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Así era la guía secreta de Zaragoza "para frívolos y gentes de mal vivir"

En 1978 se publicó un librito que recogía la actividad de Zaragoza que la ‘oficialidad’ se negaba a reconocer. Lo más curioso, las "delicias de morro fino" y el repaso a locales de alterne y barras americanas.

La portada y algunas de las imágenes interiores que ilustran la publicación.
La portada y algunas de las imágenes interiores que ilustran la publicación.
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Entonces fue bastante difundida y muy popular, pero hoy es un codiciado objeto de coleccionista. La ‘Guía secreta de Zaragoza’ editada por Sedmay en 1978 llega a venderse por más de 349 euros en internet y, teniendo en cuenta que son menos de 200 páginas, es precio de auténtico jabugo. ¿Lo vale? ¿Lo merece? Lo cierto es que el texto es una divertida rareza que demuestra cómo ha cambiado la ciudad en los últimos 40 años. 

Coordinada por el recientemente fallecido Eloy Fernández Clemente, el comienzo de la guía es bastante tradicional, con nociones sobre la historia y los monumentos a orillas del Ebro. El libro gana en salseo en los capítulos postreros dedicados a la gastronomía (“curiosa fauna de morrudos y pajaritos”, se titula este epígrafe), a las tiendas de la capital y a las zonas de salas de fiestas, con un artículo añadido sobre dónde encontrar -así, sin ambages- los mejores porros y otro tipo de drogas.

El Tubo, en los años 70, con una joven Serafina, la cigarrera, y el Plata al fondo.
El Tubo, en los años 70, con una joven Serafina, la cigarrera, y el Plata al fondo.
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Cuentan los bibliófilos -e incluso Iker Jiménez en ‘Cuarto Milenio’ alguna vez ha hecho referencia a estas guías- que a finales de los 70 fueron populares este tipo de libros turísticos heterodoxos, de los que hay también dedicados a Toledo, Barcelona o Valencia. El espíritu de la Transición, animado y alegre, había llegado a las calles mucho antes que a las guías turísticas, que aún explicaban los valores de los últimos coletazos de la dictadura: en consecuencia, surgieron estas publicaciones con una mirada tan transgresora que aún ahora nos sorprenden.

"Un suave olor a teta"

Entre otras sutilezas, existe en la guía un apartado que titulan ‘¿Te vienes de putas?’, en el que se referencias las zonas más activas y se explicita que “en Casta Álvarez y los alrededores del Mercado Central se puede meter mano, hacerlo de pie o en la cama, por unas 700 pesetas”. También se lee que conviene preguntar por la calle de las Doncellas de la zona del Caballo, pero que los días de la FIMA, la feria ganadera, “se suele guardar fila”. Quizá sea este el ejemplo más zafio y grueso de toda la publicación, en la que hay citas y referencias mucho más divertidas y que recuerdan las cafeterías, los cines o las salas de baile de la ciudad de antaño.

También se cita el café cantante El Plata, que en 1978 era “el auténtico corazón físico y espiritual del Tubo”. “Un corazón viejo, fatigado y, por tanto, cuidado con cariños por todos aquellos que lo hacen posible”, escribe Dionisio Sánchez (responsable de ‘El pollo urbano’, primera revista de sátira política que sigue activa desde 1977) sobre un local, del que dice que conserva “un suave olor a teta”. “El alma del Tubo comienza tras esa puerta. Desde el escenario, la orquesta y las chicas, cada tarde y cada noche nos transportan al excitante paraíso de ‘La chica del 17’ y ‘Vino tinto con sifón’”.

Una actuación en el café cantante El Plata, a finales de la década de 1970.
Una actuación en el café cantante El Plata, a finales de la década de 1970.
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A pocos metros, por cierto, se encontraba la ortopedia La Francesa, “la solución de muchos machos zaragozanos durante tantos años de ocultamiento del sexo”, se lee. “Como su especialidad indica, expende desde chupetes hasta bragueros para hernias, y es la auténtica mina del profiláctico. Ya en los años duros se podrían comprar sin complejo de culpabilidad toda clase de preservativos en unidades, medias o docenas. Es una verdadera institución y muchas parejas haría un monumento a su dueño”.

Por cerrar aquí el capítulo de salas de fiestas, la sinopsis que se hace en la guía es pormenorizada. Se cita el Cancela de la calle Royo (donde con cierta frecuencia actuaba ‘El Titi’), el Rumbo de Fernando el Católico (donde una botella de champán, 6.000 ‘pelas’, da derecho a sobeo), el Cosmos, la sala Aída y el bar Hifi, "especializado en cubatas sin hielo ni limón".

