Blog - Tinta de Hemeroteca

por Mariano García

Un 'robinson crusoe' en los montes de Uncastillo

anacoreta
anacoreta



La verdad es que el reportaje de hoy se comenta por sí mismo. Es muy elocuente. La escritura magistral de Alfonso Zapater, 1968:

Sólo la tierra y el sol. Y los almendros en flor, junto a la cabaña que un día levantaron sus propias manos. También plantó los almendros. Y sembró la tierra. Y construyó colmenas.

Sólo la tierra y el sol. El mismo horizonte día tras día. El monte es agreste. No hay vestigios de civilización en diez kilómetros a la redonda. Pero la chimenea de la cabaña, allá arriba, siempre echa humo. Un hombre vive en solitario. Lleva treinta años sin mezclarse con la civilización, sin saber del mundo. ¿El último anacoreta? Puede ser. Valentín Casaús Rived ignora el significado de esta palabra. Vive solo en el monte. Aspira a diario el aroma del romero y del tomillo. Se le ensancha el pecho con los almendros en flor.

-Los planté yo...

Valentín nació en Uncastillo, un 14 de febrero de hace setenta y nueve años. Vino al mundo en la fiesta de los enamorados, pero se ha quedado soltero. Cuando confiesa su edad, lo hace siempre con las mismas palabras: "Ya voy para ochenta".  Ochenta años bien plantados, enjutos y fuertes. La constante contemplación de la naturaleza le ha llevado a una conclusión filosófica sorprendente:

-Estoy más 'templao' que un guitarro; aquí, buen fuego, buen vino, y quieto.

Don Jaime Jordán de Urriés nos facilitó la pista, recomendándonos al encargado del Patrimonio Forestal en Ejea de los Caballeros. Don José María López es inspector de zona. Tiene once términos municipales a su cargo.

-El anacoreta -la verdad es que a Valentín ya se le conoce por este nombre- ha pasado una temporada muy preocupado. Pensó, cuando vio que se acercaban a su cabaña los trabajos de repoblación, que lo íbamos a sacar de su retiro. Sigue allí. Se ha tranquilizado.

"Hasta es posible que le demos alguna gratificación", ha manifestado el señor Jordán de Urriés. El anacoreta vigila la repoblación. Desde su atalaya, divisa una panorámica de excepción. La puerta de la cabaña está orientada al Mediodía. Hace buen estar. Valentín Casaus Rived es dueño y señor de los silencios. A sus plantas se extiende un valle, donde los sembrados verdean a más y mejor. Un pequeño riachuelo discurre sin fuerza apenas para que sus aguas puedan convertirse un día en riego benefactor. Poca falta le hace el agua a Valentín. Lo suyo es otear el horizonte, descubrir cada día y cada noche un murmullo nuevo en el monte salvaje.

Don José María López, inspector del Patrimonio Forestal del Estado, nos acompañó hasta el retiro del anacoreta. Casi a medio camino de Layana y Uncastillo, a la izquierda, arranca un desvío que se adentra en el valle. Luego hay que subir monte arriba, por espacio de casi ocho kilómetros.

-Aquel es...

Llevaba un haz de leña sobre los hombros. Enfilaba la empinada senda que había de conducirle a su cabaña. La chimenea humeaba, tenuemente en la placidez de la mañana. Subimos tras de Valentín, cruzamos por los almendros en flor. Cuando nos descubrió, sus ojos se fijaron escrutadoramente en cada uno de nosotros:

-Soy amigo del comandante del puesto de la Guardia Civil. El coronel Laguna fue mi capitán durante la guerra. Tengo amistad con el jefe de los requetés...

-Tranquilícese. Venimos a charlar con usted.

-No te amuela...

Lleva barba de muchos días. Su tez es oscura como la misma tierra. Sus ojos han adquirido el mismo tono grisáceo del firmamento, de tanto mirar hacia él. Unos ojos pequeños y penetrantes. Valentín sabe sonreír de vez en cuando con picardía. O con esa sabiduría ignota que ha ido adquiriendo en sus largos días y largas noches de soledad y contemplación. Inmediatamente nos hizo pasar a su cabaña, renegrida por el humo del fuego que arde casi permanentemente sobre el hogar. No dispone de una sola mesa. Ni de sillas. Grandes piedras se encargan de suplir estas deficiencias. El lecho está al fondo, sobre un montón de pajas. En la pared cuelgan unas ristras de cebollas. Una garrafa de vino preside el interior de la cabaña, en primer término. Junto a ella, un bote viejo, que en tiempos debió contener tomate en conserva.

-¿Una latica de vino?

-No, gracias.

-Pues voy a prepararles unos huevos con chorizo.

-¿Tiene víveres para bastantes días?

-Aquí está el 'guardacarnes'.

Lo que Valentín llama 'guardacarnes' es un armario estrecho, de una sola puerta. En su interior cuelgan los trozos de tocino blanco. Su despensa está bien surtida.

-¿Y pan?

-También tengo. A veces, de una semana; otras, de un mes. Cuanto más duro, mejor.

Luce una espléndida dentadura. No le falta ninguna pieza. Según sus propias palabras, se le rompen los dientes antes de caérsele.

Valentín Casaús Rived no es un anacoreta en la pura acepción de la palabra. Pero se le conoce por este nombre. Su vida robinsoniana discurre con plácida serenidad. Se siente el más feliz de los hombres.

