El desescombro en la calle Moneva reaviva la nostalgia (y el apetito) de los zaragozanos

Hace quince años convivían en esta céntrica calle el Calamar Bravo, la Mejillonera, la Nicanora y otros muchos locales por los que llegó a pasar, incluso, Felipe VI cuando recibía instrucción en la Academia.

Los restos de la barra y la cocina del antiguo Calamar Bravo, al descubierto por las obras.
Los restos de la barra y la cocina del antiguo Calamar Bravo, al descubierto por las obras.
Heraldo

Los baldosines azules y blancos de lo que fue el antiguo local aún asoman entre hierros, piedras y grúas que vienen y van. Asoman en la calle Moneva y también en las redes sociales, donde los zaragozanos más nostálgicos identifican lo que fue el antiguo Calamar Bravo, antes de su traslado a la calle de Cinco de Marzo en 2009. Otros discuten si aquel era el local del Tropicana o el de La Nicanora, pero -en todos los casos- coinciden en que en esta pequeña y céntrica calle, son apenas 63 metros, pasaron horas y horas haciendo fila o apostados en la barra de algún garito, con su buena ración de calamares o su bocadillo de pollo con salsa picante.

Hace ahora 13 años que varios edificios de la calle de Juan Moneva fueron declarados “ruina inminente” y tuvieron que ser apuntalados. Después, en abril de 2009, se produjo incluso un importante desplome de cascotes, afortunadamente sin consecuencias, que evidenciaron la necesidad de sanear toda la manzana. Se llevaba tiempo esperando el derribo de los números 5, 7 y 9 de la calle, que se ha ido produciendo a lo largo de meses dado que se ha tratado más de un “desmontaje controlado” que de una demolición. Estos días no son pocos los curiosos que se acercan para ver el desescombro y, entre las vallas, rememorar algunas escenas de juventud.

Una de las estructuras que ha quedado a la intemperie es la del antiguo local del Calamar Bravo, que abrió sus puertas en Moneva en 1967 y cuyas paredes podrían contar infinidad de historias de varias generaciones. Unos pocos metros más allá se ve el ‘hueco’ que ocupó también La Mejillonera, uno de los últimos supervivientes que cerró en Moneva, en el número 3, y cuyo nuevo local se ubica también en Cinco de Marzo desde el año 2012.

El desplome que se produjo en abril de 2009 y precipitó el cierre de los locales.
El desplome que se produjo en abril de 2009 y precipitó el cierre de los locales.
Heraldo

¿Quién no ha matado el hambre en alguna ocasión en esta pequeña pero conocida calle? Incluso el rey emérito Juan Carlos I y, sobre todo, Felipe VI, cuando estaba en la Academia General, acudía con asiduidad a comer -según cuentan las crónica de aquellos años- y solían pedir sepia o hamburguesa. Estos locales también eran frecuentados por muchos actores famosos, sobre todo, cuando estaba en funcionamiento el Teatro Argensola, a escasos metros de la calle Zurita. Paco Martínez Soria era uno de los habituales de La Nicanora, donde siempre pedía borrajas. Este establecimiento, por cierto, se mudó a Moneva en 1966 y fue el primero en abrir sus puertas. No obstante, ya era de los más enraizados en la ciudad pues fue fundado como casa de comidas en 1928, a pocos metros, en la esquina de Sanclemente que hoy ocupa el Jalos. A La Nicanora le siguió el Calamar Bravo y la Mejillonera en 1967, mientras que La Tropicana llegaría una década más tarde y el Pollo Bravo lo haría en 1980. La última incorporación fue La Viera, que una importante reforma de un local, abrió en 2002, poco antes de que comenzara el declive en la zona.

Las viguetas verdes, que corresponden a La Tropicana, se adivinan entre los escombros.
Las viguetas verdes, que corresponden a La Tropicana, se adivinan entre los escombros.
José Miguel Marco

La calle Moneva fue sufriendo desde 2007 un goteo de cierres que se llevó por delante a los antiguos locales, si bien muchos negocios lograron hacer las maletas y mudarse. La crisis económica de aquellos años fue uno de los motivos del cierre, pero los problemas urbanísticos de los inmuebles que los albergaban, que no habían recibido los cuidados ni el mantenimiento precisos, resultaron definitivos. José Luis Yzuel, que entonces presidía la Federación de Empresarios de Hostelería, recuerda que se juntaron muchos factores como la aciaga etapa económica, las traumáticas obras del tranvía o la adopción de la ley antitabaco, que hizo mella en muchos negocios. Cuando abrieron estos locales, casi todos a finales de la década de 1960, una ración costaba ocho pesetas y una caña dos, pero cuando cerraron hace más de quince años ya había llegado el euro y, según atestiguan los carteles a sus puertas que se ven en las fotos de hemeroteca, la ración ya rondaba los 2,50 €.

La calle aglutinó durante años una oferta gastronómica rápida y barata.
La calle aglutinó durante años una oferta gastronómica rápida y barata.
Heraldo

Por media España aún se recuerda esta calle, junto al Tubo, como la de tapeo de Zaragoza y, de hecho, los propietarios de los locales solían presumir de que cuando viajaban a otras ciudades “nos cogían taxistas que habían hecho la mili en Zaragoza y recordaban que venían aquí a comer bocadillos”. Estos bares hicieron de la calle un emblema de la ciudad y un atractivo para los turistas, dado que llegaron a aparecer en guías de viaje junto a otros establecimientos clásicos como La Republicana o El Fuelle.

Muchos zaragozanos, en los hilos de Twitter y también al abrigo del caso del McDonals en el Elíseos, han ido recordando estos días otros locales clásicos zaragozanos que les evocan la juventud o la infancia y que forman parte de la historia gastronómica de la ciudad. Así, han vuelto a saltar a la palestra el Café (más bien chocolatería) Ceres, que cerró en Independencia en 2003, o el añorado Las Vegas, por el que pasó la crema y la nata de la intelectualidad, dado que estaba a pocos pasos del Teatro Principal: Antonio Gala, Gutiérrez Caba, Nuria Espert o el bailarín Rudolf Nureiev se contaban entre sus clientes. El Ambos Mundos, el viejo Espumosos de Independencia o el Gran Café Zaragoza, el de la antigua joyería Aladrén -en el que, por cierto, hay nuevo proyecto-, son otros de los que se echan en falta en este paseo por los clásicos de la ciudad. La historia de muchos de ellos, por cierto, es accesible gracias al libro de Mónica Vázquez Astorga ‘Cafés de Zaragoza. Su biografía, 1797-1939’, editado por la Institución Fernando el Católico de la Diputación de Zaragoza y que glosa este tipo de establecimientos desde su fundación, en el siglo XVIII, hasta el final de la Guerra Civil.

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