El bar Hifi, en una de las imágenes de la publicación. Estaba en la calle de Vasconia.
El bar Hifi, en una de las imágenes de la publicación. Estaba en la calle de Vasconia.
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También hay una subsección de “contactos y casas de citas”, en las que se enumeran locales de la calle de Ricla, la casa Lacali en San Voto, la Toni de Méndez Núñez e, incluso, el Madrazo. “Para no andarse con chorradas a la hora de satisfacer la libido, hétenos aquí que por la calle de Agustina de Aragón (la que disparó el cañón) se nos marcan un servicio directo de barra-cama”. Ejemplos como este, con precios y suplementos en función del tipo de colchón, hay unos cuantos.

Los 'afters' y las gasolineras

Para poner en contexto toda esta información -sobre todo, la referente a los bares-, es necesario pensar en cómo hace ahora 35 años la noche zaragozana estaba mucho más encorsetada que la actual. "Con la prohibición de servir bebidas alcohólicas en las estaciones de Renfe a partir de medianoche, al noctámbulo zaragozano le han hecho, como suele decirse, un hijo de madera". Tras completar la deprimente ruta por los 'nightclubs' de la capital aragonesa preautonómica, el texto continúa: "Si la cosa ya no da para más y empiezan a cerrar puertas, le quedan a usted dos últimas balas en la recámara: los bares de las gasolineras de Casablanca y la de Miralbueno". No parece un plan en exceso estimulante.

En el apartado de ocio, despiertan mucha nostalgia las descripciones de los antiguos cines, muchos de los cuales han pasado a mejor vida. “Zaragoza ha tenido fama de tener unos cines la mar de lujosos, aunque su programación nunca ha estado a la altura de su categoría. Cinema Elíseos es pionero en arte y ensayo; Coliseo Equitativa, Don Quijote, Latino (en Estébanes) o el Rialto (en San José, donde “podrá ver todo lo que el franquismo no le dejó”). Por cierto, que en la guía se descubre también como la antigua discoteca Beethoven de San Antonio María Claret tenía una sala de proyecciones "para pornos y pases privados". 

La sala privada de proyecciones de la discoteca Beethoven.
La sala privada de proyecciones de la discoteca Beethoven.
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Con los cafés y cafeterías sucede parecido: da la impresión de que los mejores locales han desaparecido o perviven solo en la memoria de los veteranos. “Desgraciadamente hoy son ya tenue celuloide rancio el Ambos Mundos -donde llegó a tocar Albéniz-, el Salduba, el Royalti, el Oriental, el Alaska...” Entre los aún supervivientes en 1978 cita La Marvilla de la plaza de España, los Espumosos de Independencia, el Guinea de General Franco (Conde de Aranda) o “las poltronas del Casino Mercantil”. El único que a día de hoy sigue activo de todos los cafés con encanto que se reseñan es el Levante, fundado en 1892 “y que contó con ilustres contertulios con la visita asidua de Santiago Ramón y Cajal o Miguel Labordeta”.

Pelucas y bisoñés 

¿Más lagrimillas? Entre las escasas fotos que ilustran los textos hay alguna de la plaza de Santa Cruz cuando era auténtico punto de encuentro de los pintores de la ciudad. “Conviene dar una ojeada de cómo va la producción de nuestros plásticos, a la vez que te tomas una cerveza con gambas”. También hace la ‘Guía secreta’ un “réquiem por las viejas bodegas” (muchas de las cuales se han convertido en “mesones horteras y descoloridos”) y resulta curioso ver algunos de los negocios destacados y comprobar con qué atractivos los venden. 

Una de las calles del Tubo, en plena efervescencia hace 40 años.
Una de las calles del Tubo, en plena efervescencia hace 35 años.
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Hasta hace unos años existió en la calle de Fuenclara, en el número 4, una tienda “para calvos y calvillos, que es premio nacional de bisoñés”. Almacenes el Ciclón era una tienda de la calle de Alfonso I especializada en caballitos de cartón piedra. Si uno tenía problemas de huesos, la recomendación pasaba por “un agüelico muy avispado que le pondrá la estructura en orden acudiendo a partir de la una de la tarde al bar Bernardo, en Pignatelli, 88”.

Sobre todos los atrevimientos citados, Dionisio Sánchez en el preámbulo de su capítulo reconoce que el hecho de que “estas pequeñas claves pasen la barrera de la letra impresa con todo lo que ello conlleva” es como “notarse en calzoncillos ante esa inesperada visita del obispo”. No obstante, algunas de las recomendaciones que brinda esta guía hay que tomarlas con cautela y conviene ponerse en cuarentena, pues se explicita que el objetivo es “asombrar con la sublime y somarda peculiaridad de nuestros mitos varios”. 35 años después sigue sorprendiendo.

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