Feria del Pilar

Dos hermosas faenas de Juan del Álamo

Puesto, atrevido, firme, resuelto y ambicioso, y favorecido, además, en el sorteo, el torero de Ciudad Rodrigo sorprende con aire fresco de torero nuevo pero ya hecho.

Antonio Nazaré, Julio Parejo y Juan del Álamo era debutantes en Zaragoza.
Corrida en la Misericordia_2
EFE/JAVIER CEBOLLADA

La primera o, si acaso, la segunda corrida del Marqués -de Domecq, naturalmente- que saltaba este año en plaza de fuste. No con el hierro del Marqués sino con el de Martelilla, nombre de la finca donde los Mora-Figueroa labraron hace sesenta años la versión pura de lo que al cabo del tiempo vino a llamarse el encaste Domecq. Corrida ésta cumplida y astifina; estrechas las sienes propias, serias las caras de todos sin excepción; descarados tres de los seis o siete del envío -entró en liza un sobrero-, y muy en particular segundo, quinto y sexto.


No sobrada de fuerzas, pero pronta en general, fue corrida con plaza. Antes de arrancar la fiesta, los cabales andaban ponderando la calidad y el trapío de tres de los toros de Ana Romero jugados el domingo y el buen aire de la corrida de Cebada Gago que abrió abono y feria en Zaragoza el pasado viernes. De modo que esta cuajada y bien corrida de Martelilla se midió por referencias tanto como por el acento propio. Había en la plaza muy poca gente. Serían los mismos que con tanto gozo vivieron los cebadas y los santacolomas de Ana Romero.


El toro pechugón y ancho, cuello frondoso, limpio de pitones, rabón, fino de cabos, de culata cargada, algo barrigón: el toro del Marqués. Seis años estaba a punto de cumplir un Loquillo tercero que escarbó de partida pero se empleó luego mejor que ninguno. Hubo que templarlo: tocar, traer y llevar, y eso lo hizo de capa y muleta Juan del Álamo de muy risueña manera y con seguro asiento, posado, sin forzar, sin componendas postizas. Lances de saludo de gran encaje y vuelo bueno; y una faena puesta enseguida y sin pruebas, descarada, ni dudas ni tibiezas, ligada. Mecido el toro en casi todos los viajes, tandas abrochadas, el pecho por delante, erguida planta, brazos sueltos, dos desplantes de recurso y no de alarde, fácil la manera de llegar y salir de suerte el torero de Ciudad Rodrigo, que ha toreado poco este año pero parecía llevar treinta corridas sumadas.


Y, luego, esa ambición nada nueva. Fue su sello cuando novillero rampante y primero del escalafón. No hace nada. Todo eso se estuvo dejando sentir. Como siempre que se encuentra consigo un torero. Por ambiciosa pecó la faena por exceso. El toro pidió la muerte a su hora. Una tanda más y de más. Y una de manoletinas ceñidas para remover el fuego. Una estocada apurada y tendida. Una bien ganada oreja.


Ese toro de seis años, tan bien templado, fue el de mejor son de todos. Y luego del tercero, el sexto, que se llamaba Otrocorte y otro corte tenía: tenía sobre todo, una ancha cuerna abierta en largo balcón. Aunque dio en básculas cincuenta kilos menos que el tercero, abultaba más. Sería más corto y más alto. De tanto querer, se ahogaba un poco.


Otra vez se le encendieron las ideas a Del Álamo: todavía más seguro que en la baza primera; ahora con la mano izquierda en muletazos largos a media altura de consentir mucho y embraguetarse; dos tandas espléndidas con la diestra y en redondo; bello asiento. Y, cuando se apagó o aplomó el toro, una dosis abundante de toreo entre pitones, cambiado y en circular. Y el broche de bernadinas casi académicas. No contó tanto el efecto como la manera de respirar el torero. Sobrado. Pero aquella espada que se le torció de novillero más de una yes sigue sin afilar del todo. Una estocada tendida y sin muerte. Casi la puerta grande. Faltó un dedito. Un dedo de espada.


La corrida empezó tropezada porque el primero, de impecable remate y casi 600 kilos, se tronchó un cuerno por la cepa al enterrar un pitón y lo perdió. El sobrero, de Martelilla, estaba en la frontera de los 600 también y no pudo con ellos. Elástico pero sin alma, claudicó. Breve y seguro Antonio Nazaré. Castaño retinto, el segundo, muy armado, cuesta arriba o levantado, fue toro mutante: tomó capa con alegría, protestó después de picado, topó y perdió fijeza. El extremeño -de Badajoz- anduvo fino en un recibo de lances genuflexos. No lo vio claro cuando el toro le hizo amagos en falso.


Nazaré cayó en la cara del cuarto desplazado al enredarse en una chicuelina, pero tuvo la sangre fría de hacerse una suerte de autoquite que lo salvó de grave percance. Muy oportuno un quite salvavidas de Joselito Ballesteros. Brindis al público, pero el gozo en un pozo porque el toro, que apretó de partida, se desinfló casi de golpe. Un metisaca, una estocada. El quinto, veleto y apuntado, como los toros camargueses, descarado, fue noble pero tardo. Se lo pensaba, escarbó. Luego, metía la cara con desgana. Faena de Parejo de cierto son, pero sin continuidad. Más firme ahora que antes. Pero se fue de tiempo. O sobraron los tiempos muertos, que solo aguantan contadas faenas mágicas.


Ficha del festejo


Seis toros de Martelilla (Gonzalo Domecq López de Carrizosa). El primero, sobrero. Corrida muy llena, seria, bella, astifina. El tercero, casi seis años, fue de buena condición. Noble un sexto que duró solo lo justo. Se aplomaron eenseguida primero y cuarto. Incierto y agresivo el segundo; manejable un frágil quinto.


Antonio Nazaré, de lila y oro, silencio en los dos. Julio Parejo, de blanco y oro, silencio tras aviso en los dos. Juan del Álamo, de nácar y plata, oreja y ovación tras un aviso. Era debutantes en Zaragoza los tres de terna.


Un oportuno quite de Joselito Ballesteros. Completo con capa y banderillas Pablo Pirri, que toreó con Del Álamo.