Rufo, mucho más que una oreja

Ha venido para quedarse y quién sabe si para retirar a más de uno. De momento, las tijeras las lleva.

Tomás Rufo, en Zaragoza.
Tomás Rufo, en Zaragoza.
Raquel Labodía

Las oportunidades se piden y se ganan en el ruedo. Donde hablan los toreros. Así debe ser y así ha sido siempre. Y si no, que se lo cuenten al toledano Tomás Rufo. O que aprendan de él. Ha venido para quedarse y quién sabe si para retirar a más de uno. De momento, las tijeras las lleva.

Este martes dejó claro que su reciente triunfo en Madrid no es casualidad y le bastaron una larga cambiada y cinco verónicas para demostrarlo. Replicó en quites a su compañero y puso rodilla entierra en su inicio con la pañosa. Metió los riñones, encajó la barbilla y dibujó cinco extraordinarios derechazos que pusieron a cabilar a más de uno.

El animal, que a la postre fue el que más gracia tuvo del encierro, también tuvo mil teclas que tocar. Con más genio que bravura, el animal se movió entre cabezazos en las telas de un Rufo, que tuvo que tragar una barbaridad por ambos pitones. Qué firmeza y qué manera de torear.

En su segundo tampoco pisó el freno y terminó de caer de pie en La Misericordia. Con la verdad como argumento, citó con el pecho, enseñó las femorales y volvió a hacer gala de un extraordinario sentido de los terrenos y las distancias. Y del soberbio toreo que guardan sus muñecas. La pena, que falló con los aceros.

Volvía Alejandro Mora al coso de Pignatelli tras la fuerte cornada que sufrió el año pasado y lo cierto es que no firmó su mejor tarde. Atesora valor y gusto, pero le falta mucho bagaje para enfrentarse a tardes como la de este martes. Con el que cerró plaza, estuvo espeso y sin ideas. Entre muletazo y muletazo, dejó alguno bueno, pero la faena nunca cogió el vuelo necesario. Además falló con la tizona.

Su primero fue un sobrero del mismo hierro que le dejó pocas opciones. Embistió sin clase y sin gracia y obligó a Mora a sacarle uno a uno los muletazos al hilo de las tablas. También falló con los aceros.

Un concepto de lila y oro

Más de cinco años han pasado desde que se marchó el gran Antonio Corbacho y sin embargo, parece que sigue susurrando la filosofía del samurái y el toreo al ralentí algún chaval. Este martes, gracias a Fernando Plaza pudimos confirmarlo. Qué concepto y qué aire más bueno. Qué cerca se los pasa y con qué gusto.

Al enclasado segundo, lo recibió con cinco estatuarios de susto. Sin mover unápice las zapatillas. Tremendo el novillero que lo llevó siempre cosido en los vuelos. Muy templado, le puso la muleta muy planchada, lo cogió delante y se lo vació detrás de la cadera con aparente facilidad. Vertical y natural, dibujó muletazos de trazo largo antes de poner la guinda con unas ajustadas manoletinas de rodillas. De locos.

El segundo de su lote tampoco le regaló nada. Soso y sin raza, salió suelto de la muleta de un Plaza al que no le quedo otra que sacar en cuentagotas las embestidas de un animal que se vino muy abajo en el tramo final.

Además del concepto, tiene ese valor tan sumamente necesario. El consciente. Pisó esos terrenos tan comprometidos que hacen arder las zapatillas y pareció disfrutar en la cuerda floja.

Por lo demás, ya era hora de ver novilleros con tanto hambre y con un futuro prometedor. Se picaron en los quites y ninguno se dejó pisar por sus compañeros. Sin abrazos. Sin tonterías. Se pusieron los tres a cara de perro y es de agradecer.

Además, se desmonteró Sergio Aguilar, de la cuadrilla de Fernando Plaza, tras parear de manera sensacional al segundo de la tarde.

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