Blog - Tinta de Hemeroteca

por Mariano García

El zaragozano que fue espía y agente especial del FBI

florentin
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Vale, seguro que muchos lectores esperaban encontrarse con alguien glamuroso y seductor, como el agente Mulder; o, mejor, un tipo duro, de esos que parten nueces con la mirada. Pues no, el apacible hombre de la foto, ya anciano, es  Florentín Lorén, uno de los aragoneses más extraordinarios, raros y sorprendentes que ha dado el siglo XX, y mira que ha dado tipos curiosos.  Lean lo que contaba en 1972:

-He vuelto a mi ciudad después de más de medio siglo de ausencia. Vivo a un tiro de piedra de donde nací. Mis padres eran unos humildes hortelanos con doce hijos. Y yo sentí un deseo abrasador por la cultura y me lancé a recorrer el mundo.

Creemos que don Florentín Lorén tiene mucho que contar. Nosotros sólo vamos a dejar constancia de la conversación que sostuvimos ayer, como consecuencia de una carta recibida con anterioridad en nuestro periódico. Sabemos que don Florentín, desde sus venerables ochenta años -y toda la experiencia del mundo sobre sus espaldas- comprenderá fácilmente nuestra postura. Desearíamos dejar cumplido testimonio de todas sus palabras, si tuviéramos espacio para ello. Merecería la pena. Pero el tiempo y el espacio son otras tantas tiranías que es necesario acatar. Don Florentín Lorén nos decía en su carta: 'Desde mi juventud que tengo una deuda de conciencia con el Tesoro español, la que deseo pagar y no sé a quién mandar el dinero. Algunos países tienen un fondo especial de conciencia'.

Y más adelante añadía:

'Empecé por ir a Francia, a Italia, a Inglaterra, a Alemania, a Estados Unidos. En Italia no pude hallar trabajo, se acabaron los recursos y el consulado español en Génova me dio once días de subsistencia y pasaje de cubierta en un carguero que se dirigía a Barcelona. Total, cuarenta pesetas. En agradecimiento quiero hacer un donativo al Tesoro español de diez mil (10.000) pesetas y no sé a dónde dirigirlo...'.

Era el séptimo hijo de una humilde familia de hortelanos zaragozanos. El séptimo entre doce. Y sintió la llamada de la cultura, hasta el extremo de visitar los países más avanzados y estudiar las obras maestras de la literatura y el arte.

-Fue a los dieciséis años -recuerda- cuando me entró esta afición por aprender.

Comenzó a estudiar francés, pagando tres pesetas por las clases. Más tarde, en Madrid, decidió familiarizarse con el inglés, pagando las clases con lo que ganaba por poner adoquines en la calle de Velázquez. La primera guerra mundial de 1914 le sorprendió en Inglaterra. Y dos años más tarde, en 1916, decidió embarcar para Estados Unidos, donde podría perfeccionar su inglés sin tantas preocupaciones.

-Mi primer trabajo en América fue en un hotel, como recepcionista. Pero los patrióticos discursos del presidente Wilson, cuyas palabras estaban cargadas siempre de sentimentalismo, me indujeron a alistarme en el Ejército estadounidense. También me impulsó a ello el cariño que sentía por Francia, por lo que me pareció que era bueno derrotar a los prusianos. Al poco tiempo de estar en el Ejército me ascendieron a sargento, en atención a que hablaba inglés, francés, italiano y un poco de alemán. Hice la guerra en una compañía de contraespionaje. Después, al finalizar la contienda, quisieron premiar mis méritos y me destinaron a la Conferencia de la Paz en París.

-¿Cuál fue su primer sueldo en Estados Unidos?

-Siete dólares. Pero nada más ingresar en el Ejército comencé a ganar un dólar diario.

