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Adiós a Esther Rubio, el alma de Quiteria Martín: "Era una mujer admirable, la gran señora de la Magdalena”

Julio José Ordovás, Luis Alegre y Eduardo Laborda evocan a la gran tendera, desaparecida hace unas semanas, e hija y heredera de Quiteria Martín

Joaquín Carbonel, Luis Alegre, Carlos Calvo y Esther Rubio, fallecida hace unas semanas. La foto es en vísperas de la pandemia.
Joaquín Carbonel, Luis Alegre, Carlos Calvo y Esther Rubio, fallecida hace unas semanas. La foto es en vísperas de la pandemia.
Archivo Calvo/Alegre.

La historia de Zaragoza, esa ciudad amable y acogedora, no se entendería sin el pequeño comercio y sin esos espacios que resumen la historia cotidiana, hermosa y sin énfasis, de la infancia, de las pequeñas cosas, de los sueños más sencillos. Basta fijarse en cualquier barrio: siempre hay una tienda de juguetes, de periódicos, un arca de Noé donde cabe de todo y donde los niños, y no tan niños, hallan objetos y sorpresas constantes que alegran los días. Detrás siempre hay alguien, una familia o una mujer indómita e hiperactiva que intenta hacer bien las cosas, cuyo local se convierte en referencia, en almacén de los sentidos, en teatro más o menos humilde de las fantasías.

Una de esas mujeres fue Quiteria Martín, que dio nombre a varios establecimientos y, en particular, entre otros, a uno que aún sigue muy vivo y muy activo en el Casco Histórico, en la calle Mayor, al lado de la Magdalena, que llevó durante años Esther Rubio, fallecida hace muy poco tiempo. A quien haya estado allí no le habrá pasado inadvertido ese espacio abierto a casi todo: a la prensa, a los juguetes (que fueron al principio de madera, más tarde de hojalata y cada vez lo son más de plástico, como ha escrito el escritor y cronista de mil saberes Carlos Calvo, hijo de la desaparecida Esther), a los disfraces, a las máscaras, a las baratijas, a los tebeos, a las constantes sorpresas y a tantas y tantas piezas menudas. Casi sería más fácil inventariar lo que no hay.

Julio José Ordovás, que estrena una novela autobiográfica, ‘Castigo sin dibujos’ (Xordica, 2023), y ha firmado uno de los más bellos homenajes a Zaragoza, en ‘El peatón sentimental’ (Xordica, 2021), ha escrito de este bazar tan especial y particular con fascinación: “En Zaragoza, no tenemos una tienda de magia, pero sí una tienda mágica, y casi tan venerable como la barcelonesa El Rey de la Magia. A la sombra de la torre de la Magdalena, entre el callejón del Órgano y la calle de las Cortesías, Quiteria Martín sigue alegrándoles la vida, generación tras generación, a esos locos bajitos, como los definió Miguel Gila, que no paran de joder con la pelota, con preguntas inconvenientes y con su lógica irrebatible. La Quiteria es la cueva de Alí Babá con la que sueñan todos los niños y Carlos Calvo, en la actualidad, el engominado genio de la lámpara que hace sus sueños realidad por unas pocas monedas. Los niños y él se entienden a la perfección porque hablan el mismo idioma”. 

Con su gran imaginación poética ha ensayado otra descripción: “El gallo de la Magdalena cree que su barrio, como el Gancho, es una reserva india y aguarda con impaciencia el momento de desenterrar el hacha de guerra. En la Quiteria hay armamento y munición suficiente (arcos, flechas, bengalas, bombetas, bombas fétidas…) para derrotar al Séptimo de Caballería”. Con el citado Carlos Calvo, han trabajado en ese espacio sus hermanos Pilar y Pedro.

Esther Rubio, hija de Quiteria Martín, y su hijo Carlos Calvo, ante la fachada de la tienda.
Esther Rubio, hija de Quiteria Martín, y su hijo Carlos Calvo, ante la fachada de la tienda.
Archivo Calvo/Quiteria Martín.

