Blog - Tinta de Hemeroteca

por Mariano García

Entrevista a un asesino

lorenzo-ara
lorenzo-ara



Traigo hoy al blog una noticia que ya salió a la luz en la publicación especial que realizó HERALDO con motivo de su CX aniversario, en 2005. Por eso, seguramente a algunos lectores no les sorprenderá. Pero se trata de un testimonio periodístico tan impresionante que no me resisto a volverlo a dar ahora, con menos problemas de espacio gracias a las facilidades que da internet.

Les pongo en antecedentes: el 4 de agosto de 1897 apareció asesinado en un comercio de la plaza del Justicia el joven aprendiz de 17 años Elías Martínez. Poco después fueron detenidos dos hermanos, Lorenzo y Mariano Ara, el primero de ellos tras una breve huida. HERALDO envió a un periodista y un 'redactor artístico' (dibujante) con el cometido de entrevistar al detenido mientras era devuelto a la ciudad en tren. Y lo hicieron.  Así se contó:

Subimos al mismo vagón en que iba el detenido y que constaba de dos departamentos para los viajes en tercera clase, y tomamos asiento junto a Lorenzo Ara, que llevaba las manos esposadas y sujetas a los pies por una cuerda que le impedía todo movimiento.

A las ocho y cincuenta se ha puesto el tren en marcha.

Viaja el Ara de espaldas a la máquina y están encargados de su custodia el cabo San Juan y el agente de Vigilancia Oriols.

Ellos nos cuentan que el preso no ha comido apenas y ha bebido un poco de vino.

Lorenzo Ara va encorvado, muy pálido y, aunque aparenta estar sereno, su mirada es muy triste y la sonrisa que dibujan alguna vez sus labios se ve que es forzada. Viste pantalón azul oscuro, americana y chaleco de paño negro, camisa blanca con garruchas doradas y boina negra.

Es de regular estatura, sin pelo en la barba, delgado, de ojos grandes, pelo negro rizado y en la oreja derecha lleva una erupción que dice haberle salido a consecuencia de las fiebres.

Un aficionado a estudios antropológicos vería seguramente en él un tipo criminal digno de estudio, pues tanto en su manera de hablar cuanto en sus movimientos y gestos hay algo que llama la atención y que repele.

Mostrábase un poco desoonfiado a las primeras preguntas que le hemos dirigido y, si bien se declaraba autor del crimen, contestaba con evasivas cuando se trataba de circunscribirlo a los detalles del suceso.

-Entró V.  a robar; le dijimos, más bien informando que interrogando.

-No, señor; después de haber comido con mi hermano entré en la tienda con objeto de preguntar por la máquina de un amigo entregada al señor Lagarda para que la compusiera.

-¿Quién había en la tienda cuando usted llegó?

-Elías solo.

-¿Fue alguien después?

-No lo recuerdo bien; es posible que entraran unas jóvenes que no conozco.

-Su hermano, ¿dónde estaba?

-Se había ido a trabajar.

-Cuando usted se quedó solo con Elías, ¿qué ocurrió?

-No lo recuerdo, porque aquella mañana había cobrado los haberes y había almorzado en la calle del Ciprés con Mariano y unos del Arrabal. Bebí mucho durante el almuerzo y más en la comida, por lo que iba algo embriagado. Sé que Elías me insultó y que le di con una faca que había comprado en la subasta. Si robé fue porque, al ver a Elías muerto, me creí perdido y cogí el dinero para huir.

-¿Por qué puerta salió usted de la tienda?

-Por la de la calle.

-¿Y la manillera?

-La tiré, no recuerdo dónde.

-¿Qué hizo usted después?

-Fui a casa de Mariano y me mudé las alpargatas, que estaban manchadas de sangre, por las botas que llevo. Fui después a casa de mi madre y, al preguntarme mi hermana qué me había sucedido, le contesté: 'Luego lo sabréis: lo ocurrido ha tenido lugar en la plaza de San Cayetano'. 'Hasta luego', le dije a mi madre y hermana, y me fui.

-¿A dónde fue usted desde la casa de su madre?

-Me salí hacia el puente de Piedra y me fui por el camino del Gállego, donde bebí más vino, y luego me vine por la vía hasta San Juan, donde tomé un billete para Huesca. 

-¿Cuál era su plan de V.?

-En los primeros momentos pretendí marcharme a Francia, pero como me enteré de que habían detenido a mi hermano, decidí presentarme, después de pasar un par de días en Huesca.

-¿Qué hizo V. en esa ciudad?

-Di unas vueltas por las calles y pregunté a un chico dónde habría una casa de prostitución, ofreciéndole unos cuartos si me acompañaba; se negó, pero pronto dí con un sujeto que me acompañó a una casa, que no sé ni en qué calle está ni el nombre de la dueña.

