zaragoza

Adiós a uno de los últimos sastres de Zaragoza tras más de 50 años

El zaragozano Luis Javier Montoya ha decidido colgar definitivamente la cinta métrica y traspasar la mítica sastrería LJM.

Luis Javier Montoya deja su negocio de sastrería después de más de medio siglo.
Luis Javier Montoya deja su negocio de sastrería después de más de medio siglo.
C. I.

La historia del aragonés Luis Javier Montoya es una de esas que ya no se encuentran con facilidad hoy en día. Con tan solo 9 años comenzó a dar sus primeras puntadas en una sastrería de su pueblo, Maella, donde nació hace 65 años. Por aquel entonces habría unas cuatro o cinco sastrerías tan solo en esta pequeña localidad zaragozana. Era un oficio, destaca, de moda; en el sentido más amplio de la expresión.

Hoy, 56 años después de probar suerte con la aguja y colgarse la cinta métrica al cuello por primera vez, el maellano ha decidido jubilarse y traspasar su Sastrería LJM, ubicada en la calle de Mariano Escar, en las proximidades de la plaza de Los Sitios. “No ha sido una decisión fácil. Lo estoy pasando mal, pero es algo que debo hacer. Quiero pasar más tiempo con mi familia, con mi mujer y mis tres nietos”, admite profundamente emocionado.

Pero, ¿cómo llegó hasta este pequeño local de apenas 20 metros cuadrados hace aproximadamente 15 años? “Fui a hacerme el pantalón para mi comunión con el sastre Luis Rufat, en mi pueblo, y me gustó tanto que me quedé. Estuve en el pueblo hasta los 20, cuando decidí viajar a Barcelona para formarme”, rememora. Allí se sacó tres títulos: sastrería a medida, corte y confección y patronaje, diplomas que hoy luce con orgullo sobre las paredes de su pequeño habitáculo. “Al volver abrí una sastrería en Caspe, donde comenzaron a llegar muchos clientes de Zaragoza. Fue esto lo que me animó a trasladarme aquí definitivamente”, admite.

Entre el local y sus talleres confeccionan pantalones, trajes, chalecos, corbatas, pañuelos. “Todo lo que incluye la moda de caballero excepto camisas, que nos las hace un camisero de Madrid”, asevera Montoya mientras se afana en repasar con la plancha un chaleco blanco con botones de colores, “vienen a recogerlo esta tarde”, insiste. También vende zapatos castellanos -hechos a mano- y cinturones. Un servicio completo, artesano, a medida y, advierte, en riesgo de desaparición. Con el cierre de esta sastrería Aragón pierde a uno de sus últimos sastres: “Los que quedamos podrían contarse con los dedos de una mano, y me sobrarían”.

La sastrería de Luis Javier Montoya se sitúa junto a la plaza de los Sitios.
La sastrería de Luis Javier Montoya se sitúa junto a la plaza de los Sitios.
C.I.

Adentrarte en esta sastrería de estilo inglés, en la que predominan la madera, el parqué y los colores sobrios, supone retroceder a aquellos momentos en los que el de sastre era un oficio con futuro. Una vez pasada la entrada, donde Montoya recibe a sus clientes y mantiene una breve charla con ellos, se accede a la parte de taller, en la que vemos la tabla de planchar, un maniquí, varias cintas métricas, cuellos y puños de camisa y trajes que reposan en sus perchas, esperando a ser recogidos. “Aquí hacemos lo que se llama el esqueleto -una suerte de prensa intermedia-, que es la primera fase de la pieza. De allí irá a talleres donde se finalizará el trabajo”, explica.

Ser sastre es un arte

Finalizar un traje de caballero a medida realizado de manera artesanal conlleva más de 40 horas de trabajo. En cuanto al precio, puede oscilar entre los 560 y los 1.800 euros. “Dependerá sobre todo del tejido elegido. Los materiales determinan todo, la mano de obra es la misma”, añade. Como explica el sastre zaragozano, ser sastre es un arte. “Creamos algo desde cero, con nuestras manos, con los materiales, tejidos e hilo. Cada pieza es única e irrepetible. No existen dos trajes iguales”, asevera.

Sin embargo, en agosto decidió que era el momento de colgar la cinta métrica definitivamente. “Estoy cansado. Hace dos meses llegó mi tercer nieto. Tengo otro de ocho meses y una niña de cuatro años. Quiero pasar más tiempo con ellos y, si puedo, ceder mi testigo a alguien que sienta pasión por este oficio que tanto amo”, reflexiona.

Mientras aparece esta persona, Montoya continúa haciendo lo que más le gusta, y piensa en el pequeño taller que mantiene en Maella, donde espera pasar largas horas confeccionando por hobby, porque es algo que sabe que nunca dejará del todo. “Echo la vista atrás y aunque ha habido momentos complicados, estoy orgulloso de todo lo que hemos superado”, relata.

A su mente vienen enseguida los peores meses de la pandemia, en los que tuvo más de 100 trajes paralizados en el taller. “Fueron momentos muy complicados, pero ahora estamos superados. Hay clientes que adquieren ocho trajes al año, abogados o gente de negocios que necesita ir cambiando”, relata. También quienes, como el joven Nacho, deciden hacerse un traje único para el día de su boda. “Sorprenderles, hacerles felices y acompañarlos en momento así ha sido todo un regalo. Quiero dar las gracias a todas las personas que han confiado en mí todos estos años, gracias”, afirma. En cuanto a la vida, “tal vez ha sido sacrificada, pero ha merecido la pena”.

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