Oportunidades perdidas en la calle Alfonso, en Compromiso de Caspe, San Vicente de Paúl, León XIII, la calle de Canfranc... Uno de los grandes asignaturas pendientes cuando se llevan a cabo reformas integrales de las calles es que se eliminen también los escalones a las puertas de los comercios que tantas molestias y quebraderos de cabeza crean a los discapacitados. Que las tiendas se hagan accesibles debería incluirse –a juicio de DFA– en los planes de reforma de calles (cuando se arreglan tuberías, se cambian pavimentos o se peatonalizan) y habría que procurar algún acuerdo con las asociaciones de comerciantes. «Sigue sin existir una sensibilidad especial. Esos peldaños resultan incómodos porque hasta los propios comerciantes han de salir a la calle para echar una mano», explica José Miguel Monserrate, que se felicita –no obstante– de una pequeña batalla ganada: la de los adoquines. Ahora, cuando se renueva el firme de las calles se cambian las baldosas que bailan por una capa de grava y asfalto coloreado. Es lo que ha sucedido en Cinco de Marzo, Agustín Palomeque o algún tramo de Las Armas. 

Hace unas semanas recaló en Zaragoza el llamado proyecto ‘La Barandilla’, que está recorriendo la geografía española para comprobar ‘in situ’ los problemas de accesibilidad de algunos edificios. Visitaron el Casco Histórico jóvenes ingenieros y arquitectos que experimentaron en primera persona –en sillas de ruedas o emulando a personas invidentes– los problemas de accesibilidad. En la ‘Carrera sin obstáculos’, colaboraron voluntarios de la Fundación DFA, la ONCE y del colectivo de personas con enfermedad mental Asapme Aragón, y el director de ‘La Barandilla’, José Manuel Dolader, explicó que Zaragoza no era de las peores ciudades que habían visitado, si bien apuntó que hay demasiadas motos obstaculizando las aceras. A principios de septiembre, durante la undécima carrera del Gancho, se repetirá la experiencia.