-Al llegar a la casa de lenocinio a que me refiero -continuó diciendo Lorenzo- vi un guardia en la puerta, cosa que no me preocupó lo más mínimo porque tenía ganas de que me cogieran. Cené en la misma casa y fui a acostarme a eso de las doce. No haría ni diez minutos que estaba acostado cuando vino un guardia y me preguntó cómo me llamaba. Le dije mi nombre y enseñé el pasaporte y, después de vestirme, me ataron y me detuvieron.

Dejamos un rato a Lorenzo que descansara cuando llegamos a Zuera, y dirigimos la conversación a cosas indiferentes. 

Al poco rato insistimos en nuestras preguntas en vista de las buenas disposiciones que Lorenzo mostraba.

-¿Qué tal está V. de matemáticas?

-Bien.

-¿Quiere V. que saquemos cuentas de lo robado?

-Bueno. Yo me llevé del armario diez y ocho duros. Gasté unos cuartos en el vino que tomé y, al lavarme la herida que llevo en la mano (mientras esto decía nos mostraba una cortada en

la segunda falange del dedo índice de la mano derecha, que ya ha cicatrizado) se me cayeron diez duros en diez piezas en el sitio que me limpiaba la sangre. Mala señal, pensé, y seguí mi camino. En San Juan di un duro en una pieza, volviéndome una peseta y unos céntimos. En la casa donde dormí me cobraron la cena y el hospedaje, quedándome 25,80 pesetas. Como al venir a prenderme me diera una mujer la ropa para vestirme y me ataran luego, supongo que me los quitaría del bolsillo del chaleco la mujer aquella.

-¿Dónde guarda V. el cuchillo?l

-En ninguna parte pues, al guardarlo, me lo metí en la cintura y se me bajó por la pernera del calzoncillo, molestándome para andar. Me lo desaté en la ribera y lo arrojé al Ebro al pasar por el puente.

-Es extraño Lorenzo -le hemos dicho- que recuerde detalles hasta cierto punto insignificantes y no pueda explicar el cómo y el porqué del mismo.

No ha contestado pero, ayudándole nosotros, después de muchos rodeos nos ha dicho:

-Llegué, como he dicho a usted, a la tienda del señor Lagarda, preguntando a Elías en qué iba el remiendo. Como al hablar pusiera la mano en una de las máquinas de frente a la puerta, me dijo en malas formas:

-Quita la mano de ahí. 

-V. dispense -repliqué- pero hay formas de decir las cosas.

-Lo que tu eres es un...

-Haz favor de callar porque no soy tan guapo para eso que dices y además voy a romperte la cabeza. ¡Mal criado!

-Lo que yo hago es... (aquí soltó una expresión ofensiva para mi madre).

A todo esto, y mientras sosteníamos el diálogo, yo había ido avanzando hacia él y le di un cachete, al que me contestó, pero como viera que iba a coger un destornillador, saqué la faca y le di de frente un golpe en el pecho. Se vino a mi, y agarrando el cuchillo, me lo quitó. Me retiré hacia el mostrador y, cuando él iba a ganar la puerta, me eché encima, le quité el cuchillo asestándole la herida del cuello. Me vi perdido, descerrajé el armario con un destornillador y saqué el dinero. Después me lavé y lavé el cuchillo, saliendo enseguida a la calle.

Niega en absoluto Lorenzo Ara que su hermano haya intervenido en nada del crimen. El preso estuvo en Cuba sirviendo en el primer batallón de Bailén y tomó parte en las acciones de Peña Blanca y en un ataque de los insurrectos a un convoy. Al referir una carga al machete hemos observado una animación en su semblante, animación que contrastaba con el decaimiento anterior.

Al llegar a la estación del Arrabal hemos visto un grupo bastante grande de curiosos. Inmediatamente ha saltado D. Waldo López del coche y ha dispuesto que se le desataran los pies y, a todo escape, han salido los agentes con el preso y el inspector, entrando en un carruaje, cuyos caballos han salido a golpe hacia el puente de Piedra.

La gente que había en las afueras de la estación se ha enterado pronto de la maniobra de la policía y ha corrido hacia el puente.

Cuando hemos llegado a la estación y se ha enterado de que había gente esperándolo, ha perdido la serenidad por completo diciendo:

-Ahora me matan.


Pues así fue. Hoy nada de esto sería posible. Pero hace 112 años los periodistas podían entrevistar a los (presuntos) asesinos, antes de ser juzgados de los hechos de que se les acusaba, sin abogados defensores de por medio y mientras eran trasladados a la cárcel.  Los Ara fueron ejecutados un par de años después.


Próximamente:

'El aragonés de las 60.000 caras'

Comentarios
Debes estar registrado para poder visualizar los comentarios Regístrate gratis Iniciar sesión