Blog - Tinta de Hemeroteca

por Mariano García

La triste y solitaria muerte de los montañeros Rabadá y Navarro

rabadaynavarro
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Hace tres meses, cuando publiqué aquí la fantástica crónica del triunfo de Vicente Salas en el campeonato de España de maratón de 1940, un lector, Vicente, aprovechaba para hablar de dos montañeros aragoneses, Alberto Rabadá y Ernesto Navarro. No es que hayan caído en el olvido -se les han dedicado documentales, se ha publicado un libro sobre su trayectoria deportiva, incluso se le ha dado su nombre a un refugio de montaña en la sierra de Javalambre-, pero sí es cierto que el aplauso les ha llegado desde los círculos del propio montañismo. A nivel popular carecen del reconocimiento que deberían tener. Rabadá y Navarro fueron dos pioneros, dos escaladores de excepción, que abrieron nuevas sendas en muchas montañas dificilísimas. Subían donde no subía nadie, y estremece pensar en los logros que hubieran alcanzado si no fuera por su muerte prematura. Sirva el texto de hoy para rendirles homenaje, tardío, pero homenaje al fin y al cabo, cuando se acaban de cumplir 50 años de que ambos realizaran su primera cordada juntos.

Para la ocasión me hubiera gustado ofrecerles una crónica de alguna de sus gestas, pero no he sabido encontrarla. Así que tengo que reproducir parte de uno de los numerosos reportajes que publicó el periódico en agosto de 1963. Les pongo en antecedentes: los aragoneses buscaban subir la pared norte del Eiger, en los Alpes suizos, la que entonces era la escalada más temible del planeta. Y se quedaron a 300 metros de conseguirlo. Una feroz tormenta, el agotamiento físico y el frío extremo acabaron con sus vidas. Así contaba Luis Alcalde, compañero de la expedición, las últimas horas de vida de Rabadá y Navarro:

DÍA 11.-A la una de la madrugada del día 11, Rabadá y Navarro abandonaron la tienda de campaña, a las tres tomaron contacto con la pared e iniciaron la subida.

Al hacerse de día, Alcalde siguió su ascensión con ayuda de unos prismáticos. Adelantaron a una cordada de japoneses -la que habían pasado también en el intento del día 8, ocasión en la que los nipones les ofrecieron café-, y siguieron adelante, progresando con rapidez, como informa al día siguiente "La Tribune de Géneve". La noche del 11 la pasaron en vivac, en el llamado "Nido de los Pájaros". Ese día subieron 800 metros en vertical, una auténtica hazaña.

DÍA 12.-El progreso de Rabadá y Navarro fue más lento por ser mayores las dificultades. Atravesaron el segundo nevero y vivaquearon en la "plancha". Este día el tiempo, hasta entonces bueno, se tornó inestable, lo que alarmó a Luis Alcalde. De la inquietud participaron dos amigos recientes, dos italianos, Ignacio Piuss y Roberto Sagati, que están esperando ocasión propicia para salvar la

cara Norte del Eiger por una vía todavía no intentada, más directa. El español y los italianos tiraron cohetes y bengalas de humo para advertir a los de arriba la posibilidad de peligro. Las señales no fueron advertidas.

En esta jornada, los dos zaragozanos hicieron 300 metros en vertical, bien entendido que, a este dato y a los siguientes, hay que añadir los metros, incalculables, de las travesías horizontales.

DÍA 13.-Desde la "plancha" pasaron al tercer glaciar y vivaquearon a mitad de la rampa. Hasta aquí habían tenido tiempo de retroceder, pero desde este punto era imposible. Claro que hay que advertir que, aún siguiendo el tiempo inestable, amenazador, la ascensión se pudo hacer en condiciones normales. Esta vez el progreso en vertical fue de 175 metros.

