feria del pilar

Pleno de inválidos de El Risco

Fiasco del hierro salmantino después de que la corrida de El Vellosino desapareciera. Sin opción de triunfo

Desplante de López Simón ante un zambombo de El Risco.
Desplante de López Simón ante un zambombo de El Risco.
Rubén Losada

Hay corridas que te reconcilian con el espectáculo y otras que enfadan antes de empezarlo. Después de dos tardes íntegras, de toros importantes de vuelta al ruedo y mucho contenido, este jueves tocó padecer.

El Vellosino hizo honor a su fama. Corrida entera –sí, entera– rechazada en el control de por la mañana, y en sustitución un ganado, el salmantino de El Risco, de escasas garantías de embestir por la tarde.

Toros tan voluminosos y hondos como vacíos de poder. Toros tan armados como escasos de raza. Toros de cortes –si acaso– que no aguantaron los tres tercios, que declararon su invalidez de entrada y dieron al traste con cualquier posibilidad de triunfo.

Tarde insulsa donde las haya. Faenas estériles de Alberto López Simón, Álvaro Lorenzo y Alejandro Marcos. Toreros mustios y sin adversarios. Muy mal negocio. Como el de la empresa con los portes y los sobreros.

Este jueves vimos el quinto de lo que llevamos de feria. Secador no se sostenía, fue un inválido manifiesto de salida, y al presidente José Antonio Ezquerra no le quedó más remedio que hacer asomar el pañuelo verde.

Otra vez Moisés Fraile al rescate. El remiendo de El Pilar trajo un halo de esperanza al tendido. Hizo el avión en la capa; empujó más que el resto en el caballo; pero todo quedó en nada las manos de un superado Alejandro Marcos.

La faena era de pronto y en la mano. De aquí y ahora ante un toro encastado que se quedaba corto y sabía lo que se dejaba detrás. Y el de la Fuente de San Esteban no tuvo mando, asentamiento, ni acierto con la espada.

Dejó pasar lo más potable del encierro antes de topar con un toro imposible, como el resto, frente al que abrevió. Y más tendría que haberlo hecho, en un festejo de faenas eternas sin argumento.

La primera de Alberto López Simón se hizo interminable. El animal no tenía fondo, emoción, ni recorrido. El arrimón no fue más allá de verle enclavado entre esas dos perchas, en un afán insustancial.

Luego, ante el cuarto, brindado a Jesús Arruga y Vicente Osuna, tampoco hubo mucho que hacer. El toro no tenía ni medio muletazo. Le costaba un mundo pasar. Siempre viajaba reservón y cruzado. Tan imposible como lote que enfrentó Álvaro Lorenzo.

Su primero, el de mejores hechuras del encierro, echaba la cara arriba al término de cada muletazo. Protestaba -o se caía- cuando se le exigía mínimamente por abajo. Salía desentendido de cada embarque, incapacitando el lucimiento.

Frente al otro, alargó hasta la saciedad una faena basada en la mano derecha. El animal, Brusco de nombre y de condición en sus 622 kilos, bien pudo ser devuelto. Se salvó por disimular el segundo puyazo y topar con dos buenos lidiadores como son Andrés Revuelta y Curro Javier.

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