Mil y una formas de sacar partido a las últimas horas

Tomás lo tiene claro después de la tarde de ayer. "Quiero aprender a hacer eso". Tiene 15 años y lleva un rato flipando en colores con los bailarines de hip hop apostados en el centro del Paseo de la Independencia. Un par de ellos trabajan posturas realmente extremas, como botar cabeza abajo sobre una mano, o culminar en volatín y reverencia una pirueta digna de un gimnasta en el caballo con arcos. Dos colegas, con el pantalón peñista de tirantes y bastante acné en la cara, se ríen y uno de ellos le dice que hay mejores formas de hacer ejercicio. Familias enteras miraban embobadas una escena muy similar a la que se puede ver cualquier día frente al hotel Plaza de Nueva York, en una de las esquinas de Central Park.


En Independencia, de hecho, hay tres corros de 'street dancers', bailarines de escorzos imposibles que parecen ser de caucho sintético. Detrás del 'código de barras' de Puerta Cinegia se abre otro mundo: el Tubo, reino del tapeo. Ana y Óscar revelan sus planes delante de unos vinagrillos en los toneles del Almau. "De aquí a cenar en casa de unos amigos, y quietos paraos hasta que nos echen. Huiremos de la gente y de la calle". Ana añade un deseo: "Igual un paseíco por los puestos de los Sitios, si están aún mañana".


En la calle Don Jaime, Pepe -de la peña El Jaleo, según reza su chaleco- también tiene sus pasos inmediatos marcados. "Hoy -por ayer- me voy a ver a Ska-P con la gente de la peña y mañana -por hoy- al 'yayo' Labordeta en el Pilar, que es un crack. Y los fuegos, claro, ahí mismico. El lunes, a pringar, como casi todos".


Raquel, que pone copas en El Ángel Azul de la calle Blancas, terminaba su turno a las dos de la madrugada anoche. "En cuanto salga voy para Interpeñas de farra, hasta que aguante. Hoy está siendo duro, ya ves cómo andamos", dice mientras sirve un par de cervezas de abadía en jarras enfriadas en nevera. "Pon si quieres que han sido unos pilares de mucho trabajo, que no hemos parado, y que ya tenemos ganas de fiesta nosotras también". Dos parroquianos le siguen el movimiento del flequillo con los ojos exageradamente abiertos. Su jefe, Teo, está al fondo de la barra con cara de felicidad. Parece que las cajas han sido buenas.


Enfrente, en El Circo, las empanadillas y los pimientos rebozados van que vuelan. En la puerta hay un grupo que se ríe más de la cuenta. Uno de sus miembros, Carlos, se casa en dos semanas. "Estamos consolándole al pobre", grita uno de sus amigos, antes de soltar algo más bajito lo que le espera al pobre novio. "No lo sabe, pero hoy -anoche- va a acabar en una furgoneta, y luego en una avioneta. Mañana tempranico -por hoy- se tira en paracaídas, con un monitor, porque igual llega algo tocadillo". Carlos se ríe dos metros detrás, y de pronto se le ve como un halo de condenado a galeras.


El teatro de calle sigue retando la imaginación de los ciudadanos hasta bien entrada la noche. Ayer hubo actividad el día entero: hoy aún quedan los rescoldos de la hoguera teatral sin techo. A primera hora de este domingo, la plaza de toros tenía la última jornada de vaquillas y concurso de recortadores. Aquí, no obstante, el número de los profesionales que se cuidan toda la noche para tal efecto no es tan alto como el de los corredores del encierro sanferminero. "Nada de toros, pa' qué, por la mañana andaremos desayunando migas donde nos den", espeta un paisano coloradico que ya no cumple los cincuenta. "Hoy vamos a por todas", concluye. Unos chavales con uniforme peñista lo oyen y empiezan a cantarle "olé maño, oé". ¿Punto y final festivo? Más bien un punto y aparte...