Al cierre, dos que fueron tres

Lo anunció Carbonell al respetable que llenaba la plaza del Pilar después de la primera canción. "José Antonio no puede venir hoy, el pregón le dejó totalmente ronco". El propio autor del ‘Canto a la libertad’ lo había confirmado horas antes a HERALDO: laringitis aguda complicada con faringitis, según diagnóstico médico del pasado jueves. "No voy a bajar a la plaza, porque si no, acabaré cantando y el médico me ha dicho que ni se me ocurra. El sábado tenía que actuar en Guipúzcoa y tampoco pude".


Total, que los otros dos del ‘Vayatrés’ asumieron el reto "completamente imposible" -Carbonell dixit- de llenar el hueco de José Antonio Labordeta en el concierto que cerraba el programa pilarista. Tarea hercúlea que remataron con gallardía y éxito: para eso tienen muchas horas de vuelo los dos, acompañados además de una banda inmensa con Joaquín Pardinilla en la guitarra, Fletes a la batería, Alberto Artigas en el laúd, Toño Bernal con el bajo, Eugenio Gracia a la gaita, dulzaina y pitos, y Rafel en el acordeón.


Después de una tanda inicial de Carbonell con seis temas, entre los que brillaron ‘Recuerda que te di’, ‘Dame la mano’ y ‘Suelta la pasta ya’, salió Eduardo Paz a secundar a su compadre en ‘Coplas redondas’: un poco de jota, otro de blues y mucho sentimiento filozaragozano, de cariño sincero al terruño y sus pobladores.


El concierto fue vadeando la ausencia de su pilar más veterano y carismático. Ya se sabe que cuando falta un sentido se agudizan los otros: algo así sucedió. Carbonell andaba con una dosis extra de energía, mientras que Eduardo Paz -recién aterrizado de Nueva York- salió ‘enchufado’ desde el primer momento. Brindó un regalo esperado por los avezados en el referente del ‘bullonerismo’ mundial, preparado como sorpresa para el resto: Ludmila Mercerón. Ella tiene sangre noble en las venas, hija y nieta de la aristocracia musical cubana, mezclada con dos décadas de residencia y querencia zaragozana: anoche acompañó a Eduardo en ese pedazo de jota llamado ‘Oleay’, tal y como ha hecho en otras ocasiones, y lo bordaron ambos. Si quedaba alguien frío en la plaza del Pilar, entre las más de 15.000 almas presentes, ahí mismo entró en calor.


Con rasmia, el diafragma henchido de aragonesismo, al trote o en pachanga, el dúo que lució como trío -el amigo ausente ayudaba desde casa- triunfó. Y todos contentos.