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Un acusado de abusar de la hija de su pareja en Zaragoza se enfrenta a 12 años de cárcel

La menor ratifica que los abusos de su padrastro se prolongaron desde los 10 a los 15 años y el procesado lo niega.

El juicio se celebró en la Audiencia Provincial de Zaragoza.
El juicio se celebró en la Audiencia Provincial de Zaragoza.
raquel

Los menores abusados sexualmente tienen grandes dificultades en denunciar lo que les sucede, sobre todo si los abusadores pertenecen a su entorno familiar más cercano, como suele ser en un alto porcentaje de los casos. Los detonantes que les hacen dar el paso para contarlo son muchos y variados, y así se pone de manifiesto en cada juicio que tiene lugar en la Audiencia Provincial de Zaragoza, que prácticamente es uno o dos cada semana, sin contar las agresiones sexuales a mayores de edad.

En la vista oral celebrada este viernes, la víctima, una chica que ahora tiene 16 años, contó por primera vez lo que su padrastro le estaba haciendo a un amigo de su misma edad. «Me armé de valor y se lo dije», manifestó. Su confesión provocó que el adolescente no dudara ni un momento y se lo dijera al padre biológico de la joven. A partir de ese momento, fue la menor la que dio el paso de confesárselo a su madre y denunciar.

La chica, a preguntas del presidente de la Sección Tercera, José Ruiz Ramo, relató con detalle a la Policía que la pareja de su madre entró en su vida cuando ella era una niña de dos años y medio. Hasta que cumplió los 10 años, el hombre (cuyo nombre se omite para no identificar a la menor indirectamente) se comportó como un padre «cariñoso» que la educó «bien». Él era quien le daba los caprichos o regalos que su madre le negaba cuando no sacaba buenas notas o no hacía los deberes.

La pareja empezó a convivir en 2012 y tuvo otros dos niños, varones, que ahora tienen 4 y 9 años. Según la adolescente, el acusado comenzó con tocamientos y fue in crescendo conforme ella entraba precozmente en la pubertad y crecía. De los tocamientos pasó a las felaciones y de ahí a las penetraciones. En ningún caso empleó la violencia, pero sí el prevalimiento, es decir, aprovechándose de su superioridad, relación de confianza y parentesco.

La denunciante contó que la chantajeaba prometiéndole regalos, como collares, anillos o dejándole su móvil cuando su madre se lo quitaba. Los abusos se cometían siempre, explicó, cuando su madre o su abuela se llevaba a sus hermanos a la calle a jugar. Al revelar a su progenitora lo que le estaba ocurriendo, dio tres detalles que a la mujer le abrieron los ojos y creyó desde el primer momento a su hija: el hombre tiene la costumbre de bajar las persianas cuando mantiene relaciones; dice unas frases muy concretas y le gusta el sexo anal (aunque con la niña solo llegó a intentarlo). Para ella esto fue definitivo. El acusado, por su parte, dijo que todo era mentira y atribuyó la denuncia a un enfado de la adolescente.

Dos psicólogas que entrevistaron a la menor dijeron que no pudieron hacer el informe de credibilidad porque se negó a contarles nada. «Nos dijo que ya lo había explicado muchas veces», indicaron. Esto no fue óbice para que la representante de la Fiscalía y la acusación mantuvieran sus tesis y solicitaran para el procesado 12 años de prisión por un delito continuado de agresión sexual con la agravante de prevalimiento. La defensa solicitó la absolución.

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