Blog - Tinta de Hemeroteca

por Mariano García

El comisario Muslares y el caso del botones desaparecido

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Fue empezar esta segunda temporada de 'Tinta de Hemeroteca' y recibí un mensaje de un lector: "¿Y Muslares?". ¡Ay, Muslares..., qué libro se podría escribir sobre este Poirot 'zaragozano'! Quizá algún día puedan recogerse las crónicas de todas sus investigaciones, que dan para un libro y más, y eso que estuvo menos de tres años como responsable de la policía de la ciudad. De momento, y hasta que llegue esa recopilación, iremos publicando aquí una docena de sus casos más famosos.

Hoy le toca el turno a una historia que causó bastante revuelo durante unos días en la Zaragoza de principios del siglo XX. De pronto, sin dejar ningún tipo de pistas, un día de marzo de 1914 desapareció el botones del hotel Europa, uno de los más conocidos de la ciudad. Enseguida se supo que había desaparecido también otro muchacho, en este caso ex botones de un café. Enseguida empezaron a circular todo tipo de historias para explicar las desapariciones. Pero, ya saben, al final la hipótesis más sencilla es casi siempre la que vale. Y estos dos chavalillos lo tenían crudo: se enfrentaban al gran Muslares, que acabó resolviendo el enigma gracias a un hábil interrogatorio. Y no les entretengo más: ésta es la noticia que se publicaba el 4 de abril:


Ya saben nuestros lectores que el martes último salieron de Zaragoza en el correo barcelonés del Norte dos admirables niños, prodigio de precocidad y de espíritu aventurero. Eran estas criaturas Manuel E., de 13 años, natural de Logroño, residente en Zaragoza; y Joaquín V., de Morata de Jalón, de 14 años. El primero era 'botones' en el hotel Europa. E¡ segundo era amigo suyo y sentía vocación por el teatro; quiere ser un Borrás, un Morano o un Tallaví. Antes fue 'botones' en el café Europa. Manuel cumplía fielmente sus oficios en el hotel. Pero sin duda le espoleó el acicate de viajar de tanto servir a los viajeros, y maduró un plan diabólico: el de lanzarse a una aventura de grandes vuelos: había que ir a Londres. A su camarada Joaquín le propuso llevarle en calidad de invitado con todo satisfecho, y éste aceptó porque así tendría ocasión de juzgar de cerca a los actores ingleses. Y marcharon.

El martes era día de paseo para el 'groom' del Europa. A la hora de costumbre, solicitó permiso de la dirección y le fue concedido. Manolito salió del Hotel y ya no volvió. Por la noche tomaba el tren en la estación del Arrabal en compañía de Joaquín... y de unas pesetas. Joaquín esperaba a su amigo, el chico de los dineros, en la esquina de casa de Plácido.

-¿Vamos?

-Andando.

Y se dirigieron a una armería de la calle de Escuelas Pías.

-Mira, iremos prevenidos; aquí compramos un revólver para cada uno. Somos chicos y cualquier golfo querrá abusar y hasta quitarnos el dinero.

Esto decía Manuel a su compañero a la puerta de la armería. Cada cual con su arma en el bolsillo, dirigiéronse ambos al estanco del Arco Cinegio para adquirir una caja de habanos cortos, chiquitos. Hicieron otras compras  menudas de anillos y bolsillos de plata, merendaron fuerte y a la estación, camino de Barcelona y con su habanico en la boca. Bueno, ¿pero de dónde había salido el dinero que llevaba en la cartera Manuel? No precipitemos los acontecimientos, ya todo se llegará.