Formó parte de un cuerpo especial creado por una ley del Congreso. Lo propusieron para oficial, pero dejó el Ejército sin llegar a beneficiarse de lo que había comenzado como excelente carrera militar. Recibió una carta del general en jefe. Una carta que actualmente posee un extraordinario valor histórico. Ya en la vida civil recibió la protección del coronel Moreno, un hombre de Kentucky, pese a su apellido español.

-El coronel Moreno consiguió mi ingreso en el F. B. I. como agente especial. Lo curioso del caso es que llegué a hacer el juramento en el Ministerio de Justicia sin ser ciudadano de los Estados Unidos. Se dieron cuenta tres meses después, y tuve que gestionar rápidamente la obtención de la ciudadanía americana.

Conoció y trató personalmente al actual director del F.B.I.

-Mister Hoover -señala don Florentín Lorén- era el taquígrafo de la oficina en los mismos años en que yo ejercía como agente especial.

Nuestro hombre dejó el F.B.I. cuando el departamento sufrió una crisis política. Luego, en el futuro, estaría ajeno a estas influencias.

-Cuando dejé el F. B. I. decidí investigar por mi cuenta todo cuanto sucedía en la Marina, donde los latrocinios eran frecuentes. La Marina estaba sin reglamentar. De manera que me fui a navegar. Creí lograr mis propósitos en uno o dos años y permanecí navegando por espacio de siete. Tuve ocasión de conocer todas las compañías marítimas y pude atar cabos y conseguir un informe completo. Cuando desembarqué, en 1936, ya se había formado una comisión para buscar soluciones al problema. Esta comisión la presidía un hombre prestigioso, que había sido embajador de los Estados Unidos en Londres: mister Joseph Kennedy, padre del que después llegarla a ser presidente del país, John F. Kennedy. De manera que me dirigí a él...

Don Florentín Lorén había ejercido todos los cargos imaginables en la Marina, desde vigilante a contramaestre.

-Mister Kennedy me recibió inmediatamente. Cuando le informé del resultado de mi investigación personal me miró con asombro. '¿Cómo es posible?'. A continuación ordenó que me instalaran en un despacho. Al poco tiempo le presenté un 'repórter' de treinta y ocho páginas. 'Aquí está el mal', comentó mister Kennedy. 'Pero, ¿cuál es el remedio?' Yo le confesé que podía darle el remedio, pero que no lo había hecho constar en el informe por no ofender a su persona. Me pidió un nuevo informe y se lo di. Sugerí la conveniencia de crear la Academia de la Marina Mercante, única solución viable para poner remedio a todos los males. Le entusiasmó la idea. Y la Academia de la Marina Mercante fue fundada y tuvo un gran éxito.

Don Florentín Lorén tiene el pensamiento puesto en New London, en la academia que Joseph Kennedy hizo realidad siguiendo la sugerencia de un súbdito estadounidense nacido en Zaragoza, hijo de unos humildes hortelanos.

-Cuando terminé mi trabajo desaparecí. Nunca pedí nada a mister Kennedy.

Nuestro hombre siguió adelante. En los últimos dieciséis años fundó una sociedad anónima encargada de comprar edificios antiguos para reformarlos.

-Hasta que me jubilé por razones de salud. En Estados Unidos, donde tan bien se portaron conmigo, he dejado cuatro hijos y nueve nietos. Y yo he vuelto a Zaragoza, a un tiro de piedra de donde nací...


Da la sensación de que ese 'a un tiro de piedra de donde nací' alude a que Florentín Lorén era de algún pueblo de la provincia. Como lo que cuenta en la entrevista parece increíble, si alguien sabe algo más sobre este fascinante personaje, todos estaremos encantados de leer sobre él. 


Y seguimos en campaña de recogida de adhesiones para solicitar que una calle de Zaragoza lleve el nombre de los montañeros y escaladores Rabadá y Navarro. Si quiere sumarse a ella, solo tiene que pinchar el enlace y enviar un mensaje (su dirección no aparecerá publicada).


Y mañana...

El comisario Muslares y el marino que navegaba en tierra

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