Ordovás, requerido por HERALDO.ES, se centra específicamente en Esther Rubio, fallecida hace muy poco: “A mí me emocionaba verla barrer todas las mañanas la Calle Mayor. Ha sido la última dueña de un comercio zaragozano en hacerlo -señala-. Trabajó hasta que no pudo más. Era una mujer admirable, la gran señora de la Magdalena”. El cinéfilo Luis Alegre es algo más que un merodeador de ese espacio: “Es un comercio bellísimo, lleno de historia, de solera, de sabor, de encanto. Es muy bonito y emocionante que, 102 años después de nacer, mantenga su aspecto, su esencia. Todo ha cambiado y dado varias vueltas de campana, pero Quiteria Martín, sigue ahí, imperturbable. Entrar en esta tienda tiene algo de maravilloso viaje en el tiempo”, nos dice. Y no tarda en realizar el retrato de su dueña. “Esther Nieto, la hija de la fundadora, era una mujer muy cálida, tierna, entrañable, acogedora. Su personalidad invadía la tienda entera. Ella se ha ido de este mundo, pero su hijo Carlos Calvo, que adoraba a su madre, lleva 30 años empeñado en que Quiteria Martín nos sobreviva a todos”. 

Otro tanto suele decir el pintor Eduardo Laborda, que frecuenta el lugar y era buen amigo de Esther Rubio y sobre todo de Carlos, al que llama ‘el Quiterio’ y le dedica algunas páginas en su libro zaragozano ‘La ciudad sumergida’. “De Esther Rubio lo que más me impresionaba era su energía desbordante. La asocio al local, claro. Siempre estaba allí, era el alma de la tienda. Era simpática, cariñosa, amable, muy buena comerciante. Sabía tratar a la gente. A mí me gustaba mucho comprar pipas, obleas, barquillos, y alguna vez me han reservado uno de los emblemas de la tienda: el pipo fumador, un moñaco que aparecía en ‘Luces de la ciudad’ de Charles Chaplin”, dice el artista.

“¿Esther Rubio? A mí me emocionaba verla barrer todas las mañanas la Calle Mayor. Ha sido la última dueña de un comercio zaragozano en hacerlo. Trabajó hasta que no pudo más", recuerda Julio José Ordovás

Carlos, que ha montado un éxitoso bar en la zona, también es un personaje muy zaragozano, asiduo colaborador de ‘El pollo urbano’ y un enamorado permanente de la capital del cierzo; podría decir con Labordeta, “La amo, la odio, le tengo un cariño ancestral”. Luis Alegre revela: “Carlos Calvo es, además, muy buen escritor, cultísimo, cinéfilo y gran conversador. Me encantan los capazos que me cojo con Carlos apoyado en el mostrador de esa tienda. Carlos ha introducido el espíritu del Café Gijón dentro de una tienda de chuches, juguetes, periódicos y revistas”.

Ha sido el propio Carlos quien mejor ha narrado la historia de este arsenal de maravillas, que ha tenido diversos y muy literarios antecedentes, dominados siempre por su abuela, Quiteria Martín, que se quedó viuda pronto de su marido, torero, y que creyó en sus sueños y, más que el dinero, buscó ciertos grados de felicidad para los otros y para sí misma. “Los que van detrás del dinero siempre fracasan. Tú hazlo bien y el dinero vendrá solo, y nunca te faltará de nada”, le dijo un día a su nieto.

La fachada de un establecimiento que surgió en 1921 y que se trasladó tras la Guerra Civil a la Magdalena.
La fachada de un establecimiento que surgió en 1921 y que se trasladó tras la Guerra Civil a la Magdalena. Con ese epígrafe descriptivo: "Almacén de juguetes. Fábrica de dulces".
Archivo Heraldo.

