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por Mariano García

La increíble historia de la momia de la iglesia de San Pablo

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Lo de hoy no es una noticia, sino el consabido artículo erudito que con tanta frecuencia acogían los periódicos el siglo pasado. Pero la historia es tan curiosa, y creo que tan poco conocida, que no me he resistido a traerla aquí. Léanla.



En la sala del archivo capitular de San Pablo se conserva con veneración y decencia, y se enseña a cuantos lo desean, la momia de un clérigo perfectamente conservada. Está encerrada en una vitrina, de madera y cristal, iluminada haciendo de frontal en el altar del Santísimo Cristo, hermosa talla a cuyos pies duerme el beneficiado el sueño de los justos. No da horror. Se ven muy bien sus rasgos. Es de cara fina y delgada, regular de estatura. Viste casulla negra renovada y alba bien conservada.

Acerca del sujeto a quien pertenece corre una historia recogida de los antiguos beneficiados. Parece una de las leyendas doradas de Jacobo de Vorágine. Y tiene sus similares en la Vida de los Santos.

Había hacia mediados del siglo XVII en la parroquia del Pilar una casa llamada de Solarras. Un día entró en ella un facineroso y dio muerte violenta a un ciudadano que se apellidaba Lancis. El asesino, huyendo de la justicia, no halló mejor medio que prevalerse de la piedad notoria y heroica de un hijo del muerto, que desempeñaba un beneficio en la parroquia de San Pablo. Su nombre era Sebastián, hombre instruido en Derecho.

El clérigo, al amparo del fuero aragonés, acogió al matador de su padre, le perdonó el crimen, como cristiano que era, y lo mantuvo en su casa. El castigo de Dios sustituyó al de la Justicia humana. El culpable contrajo una lepra purulenta que iba comiendo sus carnes poco a poco.Causaba horror a cuantos lo conocian en el domicilio del sacerdote generoso. Este no lo sintió, o si lo sintió pudo más su caridad, y por espacio de once años curó y atendió personalmente y sentó a su mesa al apestado. La muerte del agresor dio fin a sus sacrificios.

A tal santo pertenece la momia de la Sala del Archivo. Era don Sebastián Lancis, muerto en olor de santidad.

Estuvo primeramente enterrado en la cisterna común del Capítulo. Pero en el año de gracia 1649 hubo necesidad de desenterrar los cadáveres; y al hallar el de mosén Lancis íntegro y bien conservado, se le colocó en un nicho reservado, con una nota.

La fama que corría sobre su santidad y virtudes movió al párroco, don Félix Patricio Pablo, a realizar ciertas gestiones de reconocimiento médico, como se hizo. Subieron el cadáver a la Sala; vinieron los cirujanos de la Universidad y se practicaron las diligencias rigurosamente. El pueblo, enterado del hecho, acudió en masa a la iglesia. Y, aunque se había ya bajado el cadáver al cementerio capitular para evitar atropellos hijos de una violenta piedad, los fieles rompieron el cordón de beneficiados, derribaron al guardián, y se lanzaron tumultuariamente a la momia, a la que arrancaron como reliquias algunas prendas de vestir, un escapulario de la Virgen del Carmen y hasta trozos de la nariz y el cabello de la cabeza. Son lo único que falta al cadáver en su integridad.

Modernamente, en el año 1826, con un nuevo reconocimiento que confirmó el estado de perfecta conservación, se aprovechó la ocasión para depositarlo definitivamente en la dicha sala, donde hoy se muestra en la forma citada.


El artículo, del que solo copio el comienzo, se publicó en abril de 1945 e iba firmado con las iniciales D.A. Y la momia de mosén Sebastián Lancis ahí sigue, en la iglesia de San Pablo.


Y mañana...

Bombero, chófer e ilusionista

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