zaragoza

Emprender a los 63… como única salida

Roberto Bernasconi y Caterina Agostinelli se encuentran tras el proyecto de Frutos Secos El Bosque. Un establecimiento con alma, y mucha historia.

Roberto Bernasconi y Caterina Agostinelli, en su tienda.
Roberto Bernasconi y Caterina Agostinelli, en su tienda.
C.I.

La del establecimiento zaragozano de Frutos Secos el Bosque es una de esas historias que merece la pena ser contada. Aunque breve, pues apenas tiene un año de vida, este proyecto nace gracias a la ilusión y las ganas de Roberto Bernasconi y Caterina Agostinelli. Dos venezolanos que llegaron a la capital aragonesa huyendo de la complicada situación político-económica que atraviesa el país.

Después de verse obligados a dejar atrás toda una vida, en 2017 llegaron a España en busca de un mejor futuro, sobre todo para sus hijos Fabio (33) y Aldo (30). Fue un 22 de septiembre gracias a un amigo de la familia que les recomendó la ciudad para empezar de cero. “Y no nos hemos equivocado”, admiten, sonrientes. “Salir de nuestro país fue verdaderamente dramático. Lo primero porque no es algo que hagas porque quieras. Lo segundo porque nos tocó empezar de cero con 60 años”, admiten.

Tras más de 40 años dedicados al mundo de la banca, se encontraron con varios problemas, sobre todo con que aquí, no eran nada. “Hemos trabajado de todo, de reponedores, vendedores, comerciales, y en tiendas de todo tipo… ¡en una aguantamos tan solo tres días!”, comenta entre risas Caterina. Porque habrá sido duro, desde luego, pero ni siquiera eso les quita la sonrisa. También aprovecharon estos meses para hacer labores de voluntariado en Cruz Roja, dando clases o cuidando niños. “Era una manera de sentirnos útiles”, admiten.

Todos los productos se venden a granel.
Todos los productos se venden a granel.
C.I.

Porque tratar de empezar a los 60, aseguran, es prácticamente una misión imposible. “Toda nuestra vida hemos trabajado como analistas de sistemas informáticos en el área de la banca y los seguros. Pero por esa vía, en otro país, no íbamos a lograr nada”, añade Caterina. Tocaba reinventarse. Empezar de cero.

Así, tras más de un año sin encontrar un empleo que se adaptase a su realidad, y con una pandemia mundial como escenario principal, decidieron emprender, como única alternativa, gracias, eso sí, a los ahorros de los que todavía disponían. “Lo que teníamos claro es que no habíamos venido a ser un estorbo. Ambos nos sentíamos con ganas de trabajar y de hacer cosas”, rememoran.

Frutos Secos El Bosque se encuentra en el Paseo de Cuéllar.
Frutos Secos El Bosque se encuentra en el Paseo de Cuéllar.
C.I.

Ahora, lo que tocaba era decidir sobre aquello en lo que emprendían. “Después de darle muchas vueltas, nos decantamos por algo de alimentación, pero queríamos buscar algo distinto y que nos trasladase al formato de antaño, a la tienda de toda la vida, algo que con la pandemia había vuelto a ponerse a la orden del día”, explica Caterina. Así, en diciembre de 2021, abre sus puertas Frutos Secos El Bosque. En un local que hace chaflán en el 29 de Paseo Cuéllar, encontramos este establecimiento en el que todo, absolutamente todo, se vende a granel.

En el interior de este colmado hay una amplia variedad de frutos secos, frutas deshidratadas, legumbres, especias, harinas, cereales, cafés, infusiones y tés a granel, miel e incluso hierbas medicinales, además de un despacho de pan, el cual se hornea en el momento. Un proyecto familiar, reivindican, que ha contado con el apoyo “fundamental” de la Fundación El Tranvía, a través de su programa de Autoempleo: “Sin ellos, nada de esto habría sido posible. Cuando nadie nos miraba, ellos nos dieron las herramientas para recuperar la ilusión y salir adelante, que era lo único que queríamos”.

"Decidimos apostar por una selección de productos que no se encuentran en cualquier sitio, con un concepto encaminado hacia lo saludable y lo natural"

“Decidimos apostar por una selección de productos que no se encuentran en cualquier sitio, con un concepto encaminado a lo saludable y lo natural”, especifican. En los cientos de tarros de cristal que se amontonan en sus estantes, se encuentran productos tan curiosos como arroz verde vietnamita o basmati rosa -más conocido como el arroz del amor o la felicidad, utilizado en las bodas hindúes-, sal vikinga, sal amarilla o negra de Hawái -que cuenta con carbón activo entre sus ingredientes- o especias llegadas de rincones de todo el mundo como el Shichimi Tougarashi, una mezcla de especias muy popular en Japón.

Hoy, han logrado hacerse un hueco no solo en el barrio, sino en buena parte de la ciudad debido a su original y exótico producto. De hecho, abren de lunes a domingo, sin descanso. “Desde el minuto uno, el barrio se volcó con nosotros. Ha sido un regalo elegir este sitio”, admite Caterina. 

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