Blog La voz de mi amo

por Matías Uribe

Tiestos a la cabeza

Leo en heraldo.es el documentado y amenísimo artículo de mi buena amiga Ana Usieto sobre DJ Tiësto y alucino. ¿Un tío que por poner discos le pagan diez millones de las antiguas pesetas y viaja en avión particular? ¡Manos arriba! Un día me lo confesaba un reconocido DJ de esta ciudad: "Nosotros no creamos ni inventamos canciones o temas, trabajamos sobre sonidos hechos por otros, nuestro trabajo es mezclar esos sonidos". Se baldarán la espalda. Es posible. Pero nunca como para que se les recompense con estas cifras astronómicas.


Hombre, entiendo que la cosa tiene su miga. El que más y el que menos ha ejercido de DJ. En mis tiempos juveniles lo hice en varias discotecas de aquí y de la costa mallorquina. Llenar una pista, más si la clientela anda apalancada, es un gran mérito. Hacerla bailar hasta la extenuación y el sudor, el culmen. También, no se olvide, algo exigido por  los empresarios:  las barras funcionan más alegremente, incluso a tope. Tenía su truco: conocer bien las canciones, engarzarlas milimétricamente, mezclando el final de una con el principio de la siguiente, presentarlas cual Wolfman Jack, mantener el climax... Pero allí no había creación, había habilidad y conocimiento del paño: de las canciones y del público específico y del momento en la discoteca.


A fin de cuentas, lo mismo que hacen estos afamados DJs. Solo que ahora van rodeados de una parafernalia tecnológica que busca el impacto, tocando botoncitos como si de un panel de la Nasa se tratara, cuando en realidad tocan el vacío, agitando las cervicales a ritmo de metrónomo y con unos despliegues luminotécnicos de estrellones rockeros. Circo. Atinado circo para bailar y divertirse, of course, y como debe ser, pero de ahí al encumbramiento y la pasta que les cae, un absurdo. Un esperpento valleinclanesco en estos tiempos de espejos deformadores de la realidad.


Mientras escribo estas líneas desmitificadoras de estos modernos gurús suenan en mi equipo las 'Gold Remixes', de Tiësto. Trance perfecto para su fin: el baile. Pero no se olvide: el meollo argumental no es suyo, es de otros autores más o menos inspirados. Él los manipula, los mezcla y remezcla, los corta y recorta, añade o quita, hace todas las cabriolas que se quiera con los botoncitos... Decoroso trabajo pero nunca merecedor de los laureles sibaritas que recibe a cambio. Una desmesura como bien refleja Ana Usieto en el mentado artículo.


Pero aquí están estos ídolos de las cabinas, llevándoselo fresco a costa, por lo general, del trabajo de otros, y al tiempo generando espectáculos a lo grande, como si de un gran concierto de rock se tratara cuando nada de eso hay aunque intente aparentarlo. ¿O no es desalentador, por no decir algo peor, ver a una masa de bailones sin más horizonte que mirar horas y horas a un tipo solo tras una mesita poniendo discos en un macro escenario?


"En tiempos de los guateques, el que ponía los discos era el más feo, el que no ligaba", apostilla jocosamente y contundente un lector de Heraldo en el artículo de Ana Usieto. Y otro intencionadamente pregunta: "¿Cuántas canciones memorables de estos jetas, de las que de verdad cuesta parir, han pasado a los anales de la música?" Han convertido en estrellas millonarias a avispados 'ponediscos', cuando realmente deberían pasar desapercibidos en una discoteca. La verdadera estrella y protagonista debe ser la música (y de camino las barras expendiendo bebida no contaminada, sin garrafón, o agua mineral a precio de súper y no de boutique), no estos 'tiestos' para tirárselos a la cabeza a incautos y a ayuntamientos dilapidadores como el de Zaragoza (ay, los 34 millones por el diseño de un chirimbolo de anagrama para la ciudad), que si ha sido el que ha pagado el caché que este tipo cobra, y más en estos tiempos, es para declararse objetor fiscal.

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