La historia de Quiteria Martín comenzó en 1897, cuando su padre se trasladó desde Remolinos a Zaragoza y creó una fábrica de dulces en la calle Boterón. “Mi abuela, posteriormente, vendía los caramelos por las calles, hasta que se casó a los diecinueve años y montó una fábrica en la calle del Gallo, en el número uno, el único existente, ya que se trataba –y se trata- de la calle más corta de Zaragoza. En 1921 murió mi abuelo y mi abuela se trasladó a la calle de las Cortesías, y allí montó una fábrica de dulces y un tostadero de frutos secos, en dos locales colindantes”. Quiteria y sus tres hijas fabricaban caramelos, tostaban almendras, pipas y avellanas. Y aquella mujer se hizo acreedora al alias de 'La caramelera de la estación'. “Vendía sus productos allí, para los que iban y venían de los trenes. Lo mismo hacía a las puertas de los teatros y cinemas, antes de que existiesen los llamados ambigús”, cuenta su nieto.

“De Esther Rubio lo que más me impresionaba era su energía desbordante. La asocio al local, claro. Siempre estaba allí, era el alma de la tienda. Era simpática, cariñosa, amable, muy buena comerciante", dice Eduardo Laborda

Tras la Guerra Civil, se abrió la tienda de la calle Mayor, glosada por Luis Alegre, Julio José Ordovás, Eduardo Laborda y Pepe Melero, y algunos más. Y aún abriría otra tienda, de tamaño más reducido, en la calle Pignatelli, cerca del Parque de Bomberos, en este caso especializada en tebeos, periódicos, revistas, libros, calendarios. Como Quiteria Martín era algo así como una feminista empoderada sin saberlo, que jamás pidió créditos y que llegó a tener su habitación en la propia fábrica, aún fundaría otro tienda Quiteria Martín, en la calle San Pablo, que también tiene muchas anécdotas: allí se forjó su hija Esther Rubio y contaron con una dependienta que se haría muy célebre: la joven Lorenza Pilar García Seta, que sería luego la ‘prima donna’ de la Ópera de Berlín y una de las voces más personales y bellas de la música bajo el seudónimo de Pilar Lorengar. Entre los clientes, su abuela le contó que acudían dos cineastas como Luis Buñuel, imaginamos que antes de la Guerra Civil, y en la posguerra José Luis Borau, director de ‘Furtivos’ y Premio de las Letras Aragonesas.

“Decía mi madre de su madre que fue la primera mujer feminista que conoció, que desde 1921 tenía toda la documentación de las fábricas a su nombre y, posteriormente, cuando llegó la guerra fratricida, el azúcar lo daban racionado y a ella no le quisieron dar el cupo porque era mujer. Quedó, pues, sin materia prima para fabricar sus dulces y montó la de dios. Esto es, se enfrentó con todos, con los sindicatos de entonces, con el gobernador, diciendo que ella pagaba como un hombre. Al final, lo consiguió. Se comenta en la familia que hasta ese momento le traían de ‘extranjis’ sacos de azúcar desde el sur de Francia”.

Uno de los anuncios de Quiteria Martín, instalada ya en la calle Mayor.
Uno de los anuncios de Quiteria Martín, instalada ya en la calle Mayor, en la que se anuncian también sus sucursales.
Archvio Quiteria Martín.

Aquella suerte de Mamá Grande, de García Márquez, ha dejado una gran impronta en su hija Quiteria y en sus nietos Pedro, Pilar y Carlos. “Todo nos lo pagó cuando éramos niños: la casa y el colegio, la ropa y el alimento”, recuerda Carlos. Al evocar a ese niño asombrado y curioso que fue, dice: “Aquella fue una época en la que me gustaba entrar en el negocio familiar, una juguetería, para mí, grande y bien surtida, como una suerte de cueva del tesoro. Me gustaba entrar en ella, con sus trenes, soldados, escopetas, caballos de cartón, juegos reunidos Geyper, el cine Exin, el escalextric. Era el lugar más fascinante del mundo”.

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