información hinchada por el redactor, consciente de que el asunto apuntaba importancia pero sin datos que ofrecer al lector. Se podía resumir en un párrafo, casi en su décima parte:

¿Será un zaragozano quien acierte a encontrar esta maravilla del petróleo sintético? Desde hace varios años busca en su modesto laboratorio un modesto compatriota nuestro, Rafael Suñén Beneded, que sirvió como aviador en el Ejército, y apenas cumplidos sus deberes militares se trasladó a París. Rafael Suñén pretende obtener un sustitutivo perfecto del petróleo mediante la destilación de algunos vegetales que hoy, en su mayor parte, no tienen otro aprovechamiento que el estercolero. De sus trabajos no ha pasado hasta ahora ninguna ráfaga por la Prensa. Y, sin embargo, convecinos nuestros han podido presenciar algunos ensayos, al parecer concluyentes.

Lo que puede saberse de este caso que a título de curiosidad informativa recogemos, es que Rafael Suñén está en negociaciones con altas autoridades del Estado francés y que sus proposiciones son objeto de atentos estudios y, según nos dicen, de favorables informes. Ultimamente ha construido una máquinaria de reducidas proporciones con la que se propone hacer las pruebas definitivas. Para el dictamen decisivo se encomendará a una autoridad científica indiscutible y que no peca de crédula: la Academia de Ciencias de París.


Como verán, poca cosa, con esto apenas se puede hacer una Tinta de Hemeroteca. Pero la historia tiene tanta potencia que empecé a mirar periódicos de días posteriores a ver si se ofrecían más noticias del caso. Y... ¡eureka! El 23 de junio de 1934 HERALDO publicaba un artículo del periodista A. Cacho Zabalza en el que contaba cómo estaba entonces el asunto del 'invento' de Rafael Suñén y cómo se había enterado de su existencia durante un viaje a Ginebra acompañando al segundo ministro de Estado de la República. Al hacer noche en París y cenar en la embajada, el agregado militar de la misma, Gonzalo Navacerrada, le contó que estaba recibiendo numerosas visitas de un testarudo aragonés: Sí, Suñén.

Día a día, el capitán Gonzalo Navacerrada recibía a aquel "latoso" de inventor aragonés, modesto, pusilánime, pero tenaz. Con los desperdicios que van al pudridero de lo inservible, este inventor, tras largos estudios y experiencias, había conseguido obtener petróleo sintético. Cansado de peregrinar para hacerse oir en su patria, decide marcharse al extranjero. El inventor se llama Rafael Suñén Beneded. El inventor necesita protección, aliento, resistencia, para no desmayar en su obra y verla realizada. De allá, de su tierra, sale otro iluminado, que cree en él porque se ha forjado en la lucha y se ha forjado su actual personalidad brillantísima en toda la región aragonesa, entre el desaliento y la incredulidad de los demás. Es el gran industrial don Felipe Sanz Beneded que, como se ve, lleva el mismo segundo apellido del inventor. Es la única mano generosa que el inventor del nuevo procedimiento para la obtención del petróleo sintético, con los desperdicios generales en toda gran población, encuentra en su camino. Ya era bastante. Cruza la frontera. Marcha a París. En la Embajada también incredulidad. También ante sus insistencias ¡este pelmazo! Pero el capitán Gonzalo Navacerrada es hombre curioso y abierto a todos los horizontes. Le apoya en lo que le es posible. Los militares franceses le escuchan con cierto escepticismo. El invento puede representar una revolución para la industria petrolífera. No hay que fiarse demasiado de lo que se habla. Las teorías suelen fracasar en la práctica. Pero Suñén Beneded está dispuesto a demostrar la realidad de su experiencia. Se encierra en su laboratorio con los elementos precisos para hacer su experiencia. Elementos simples y revisados y examinados por los técnicos que asisten a la prueba con incredulidad.

Y Suñén Beneded demuestra que está en lo cierto. Ya ha conseguido su primer triunfo. Dejarse oir. Despertar la curiosidad de los técnicos militares franceses. Estos técnicos no creen que pierden el tiempo por asistir a un experimento sea cual sea su resultado. Si hay fracaso, porque así lo pueden certificar; si hay éxito, porque quizá sea una conveniencia nacional su aprovechamiento.

Hecha la prueba, aún continúa el calvario. Faltan algunas comprobaciones, a las que Suñén Beneded se resiste por temor a que el invento le sea arrebatado. Todas aquellas demostraciones que quieran, pero el secreto es de él y solo a él, hasta que estén las cosas formalizadas, le pertenece. Hay, además, un cuadro de enemistad dispuesto al ahogo del invento en flor. La industria petrolífera, con sordina constante, pone todos los impedimentos que están en sus manos y algunos más. Los técnicos que han escuchado y visto al inventor tienen interés en ocultar la realidad de la prueba, por una razón comercial y de conveniencia. Pasan días y días. El capitán Gonzalo Navacerrada sigue cada día más entusiasmado.