-Aquí, buen fuego, buen trago, y quieto...

Desde hace treinta años, sus costumbres no se han alterado. Siempre estuvo en el monte y hasta se atreve a afirmar que nació en una mata. Los terrenos sobre los que se asienta la cabaña pertenecían a sus tatarabuelos, a sus abuelos, a sus padres.

-Sólo salí de aquí -confiesa- para tomar parte en la guerra de África. Estuve en Melilla tres años y cuatro días. Y en 1936 luché en el frente de Huesca.

-¿Regresó aquí cuando terminó la contienda?

-Claro que sí.

-¿Por qué prefirió este retiro, la soledad?

Queda silencioso y sonríe. Habla de sus patronos de Castiliscar, para los que trabajó en una finca. Son muy buenos. Su patrón es caminero; su patrona nació en Cuba.

-Cuando se casaron, tuvimos que pedir allí los papeles...

Levantó con sus propias manos la cabaña donde vive. Es de piedra. La chimenea, un tanto pequeña, revoca el humo, y las paredes y los maderos del techo se han puesto negros. Los almendros floridos constituyen uno de sus mayores orgullos. "Los planté yo", recuerda.

-¿No ha sentido deseos alguna vez de vivir en el pueblo?

-Nunca. Bajo a Castiliscar una vez al mes, cuando llevo la barba como un capuchino, para cobrar la paga y reponer víveres.

-¿Qué paga cobra?

-El retiro de vejez. Antes cobraba cuarenta y cinco duros, pero últimamente me subieron trece pesetas.

Valentín viste una chaqueta de cuero, vieja y raída, ajustada a la cintura con una cuerda de esparto. Lleva dos pantalones de pana, cada uno de un color.

-En mi cuerpo -confiesa con orgullo- no ha entrado ninguna medicina.

-¿Nunca estuvo enfermo? ¿Nunca sintió miedo de su soledad?

-¿Miedo yo?

Esboza una sonrisa pícara.

-Lo que más me preocupa es el garrafón de vino. Y buen trago...

-¿Y su familia?

-No la tengo. Soy soltero.

-¿Nunca pensó en casarse?

-Festejé con muchas novias. Me llevé pocos desprecios... Ahora ya no pienso en las mujeres.

-¿Sabe leer y escribir?

-No.

-¿Sabe que hay guerra en Vietnam?

-¿Dónde cae esa tierra?

-¿Escucha la radio?

-Alguna vez, cuando llegan los cazadores; pero no entiendo.

Los cazadores frecuentan aquellos montes. Hay abundante caza. Valentín lo sabe bien. Ha vivido durante mucho tiempo valiéndose de los medios que la naturaleza le proporcionaba. Ahora, cuando baja a Castiliscar, vuelve cargado de víveres. Los cazadores también le obsequian con frecuencia.

-Nunca maté los conejos en las proximidades de mi cabaña. Los que hay por aquí me conocen. Algunas veces los veo salir de la madriguera y comer muy próximos a mi. Parece como si fueran de mi familia. No podría matarlos,

-¿Fuma?

-No. Nunca he fumado.

El último anacoreta tiene una vida espiritual poco menos que indescifrable. Lo suyo es la contemplación. Mirar la tierra y el sol. Dormirse, en las noches de verano, sobre la fresca tierra, mirando las estrellas.

-Algunos días viene la Guardia Civil. Mi cabaña es como su hotel. Se quedan haciéndome compañía.

-Las noches de invierno deben ser crudas aquí arriba, en la montaña.

-¿Siente frío?

-Nunca. Duermo ahí, sobre la paja. Y tengo el pesebre lleno de ropa.

Está más 'templao' que una guitarra. Es cierto. No hay asomos de civilización -sólo la presencia del Patrimonio Forestal- en diez kilómetros a la redonda.

-¿Necesita ropa?

-Me visten los de Zaragoza, cuando vienen de caza.

-¿Nunca ha criado animales?

-Llegué a tener noventa picos. La raposa me mató cincuenta y ocho en una noche. Yo maté a la raposa. Pero vino otra y acabó con cinco picos más. Así que...

-¿Piensa abandonar su retiro?

-Por nada del mundo.

-¿Cuál es su mayor ilusión?

-Si me subieran a trescientas pesetas el retiro... Pero resulta que me han puesto como patrono. Yo soy feliz así.

Hay mucha leña en los alrededores. En el hogar arde el fuego permanentemente. Cuando nos despedimos, Valentín está mas confiado. Sus ojos grises, del mismo color que el firmamento, parecen empequeñecerse todavía más.

-¿Y se van sin beber una lata de vino? Quédense a comer.

Allí hay buen fuego. Allí es posible echar un buen trago. Allí, quietos... Pero en el monte, junto a la cabaña, están los almendros en flor.


Valentín Casaus es el de la foto, claro, y la cajonera que tiene al lado y en la que se  adivina el tocino y los chorizos, su 'guardacarnes'. ¡Lo que ha cambiado España en cuatro decenios! ¿O no?


Y mañana...

¿Qué fue de Miguelito, el niño de la Operación Plus Ultra?

Comentarios
Debes estar registrado para poder visualizar los comentarios Regístrate gratis Iniciar sesión