Blog - Tinta de Hemeroteca

por Mariano García

¿Cómo veraneaban en 1933 los que no salían a veranear?


Creemos que la vida cambia mucho, que el mundo gira sin parar, y quizá la cosa no sea para tanto. Vean, si no, cómo contaba Emilio Colás en las páginas de HERALDO lo que era el verano en Zaragoza en 1933. El artículo se acompañaba de tres bellísimas ilustraciones de Del Arco.


Con ese embellecimiento del Paseo del Ebro, no se ha dado todavía cuenta la población de la prestancia adquirida.

Los zaragozanos teníamos un poco en olvido al río famoso. Y ello era debido más que nada al descuido en que se tenían a sus orillas. La Ribera -antes de la transformación- era un trozo de carretera mala con todos sus inconvenientes. Y la Arboleda era -y sigue siéndolo- el lugar más sucio y abandonado de Zaragoza y sus arrabales.

Ahora ya es otra cosa. La Ribera del Ebro es un paseo casi, casi, hasta elegante.

Un paseo donde, en cuanto las luces de los focos eléctricos comienzan a hacer sus primeros guiños a la noche, y las aguas del río se tornan más oscuras... con un poquito de imaginación, se puede uno creer transportado al muelle de cualquier población costera del Mediterráneo o del Cantábrico. Hay momentos en que -influjo sin duda de las latas de sardinas o las tortillas de escabeche que transportan los que van a cenar al otro lado del río- hasta huele a 'mar'. Y para que la ilusión sea más completa, no es raro ver cruzar por entre los grupos cesta al brazo al típico vendedor de los camarones.

El Paseo del Ebro, este verano, está frecuentadísimo. Sin duda, el vecindario ya se ha percatado de que en aquel lugar pueden respirarse brisas... que no huelen tan mal como antes.

Dan el mayor contingente de veraneantes al Paseo del Ebro -es decir al 'muelle'... ¡para qué vamos a privarnos de este gusto!- las familias que habitan en esas calles de la parroquia baja. En esas calles que tienen su cordón umbilical -su Puerta del Sol- en la plaza de la Magdalena. Y no faltan tampoco vecinos de los aledaños del Mercado, que por la calle de Antonio Pérez, salen al embarcadero, que viene a ser el rompeolas de este mar de mentirijillas que es nuestro río para los veraneantes zaragozanos. 

Hay buena luz; remedos de jardincillos, bancos de madera y bancos de mampostería -para todos los gustos y para quien antes pueda usufructuarlos- y hay un plantel de chiquillas guapas que en una 'tenu' muy barriobajera -vestidito de 'voal', las zapatillas- salen a pasear cogiditas del brazo, mientras las mamás se lamentan de lo caro que se está poniendo todo.

El Paseo del Ebro es, pues, uno de los lugares predilectos para matar el tedio del verano de todas estas buenas gentes que no salen de la capital. Lugar acogedor y simpático. Y baratísimo. Pueden ustedes creerlo. Al alcance de todas las fortunas...



Otro de los lugares veraniegos zaragozanos es nuestro Paseo de la Independencia. Este Paseo tan amable y tan acogedor pero que -a pesar de la democracia de los tiempos- lucha por mantener la diferencia de clases.

Estos años últimos, la 'crema' o la 'gente bien', como ustedes quieran denominarla, hicieron coto cerrado para sus vueltas del andén derecho, conforme se va a la plaza de Aragón. Aquel espacio era 'Biarritz', léase lo selecto, la distinción.

Este año, 'Biarritz' se ha mudado de sitio y es el andén izquierdo.

Al centro del Paseo, un amigo nuestro le llama el 'Senegal'. No por lo abigarrado de público, que no es un público de color ni muchísimo menos. Sino porque con el calor que coge durante el día se convierte en zona tórrida para toda la noche.

En el Paseo -uno y otro andén- la concurrencia es heterogénea. Son todos veraneantes que no cuidan de ocultar  que 'este año no salen'... Al contrario. Exhiben su veraneo zaragozano con cierto orgullo de amor a la ciudad. Pero hay también quienes pasan de largo, un poco cohibidos de verse entre tanta gente. Y marchan a resguardar su veraneo humilde en un banco de la Plaza de Aragón, que tiene el sabor de un rincón aristocrático. O continúan su paseo Avenida de la República arriba, que ofrece todo el aspecto de un boulevard cosmopolita.

También éste de los Paseos es un veraneo económico.

Y todavía quedan otros lugares que ya exigen un poquitín más de gasto. Ya hay que tomar el tranvía o el autobús para encontrarlos. Y buscar refugio en los establecimientos donde se puede bailar y tomar refrescos, que no están completamente helados, aunque cuestan más caros que si lo estuviesen... Pero hay música alegre y estridente. Música de jazz y niñas bonitas y vaporosas, con sus vestiditos de organdí, que es el último grito de las ropas femeninas veraniegas.

En esos lugares, el veraneo zaragozano adquiere cierta preponderancia sobre el de los que no salen de la ciudad. Y todo porque cuesta seis o siete reales por barba...

Pero, al fin y al cabo, tan modesto es un veraneo como otro, y no vale forjarse ilusiones engañosas. ¡Todos nos quedamos en casa!... ¡Todos veraneamos en Zaragoza!

Aunque queramos disfrazar nuestro veraneo con un gesto displicente para los que se van...


Pues ya ven. Han pasado nada menos que 76 años. ¿O no?

Y ahora, su turno. Cuéntenos algo del verano en Zaragoza.

¿Cuál ha sido el mejor verano de su vida? ¿Y por qué?

Hoy, ¿sigue habiendo 'clases'?

¿Cuál es su rincón favorito cuando aprieta el calor?


Y mañana...

Petra Pastor, la última barquillera de Zaragoza

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