La odisea de este inventor, modesto, fino, tenaz como buen aragonés, llenaría páginas de desaliento. De un desaliento mortal si no hubiese una fe y una voluntad. Fe y voluntad había y hay en este inventor. Su mano amiga, la del gran industrial Sanz Beneded, continuaba dándole alientos desde Zaragoza. El capitán Gonzalo Navacerrada aprovecha nuestra estancia en París para hablarnos del invento y de la necesidad de que España lo patrocine debidamente. Es una realidad comprobada. Tan comprobada, que los franceses con sordina, como sin darle importancia, y "a pesar de que el invento no está totalmente comprobado", se aventuran a ofrecer al inventor un buen contrato de exclusiva. Pero ¿y por qué no ha de ser España quien se aproveche de esta realidad? He aquí una reflexión desprendida.

Terminó la comida. En el trayecto de París a Ginebra, varias veces tocamos este tema con el ministro de Estado. Pero había una preocupación política como para ocuparse de momento de aquello, que no pasaba de ser un episodio cotidiano. El agregado militar en la Embajada española en París nos había transmitido su fe en el experimento. Eramos periodistas, y le debíamos prestar al modesto inventor español nuestro apoyo. Que no fuese uno más de los derrotados en la vida para glorificarlos por sus obras en muerte. Que no quedase el invento muerto antes de nacer. Que se le prestase atención en España. Lo prometimos. Asi lo hicimos, una y otra vez. Los acontecimientos nacionales se sucedían. La política consumía todas sus energías. No había medio de que Suñén Beneded fuese escuchado por los españoles. Vanos todos nuestros intentos silenciosos y desinteresados.

No hace ocho días hablábamos con el ministro de Industria. En la conversación larga y privada que teníamos el ministro y yo, tocamos el tema de los inventos españoles. Ocasión propicia para hablarle del invento que nos refirieron en París y de la necesidad urgente de escucharlo. Ya conocía otras referencias el señor Iranzo. Ninguno de los dos amigos de Suñén Beneded se habían dormido. El gran industrial don Felipe Sanz Beneded  aprovechaba la ocasión de tener dos ministros de su región: Marraco, el de Hacienda; e Iranzo, el de Industria. El capitán Gonzalo Navacerrada había elevado varios informes apremiantes y entusiastas.

Por fin, en el Consejo de Ministros del 19 de Junio, el Gobierno acuerda designar una comisión compuesta por representantes de los Ministerios de la Guerra, Marina, Industria y Comercio, que informarán de los estudios hechos sobre la obtención del petróleo sintético. Por fin se le oye oficialmente. No sabemos si la comisión será una de tantas comisiones que duermen en sus dictámenes el sueño de los justos. Creemos que no, porque ahora tropiezan con voluntades firmes y decisión a toda prueba. El Gobierno español se aseguraba la primacía del procedimiento de sintetización por el gran patriotismo desinteresado de este químico aragonés, Suñén Beneded. Con este procedimiento el costo de la esencia es tan bajo que ni siquiera llega a los más baratos del momento crítico de las gasolinas naturales en estos últimos tiempos de rebaja de los precios de los destilados.

Por lo que se refiere a las materias primas, son abundantes -ya indicamos una de ellas anteriormente- y por tanto no puede existir el peligro, como pudiera pasar con el carbón, de que se agoten las reservas visibles de los actuales campos de explotación. Una verdadera revolución industrial.


Como ven, esto ya es otra cosa. Tenemos un aragonés, un invento que despierta la codicia del Ejército francés y un consejo de ministros español que decide crear una comisión con especialistas de varios ministerios para ver qué posibilidades tiene el invento.

Como quiera que 75 años después seguimos dependiendo del petróleo del Golfo Pérsico,  está claro que todo aquello quedó en nada. Pero uno ha leído tantas novelas que ve un folletín en cualquier alcoba. ¿Y si la industria petrolífera silenció a Suñén? ¿Y si sufrió alguna enfermedad o percance  y se llevó su secreto a la tumba? O, incluso, ¿y si la comisión, como suele pasar en España, tardó varios meses en formarse y acabó viéndose sorprendida por el huracán de la guerra civil, que lo barrió todo? No he sabido encontrar referencias posteriores al asunto ni en HERALDO ni en otros periódicos, tan apenas algún comentario de pasada en 'El Sol' y citando al HERALDO. Tampoco he hallado en la Oficina de Patentes y Marcas documentos que certifiquen que Suñén registrara su procedimiento para crear petróleo. Pero sí de un par de inventos de un año después, del 35. Y no tienen nada que ver con el 'oro negro': "Una cubierta neumática protectora del cuerpo humano contra la acción de los gases mortíferos y tóxicos" y "Un aparato generador de aire artificial para proveer de atmósfera respirable el interior de una cubierta protectora de cuerpo humano contra la acción de los gases mortíferos y tóxicos". Es decir, que un año después de pasear por España y Francia su 'petróleo sintético' Suñén estaba ocupado en el diseño de una especie de traje de buzo con escafandra y oxígeno que aislara a los soldados de los gases tóxicos. ¿Qué ocurrió? ¡Quién sabe! A veces la verdad se esconde a la vuelta de la esquina. Y nos la acabamos encontrando de frente y por sorpresa.

Y antes de pedir disculpas por la exagerada longitud del texto de hoy, les recuerdo que hace unas semanas lancé una pregunta que sigue sin respuesta: ¿Qué pasó con el petróleo de Centenera?


Y mañana...

El tabernero que miraba la sed de frente 

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