DÍA 14.-Rabadá y Navarro completaron la parte de la rampa que les restaba, e hicieron la "Travesía de los dioses", adonde llegaron a las 7,30 de la tarde, pues su progreso pudo observarse bien hasta ese momento con ayuda de prismáticos y telescopios. Este día solo hicieron 75 metros, pues era el tramo más difícil y peligroso. Prácticamente, lo que les quedaba no era difícil de superar para montañeros tan resistentes y experimentados como ellos. Pero se les volvió la suerte. Empezó el temporal.

DÍA 15.-Pudieron quedarse en el vivac ahorrándose esfuerzos y confiando en que al día siguiente cambiaría el tiempo. Pero no podían arriesgarse a perder más días. Así, pues, siguieron adelante. La niebla y el temporal impidieron seguir sus movimientos con la precisión de días anteriores. Salieron, pues, hacia la "Araña", la pasaron y llegaron al pie de los paredones terminales y... a su última noche, noche que registró una bajísima temperatura, técnicamente calculada de 15 a 20 grados bajo cero.

Habían salvado otros 150 metros, y la cima quedaba a otros trescientos. Los temores que desde el día catorce por la tarde, momento en que descargó la tormenta, se tenían por los dos alpinistas españoles, tomaron cuerpo después de la cruda noche del 15 al 16. Esa noche la pasaron en un punto relativamente próximo al lugar en que se creía estaban Rabadá y Navarro, una expedición

de socorro formada por los dos italianos antes mencionados, Yoni Hiebeler, un famoso montañero alemán, otro americano, y los españoles hermanos Régil y Landa, que desde Chamonix habían acudido en socorro de sus compañeros del Grupo Nacional de Alta Montaña.

En Kleine Scheidegg estaba una multitud expectante, y un grupo de guías profesionales suizos, en contacto por radio con la expedición de socorro, situada en la arista Oeste del Eiger, y, también por radio, por un helicóptero. El piloto fue el que descubrió nn cuerpo vestido con ropas azules, suspendido de una cuerda: era Navarro. Más arriba, junto a una grieta, Rabadá, también inconfundible por las ropas de color rojo que vestía. Los dos estaban inmóviles, debían estarlo hace mucho por la nieve que había sobre sus cabezas. Nada había que hacer, y la expedición de socorro regresó a su base.

Alcalde se puso en contacto con Madrid, recibió una llamada de Zaragoza, adoptó las disposiciones que dictaba el momento y regresó al siguiente día 17 a España en el coche de los hermanos Régil, que le llevó hasta Pau. Antes, había facturado en Interlaken la mayor parte del material del campamento. Alcalde recuerda cómo se comentaba en Kleine Scheidegg la proeza de los dos montañeros españoles que habían demostrado su preparación, su audacia -que solo el mal tiempo hizo fracasar- subiendo hasta donde no había llegado ninguna de las cordadas de alemanes, franceses, suizos o italianos, de montañeros expertísimos que también fueron vencidos por el Eiger.

Ya en Zaragoza, Alcalde recuerda nervioso y apesadumbrado los pormenores tremendistas, las informaciones inexactas, las fotografías que cree trucadas, de algunas publicaciones. Y con afectuosa simpatía al puñado de españoles que trabajaban en los hoteles de la zona, que habían seguido con vivo, con patriótico interés la escalada, que habían preparado un gran recibimiento a los dos zaragozanos; o a la esposa de uno de los emigrantes que el día 15, día que todos deseaban, que todos querían con el corazón, que la empresa terminase felizmente, que había comprado un ramo de flores para ofrecerlo a Ernesto Navarro y Alberto Rabadá. El ramo, con unas oraciones en castellano, quedó al pie del Eiger.


Desgraciadamente, y como ha pasado recientemente con Óscar Pérez, las condiciones climáticas y el lugar en el que quedaron los cuerpos impidieron que se rescataran sus cadáveres. Fue cuatro meses después cuando se logró.  Triste y solitario final para dos deportistas geniales a los que aún se recuerda, pero a los que habría que recordar aún más.


Y mañana...

El comisario Muslares y el hombre que acuchillaba a los paseantes

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