Regresaba Lila Downs a Zaragoza, esa artista superlativa que todo lo puede en el escenario, que enciende la noche al primer gorgorito recio salido de su garganta. "Yo ya me voy", dijo, nada más llegar al escenario del CC Estación del Norte, con numeroso público a sus pies. No se fue, claro; ahí empezó el vendaval. El dúo zaragozano Ixeya, por cierto (de Santa Engracia, junto a Tauste) volvió a brillar en las formas, aunque quizá su música se paladea mejor en escenarios más pequeños. Eli y Myriam también tienen ‘mojo’.

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‘El son del chile frito’ dio paso al lucimiento instantáneo de los músicos que acompañaban anoche a Lila. Dos botones de muestra: un trompetista tocado con sombrero naranja y parapetado tras un tecladito, tareas ambas que simultaneaba con soltura; al lado, un acordeonista con un saxo en la zurda, también con trazas de hombre orquesta. Lila, mientras, cantaba sosteniendo notas larguísimas sin esfuerzo aparente, bailando con la sonrisa en la cara, baqueta y cencerro en mano, flores en el pie de micro. Un espectáculo.

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En primera fila, una niña de ocho años le decía guapa al acabar cada canción, junto a una banderota de México que calentaba los ojos de la artista, generosa en el repaso musical y emocional a todo el continente en el que nació y vive, de arriba abajo. Balada, guaracha, cumbia, bromas y veras. "A veces las canciones son como los hijos, salen en inglés", dijo. "En México tenemos 69 lenguas identificadas, y me enorgullece; voy a cantarles una canción en zapoteco, pero traducida para que la sientan como yo la siento", dijo luego. Y entre dimes y diretes, la luna guiñó un ojo.