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De Olvés y Zaragoza hasta Australia: la pequeña colonia aragonesa en Canberra

Gerardo Sánchez y Nina Velasco emigraron al otro hemisferio en 1975, donde han tenido dos hijas, cuatro nietos y tres bisnietos.

Nina Velasco y Gerardo Sánchez se hacen una foto con su hija Cristina para ilustrar su historia.
Nina Velasco y Gerardo Sánchez se hacen una foto con su hija Cristina para ilustrar su historia.
H. A.

"De Olvés me acuerdo de muchas cosas: de las trastadas, de ir de noche a coger cerezas, manzanas y melocotones; de las temporadas de vendimiar y de la siega, cuando ganada 10 pesetas diarias y la comida". A sus 76 años, Gerardo Sánchez Paracuellos, después de casi medio siglo asentado en Canberra, la capital de Australia, sigue teniendo frescos en la memoria sus primeros pasos en la localidad de la comarca de la Comunidad de Calatayud que le vio nacer. Y eso que al cumplir su primera década decidió hacer el hatillo y marcharse: "Me fui con un hermano mío a Madrid a trabajar en la construcción".

Durante un tiempo siguió en la capital de España, donde empezó llevando cubos de agua y acabó como revocador, y más tarde volvió a ponerse en ruta para regresar más cerca de su hogar: "Estuve en talleres Laguna, donde hacía piezas para coches y luego me dediqué al transporte".

Ya casado con su mujer, Aquilina (’Nina’) Velasco Hernández, de la localidad vallisoletana de Langayo, decidieron marcharse hasta el otro hemisferio. "Vino una hermana suya que ya vivía allí y su marido y nos convencieron: que allí se vivía muy bien", recuerda Nina.

Emprendieron el viaje un 28 de mayo de 1975, camino de los 48 años. "Viajamos en un avión de la Qantas, que era enorme. El viaje fue maravilloso, porque nos pagaron el pasaje y además íbamos con intérprete", puntualiza entre risas Nina. Tomaron tierra en Sídney después de "24 o 25 horas" de vuelo y luego una hora hasta Canberra. Una vez allí, Gerardo volvió a dedicarse al mundo de la construcción. "Estuve trabajando de lo que salía, con yeso, con hormigón, pero siempre en Canberra", rememora ahora ya jubilado.

Transmitir el español en casa

Sobre cómo fue la adaptación, Gerardo, que usa algunas interjecciones anglosajonas, lanza un "pan comido", envuelto en algo de somardismo patrio. "Fue pan comido porque tuvieron dos hijas que les traducían y les hacían todo", desentraña riendo Cristina Sánchez, que junto a Beatriz, su hermana, hacían las labores de intérpretes. "El problema fue el idioma, porque en España casi no se hablaba inglés. Era más el francés", explica Nina, que reconoce que ella habla "muy poco" y Gerardo directamente "nada".

"Siempre nos hemos sacrificado y esforzado para que aprendiesen español. Las llevábamos a la escuela que organizaba el club español. Luego el Gobierno puso maestros que venían de España. Y yo les corregía en casa, donde siempre hemos les hemos hablado español", valora Nina, que trabajó primero limpiando casas y 15 años repartiendo té, café y pastas en oficinas del Gobierno australiano. Ahora ambos están jubilados, y tienen cuatro nietos y tres bisnietos.

Para Cristina y Beatriz, ambas trabajadoras de la administración pública, su vida, además de conservar los lazos con el país natal de sus padres, ha tenido mucha vocación internacional. "Hay muchos inmigrantes y había un club por cada país: el español, el griego, el yugoslavo… Hacíamos mucha vida con ellos", destaca. A ella le tocó un viaje a España, acompañada de más compatriotas y con un maestro. "A Beatriz le pagamos el viaje para que también pudiera ir", recuerdan Gerardo y Nina a través del teléfono.

Desde entonces y hasta 2008 no habían regresado a España. "Al poco de llegar a Australia, volvieron cuando no había pasado ni un año porque echaban de menos su tierra, pero regresaron y ya se quedaron aquí", explica Cristina. En su visita de hace casi 15 años, pasaron por Galicia, por Sevilla y por la Expo: "Gerardo quería ir y fuimos", apunta Cristina. Ahora, confían en volver otra vez: "Queremos ir a Olvés, a Zaragoza…".

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