Nuestros héroes arribaron a Barcelona el día 1º por la mañana. En la estación del Norte estaban de servicio el inspector de policía Sr. Alsó y los agentes Sres. Asins y Ferrer. A la policía le chocó ver descender del tren a dos viajeros menores de edad que iban sin acompañamiento de persona mayor, y les llamó a un rincón del andén. Los dos temblaban como las hojas en el árbol, por lo que inspector y agentes sospecharon que eran dos chicos fugados del hogar paterno, conduciéndoles a la jefatura superior de policía, a la disposición del Sr. Millán Astray. El registro llevado a cabo dio este resultado: a Manuel se le ocupó una cartera que contenía 31 billetes del Banco de España de a 50 pesetas cada uno, 15 billetes ídem de a 100 pesetas cada uno, 21 pesetas en plata, un décimo de la Lotería Nacional, num. 25.668, trece participaciones de una peseta de dicha lotería, números 16.424, 7.913, 26.197, 18.801, 10.431,30.059, 6.667, 22.178, 8.997, 31.862, 17.972 y 27.910, y un pequeño revólver cargado. Además se le ocupó al chico un portamonedas de plata y dos sortijas de oro con las iniciales de su nombre, 19 cigarros habanos, tres cajetillas de cigarrillos, una guía del viajero y un número del periódico "Por esos mundos". A Joaquín lo ocuparon una moneda de dos pesetas y calderilla y un pequeño revólver descargado.

Acosado a preguntas el muchacho Manuel por el inspector, dijo que el dinero ocupado, que importa 3.075,05 pesetas era producto de sus ahorros, incurriendo en contradicciones y, abrumado a preguntas, confesó llorando que lo que se le había encontrado en la cartera del bolsillo lo había sustraído de la cómoda de casa de sus padres en Zaragoza.

El chico Joaquín confesó que su compañero Manuel le invitó días atrás a hacer un viaje a Londres y que viajaba por cuenta de él. De todo esto se dio noticia inmediatamente al gobernador civil de Barcelona, señor Andrade. En Zaragoza nadie había reclamado a los aventureros; ni las familias, ni el dueño del hotel, ni persona alguna perjudicada por los viajeros. El gobernador de Barcelona telegrafió al de esta provincia, y el Sr. Millán Astray, particularmente, como amigo del señor Zoppeti, le preguntó si había faltado en su casa alguna cantidad distraída por el botones; la contestación fue negativa. El Sr. Isasa llamó al guardia de Seguridad padre de Manuel, y declaró que en su casa tenía un poco de dinero, pero que no había echado nada en falta. La autoridad dispuso el retorno de los viajeros que iban a Londres como quien va a Utebo o a María. Y a todo esto sin saberse la procedencia de los billetes de que era portador el potentado Manuel.

En el rápido de ayer tarde llegaron a Zaragoza los dos pequeñuelos acompañados del agente Sr. Cavestany. Venían los mocetes sumisos y obedientes como quien jamás rompió un plato. ¡Pobres angelitos de Dios! Aquí se encargó de ellos el jefe de vigilancia, Sr. Muslares, que estaba en la estación, además de la pareja de servicio y el inspector Sr. Félez. Manolito es rubio, de baja estatura, cara abultada, fisonomía simpática y de modales discretos: sabe leer y escribir correctamente. Joaquín es mayorcito, moreno, graciosillo y delgado; menos versado en letras que su amigo. Se les dejó descansar un rato, pasando luego a presencia del gobernador. No hubo medio de sacarle al exbotones de Europa de dónde tomó el dinero. Primeramente sostuvo serenamente el pequeño que la cantidad procedía de su casa, quitada al padre. Estrechado a preguntas después, muy hábilmente por el jefe de vigilancia, señor Muslares, contó otra historia que antes había dicho al repórter del HERALDO.

-Pues verá usted. Ese dinero lo tenía yo, y ésta es la verdad; un día paseando por el camino del Gállego, cerca del puente y cerca de un almacén de maderas, me encontré una cartera blanca con dos billetes de 1.000 pesetas y otros de 100, de 5o y uno de 25. Aventé la cartera y me guardé el dinero.

Fue preciso dejar al chico un rato en espera de que más tarde dijese la legítima procedencia del capital. El gobernador y el jefe Sr. Muslares estaban mareados. Habían agotado toda su paciencia y toda su amabilidad y toda suerte de 'lagoterías' dulces y cariñosas para que Manolito explicase sin embustes lo que hacía falta saber, pues él solo estaba en el secreto, ya que nadie reclamaba aquellas pesetas. Su amigo Joaquín, siempre sincero, manifestaba que le participó un hallazgo de mucho dinero y nada más, y no mentía el mozalbete.

