Blog - Tinta de Hemeroteca

por Mariano García

El expreso Barcelona-Madrid, desalojado por las chinches

vagon-copia
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Uno pensaba que la posguerra había acabado en los 50. Y no. Esta noticia la publicaba HERALDO en verano de 1967, con las costas llenas, ya, de turistas extranjeros.

Parece mentira. Parece una broma. Pero no lo es. El tren expreso número 5.805 llegó a nuestra ciudad, en la madrugada del domingo, con un vagón lleno de chinches. Y de viajeros, que resulta mucho más incómodo -sobre todo para ellos- y lamentable.

Por lo visto, el vagón fue enganchado en Barcelona para completar el convoy, repleto de viajeros. La demanda de billetes es mucho mayor durante el verano. El vagón -es mera suposición, ¿pero qué explicación tiene de lo contrario?- debía estar arrinconado por sabe Dios qué vías muertas. Sólo los parásitos tenían vida sobre él. ¿Estaba desinfectado? ¿Estaba en desuso? ¿Habían decidido no volver a contar con él? Porque el vagón BB-665 es viejo, de madera y de colchonetas. La aclaración de que pertenece a segunda clase es casi una ironía. Lo hemos recorrido de cabo a rabo, de popa a proa. Casi es comprensible que las chinches lo hayan elegido como morada.

Por insólito que parezca, la RENFE todavía puede deparar estas sorpresas a sus viajeros.

Al principio, con las luces encendidas, todo quedó en calma. ¿Quién podía sospechar que en las rendijas del vagón, entre las maderas y las colchonetas de los asientos, moraban centenares y hasta millares de parásitos?

Luego, como siempre sucede en los trenes, alguien dijo:

-¿Apagamos la luz?

-Sí, apáguela.

La luz, en los trenes, sobre todo al viajar de noche, se apaga para descabezar un sueño. Sólo que en esta ocasión el sueño fue desagradablemente interrumpido.

-¿No sienten picotazos como de pulgas?

-Debe ser de los mosquitos.

-No, los mosquitos pican de otra manera.

-Vamos a encender la luz.

-Vamos.

Las chinches, cuando se vieron descubiertas por la repentina iluminación, comenzaron a correr, buscando su escondite. Pero los viajeros no tardaron en descubrirlas.

-¡Chinches! ¡Chinches!

Fue como un grito de alarma. Los comentarios, nada gratos, se extendieron por todo el vagón. Se llamó al revisor y se le puso en antecedentes.

¿Chinches? -se extrañó.

-Sí. ¿Quiere verlos?

El interventor del tren los vio y se ocupó de buscar solución al problema. Desde Flix llamó a la estación de Campo Sepulcro de nuestra ciudad:

-Preparen un vagón para añadir al expreso -pidió-. Hay que desalojar uno que llevamos lleno de chinches.

El expreso Madrid-Barcelona llegó a nuestra ciudad sobre las dos menos diez de la madrugada del domingo. Aquí fue desenganchado el vagón que iba repleto de viajeros y de parásitos. Se realizó el cambio. Los viajeros a un lado y las chinches a otro.

Por esta vez, la protesta de los viajeros fue tenida en cuenta con la mayor celeridad posible. El vagón BB-665 se ha quedado en la estación de Campo Sepulcro, en espera de ser desinfectado. En espera de que sus moradores acaben por morir. No les queda otro remedio ni otra alternativa. Aunque, a la vista del vagón, más cabe pensar que ha de ser éste, junto con los parásitos, el que debe ser exterminado. Muchas veces se ha hablado y escrito sobre el peligro de los vagones de madera. En esta ocasión, el peligro no ha llegado más allá de lo insólito y pintoresco. Sin embargo, quien tiene razones para saberlo, nos ha confesado:

-No es la primera vez que se dan estos casos.

¿Pero verdad que no debería repetirse?


Y ahora es el turno de los lectores, a los que invito a compartir cualquier tipo de experiencia insólita que hayan vivido a bordo de un tren o en una estación. No se trata de que esto se convierta en un pimpampum para Renfe, así que si la experiencia no tiene que ver con la calidad el servicio, o incluso si es positiva, también vale. Lo único que importa es que sea inusual, sorprendente.


Y eso es todo por esta semana; en esta ocasión no hay El Tintero. Así que...


Y el lunes...

El soldado fusilado en las tapias del cementerio

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