Gatada 'miaureña'

Rafaelillo cortó una facilona oreja tras una faena de mucho valor, pero de poco fondo. Jesús Millán sorteó un lote imposible y Alberto Álvarez dejó su tarjeta de visita en su primero y abrevió en el difícil sexto.

Querido Paco, presidente: sabes que soy abogado de lo indefendible y así me va, de ‘fulanas pobres’, pero lo de ayer es imposible defender. No le des más vueltas. Los mismos que te echaron a las patas de los caballos el otro día, ayer te sacarían a hombros por conceder una oreja verbenera. Pueblerina. Te rajaste. Sucumbiste a la sonrisa de la tele y a la magia de la información por cable. Te equivocaste de tercio a tercio. Te rilaste ante la escasa petición de oreja, pedida con tres almohadas blancas, y negaste la vuelta al corral a un tullido y paralítico de Cafarnaún como fue el quinto. Hay que ver que siempre pagan los platos rotos los toreros de la casa. Ya no nos conformamos con hacer patria hablando de Aragón y su cuatribarrada, sino que consentimos que lo nuestro sea siempre lo vulgar, lo de segunda clase. A ese toro, repito, debiste devolverlo y darle una oportunidad a Millán, que sabes que lo necesita.


A los amigos se les invita a comer. Y a lo que sea, pero ‘colgarlos’ por tradición en la miurada, sin la mínima esperanza de repetición o mejor colocación en los carteles del año que viene, me produce tristeza y hastío. Mal que esta empresa contrate a aragoneses porque lo manda el pliego de condiciones de la DPZ; mal, porque los contratados no han pasado de la media docena de corridas toreadas este año y el Pilar merece algo más. Al menos, el fiel público. El que paga. Mal, por no ofrecerles algo más dulce en temporada y pasarlos a cuchillo en octubre. Mal, Paco, mal. Sabes que acabará la feria y tú y yo nos quedaremos aquí rumiando esta serie de calamidades que nos han colocado. Mal, porque hasta el cierzo nos azotará la cara. Sí, esa que llevamos siempre al descubierto. Mal, Paco, muy mal...


El caso es que esto no tiene solución. Vamos como el país, de más a menos. La feria ha sido un batiburrillo de remiendos, de ganaderías desacertadas, poco propicias para una feria que, sobre el papel, parecía interesante. Muchas bajas. Más que en Vietnam. Solo faltó lo de ayer. Una sosa y floja corrida de Miura que en nada se pareció a la de años anteriores. Baja de forma, sin kilos ni apariencia de Miura. Sin clase, destartalada de hechuras y de pitones. Basta de pezuñas. Sin esas carnes prietas y esa seriedad que abaten el ánimo y encogen el orificio del orgullo. Ninguno de los seis fue zancudo, de patas largas y riñones fuertes, de los de apretar. Se dejaron pegar en los caballos y hasta alguno derribó, pero sin maldad, sin esa codicia que denota la bravura.


Rafaelillo tuvo firmeza de espíritu y la cabeza muy despejada. Su lote fue el mejor. El menos malo. Su primero berreó cual pregonero en fiestas. Se tragó muchos muletazos a media altura y muy rápidos. El Fandi torea más despacio. El de Murcia lo había recibido con dos largas cambiadas y, como no tuvo suficiente, se puso de hinojos para que el toro le viera y le midiera la coronilla. Se colocó en el sitio, se dejó ver, pero fue incapaz de mandarlo y bajarle la mano. Toro de derechas y faena larga basada por ese pitón: el derecho.


Al cuarto le pegó mucho tirón. También se arrodilló en dos molinetes y hubo un momento en el que pareció dominarlo sin estarlo. Faena muy a la antigua, de las que los pies bailan sin compás. Tardó en cruzarse y cuando lo hizo fue para quedarse descubierto y el toro le pegó un gañafón sin ánimo de herir. Se tiró bien a matar dejando una estocada arriba, pero muy suelta. Tras dos descabellos, mi amigo Paco rebló y le regaló un apéndice auricular que, seguro, no se comerá. Ni con judías.


Millán es el patito feo de toda esta serie de calamidades. No tuvo opción con el inválido quinto que le buscó la boca. Y la ingle. Con el escobillado y desagradable segundo, que salió sangrando por la boca, se puso en el sitio, en los medios. Le dio las ventajas y con mucha firmeza y más tesón le robó media docena de muletazos de uno en uno. Tragó quina. Y saliva. Dos miradas al hombrillo dorado le hicieron ir a por la espada y darle matarile de cualquier forma.


Alberto Álvarez no está para soportar estos atragantones. Es torero de pocas fechas y, por tanto, no merecedor de este calvario. Si se le quiere ayudar, hay que ponerlo en carteles de menos compromiso. Esto es echarlo a los leones. No se lo merece. El tercero fue un manso que supo lo que se dejaba atrás. Buscó carne pero la encontró siempre cruzada. En su sitio. Lo dejó llegar, le perdió pasos, se la dejó en el morro, pero el animal, con genio, no tragó. El de la jota fue una devanadera. Su cabeza pudo hilar unas cuantas mantas. Embistió al paso y el ejeano no se confió. Se puso siempre en prevengan y muy por las afueras. Tampoco se complicó en bajarle la mano porque a esas alturas y vista la tarde, no le apeteció incordiar a los doctores Val-Carreres. Con la espada debe mejorar.

ángel Solís