A las diez de la noche no sabíamos a qué carta quedarnos; todo estaba en el misterio. El repórter encontró dormidos en la silla a los chicos en las oficinas de vigilancia. Y de nuevo entabló conversación con ellos. Manolo afirmaba el hallazgo referido con todo lujo de detalles. Por fin... cantó con protestas de una sinceridad cabal. El Sr. Muslares volvió a su despacho a las diez y cuarto. Nuevamente llamó a Manolito y, con mil halagos y promesas de color de rosa, como convenía tratar a un niño, le preguntó por cuarta o quinta vez sobre el origen del dinero.

-Mira, si no me engañas te llevaré muy pronto a tu casa; dime la verdad; ya se vé que eres una criatura que ha podido tener un desliz, pero no te pasará nada.

-¿Cuando iré a casa?

-Si ahora me lo dices todo, dentro de una hora.

Y Manolo rompió a llorar.

Después hizo esta confesión:

-Pues el dinero lo cogí en la fonda de la cartera de un señor.

-¿Qué señor era?

-Uno que está en Madrid; me parece que era director de un periódico.

-Y como fue eso?

-Pues hace unos diez días, a las diez de la mañana. Entré en su cuarto con la prensa de la mañana; él estaba en el retrete, encima de la mesa había una cartera; la abrí y tomé unos billetes que estaban en tres fajos.

-¿Cómo se llama ese señor?

-No me acuerdo.

-Si te digo el nombre ¿!o recordarás?

-Creo que sí.

Después de este interrogatorio el jefe pidió los partes de viajeros de fines de marzo. El repórter dio el nombre de D. Leopoldo Romeo, director de 'La Correspondencia de España' y Manolo contestó: "ese es".

-¿Qué cuarto ocupaba?

-El número 14-. El chico dio las señas exactas del ilustre periodista y diputado a Cortes por Belchite. Insistió el precoz muchacho en que así adquirió el dinero que le ocupó la policía de Barcelona y que el afano lo hizo cinco días antes de marchar de viaje, añadiendo que el Sr. Romeo permaneció dos días en el hotel sin darse por enterado del robo de que había sido víctima. En el Europa seguían afirmando que allí nada había faltado. Se suspendió la laboriosa tarea de descubrimiento de la adquisición de las pesetas y, no dándose crédito del todo a la última versión del chicuelo, el gobernador telegrafió al Sr. Romeo la confesión del exbotones, y el Sr. Muslares fue al Hotel por encargo del Sr. Isasa a participar lo mismo. No dio anoche poco quehacer la dichosa criatura con sus cuentos e invenciones.

De madrugada nos pusimos al habla por teléfono con el Sr. Muslares y nos manifestó que en el hotel de Europa no se ha formulado reclamación por ningún huésped. Pero, si no pudo comprobar este extremo el jefe de policía, ni se aclarará hasta que conteste el Sr. Romeo al Sr. Isasa, averiguó que la caja de cigarros hallada en poder del Manolito la sustrajo éste en la fonda.


Lo sorprendente es que en 1914 a alguien le robaran más de 3.000 pesetas y tardara un tiempo en descubrirlo. De hecho, desde Madrid mandó Romeo a la policía zaragozana un curioso telegrama: "Por lo menos notado falta tres mil pesetas en billetes grandes; en pequeños no sé cuánto por ser descuidado y no contar nunca". Ya lo ven: los ricos se pueden consentir cierto descuido. Parece que la aventura de los dos botones debió quedar en nada, porque días después se publicó la noticia de que el propio Leopoldo Romeo estaba realizando gestiones para conseguir el perdón para los chavales, alegando que se había tratado de una travesura.

Hasta aquí el tercer caso del comisario Muslares. Para quienes se hayan perdido los dos anteriores, les recomiendo:

1. El comisario Muslares y el robo de plomo en las torres del Pilar

2. El comisario Muslares y el 'timo de la guitarra'


Y mañana...

El aragonés que conocía todos los secretos de la lluvia

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