Pablo D'Ors: "Sin silencio, las palabras no se escucharían"

El sacerdote y escritor Pablo D’Ors (Madrid, 1963) participa en el XV Encuentro Regional de Cofradías Penitenciales de Aragón.

El sacerdote y escritor Pablo D'Ors, fotografiado esta semana en Madrid.
El sacerdote y escritor Pablo D'Ors, fotografiado esta semana en Madrid.
Enrique Cidoncha

El madrileño Pablo D'Ors (1963) es autor de 'Entusiasmo', 'El estreno', 'Contra la juventud' o 'La biografía del silencio'. Este sábado participa en el XV Encuentro Regional de Cofradías Penitenciales de Aragón, organizado por la Cofradía de la Nuestra Señora de la Piedad y del Santo Sepulcro.

¿Cómo definiría a Pablo d’Ors?

Soy una voz que clama en el desierto. En esta autodefinición, de resonancias proféticas, son importantes las dos cosas: la voz y el desierto, es decir, la palabra y el silencio, la expresión y la experiencia, la poética y la mística, la literatura y la religión… Esta es la tensión, hoy felizmente resuelta, que mejor explica mi identidad.

¿Y qué significa la palabra 'silencio' para él?

El silencio es la otra cara de la medalla de la palabra. Sin silencio, las palabras no se escucharían. Es la principal disciplina para que pueda existir todo lo demás. Somos silencio, pero no lo sabemos. Se ha convertido en una práctica espiritual fundamental. Donde no hay silencio, hay caos.

Por favor, un consejo para la vida. ¿Con qué refrán me respondería?

Mira amorosamente tus sombras.

¿Qué me quiere decir?

Primero, de qué se trata: de mirar, de escuchar, de percibir… Sin receptividad, no hay oblatividad posible; nadie puede dar lo que no tiene. Lo prioritario es la contemplación. Una acción que no derive de la contemplación tiene todas las papeletas para convertirse en activismo y huida. Lo segundo, cómo mirar: amorosamente, esto es, atentamente. La atención es la madre de todas las virtudes. Nuestra principal amenaza es la dispersión. Tercero, las sombras. Hay que mirar lo oscuro para poder redimirlo y arrancarle su secreto, que no es otro que lo luminoso. Una sombra es una luz que todavía no lo sabe.

¿En este tiempo de cree qué nos tendríamos que contagiar?

De humildad primero. De entusiasmo, después. Sin la actitud discipular, propia de los humildes, no hay nada que hacer. Humildad es andar en verdad, y la verdad debe ser tanto el punto de partida como el de llegada. Toda búsqueda espiritual auténtica te conduce al entusiasmo, o sea, a estar encendido por dentro. Tenemos y somos luz. El entusiasmo es la actitud de las personas realizadas.

Las redes sociales están repletas de mensajes motivadores… ¿Pese a tanto bullicio hay lecciones?

Dios se esconde en todas partes, sobre todo donde menos pensaríamos que podría esconderse.

Cuando somos receptores de tantos mensajes a través de tantos canales, ¿es más complicada la contemplación?

Sí. Ser contemplativo se ha convertido hoy en, prácticamente, un acto de heroísmo. Tantos más estímulos recibimos, mayor es la necesidad de retirarnos, relajarnos y recogernos, que son los tres verbos con los que defino la práctica meditativa. A mayor exterioridad, mayor necesidad de interioridad. Si un coche no se apaga nunca, se quema. Eso es exactamente lo que nos sucede a nosotros.

Medita, ¿qué le ofrece?

Autoconocimiento. Se medita para conocerse. Sólo si nos conocemos nos amamos, pues nadie pueda amar lo que no conoce. Si nos amamos, podemos amar a los demás, pues nadie puede dar lo que no tiene. Si amamos a los demás, en fin, nos enteramos de qué va la vida. Así que, en última instancia medito para vivir.

¿Cuál es la receta idónea para meditar bien?

No hay recetas. Pero si tuviera que dar una sería encuentra a un maestro. Sólo he crecido espiritualmente, es decir, como persona, cuando he tenido un maestro. En la meditación no puedes ser autodidacta. Es una transmisión de persona a persona, de testigo a testigo. No son conocimientos o técnicas, sino la experiencia de estar vivo; y a estar vivos nos enseñan sólo los que están vivos.

Con la pandemia, ¿ha cambiado el proceso de la meditación?

Lo he intensificado, puesto que disponía de más tiempo; también porque las amenazas eran mayores: más incertidumbre, más angustia, más miedo, más necesidad de ir a nuestro centro, donde no hay incertidumbre, sino certeza, donde no hay angustia, sino paz, donde no hay miedo, sino confianza. Ha sido una gran oportunidad de crecimiento espiritual.

La erupción del volcán, la situación de Afganistán... ¿Cuál sería el ejercicio para los días de malas noticias?

Poner la mirada en las buenas noticias, que siempre son mucho más numerosas y mucho más verdaderas.

Sí. Ser contemplativo se ha convertido hoy en, prácticamente, un acto de heroísmo. Tantos más estímulos recibimos, mayor es la necesidad de retirarnos, relajarnos y recogernos, que son los tres verbos con los que defino la práctica meditativa. A mayor exterioridad, mayor necesidad de interioridad. Si un coche no se apaga nunca, se quema. Eso es exactamente lo que nos sucede a nosotros.

'La quietud o el silencio del cuerpo' es la charla que impartirá en Zaragoza, ¿qué hay detrás?

Quisiera animar a los cofrades, esto es, consol arles y confortarles en la hermosa misión que han asumirlo. También quisiera hacer ver que el cristianismo es la religión del cuerpo (de Cristo), así como, por desgracia, la religión de la traición al cuerpo. Quisiera hacer ver que la quietud reduplica los efectos del silencio. Me siento muy honrado con su invitación.

Da charlas en todo el mundo, ¿qué le trasladan sus oyentes?

Sorprende la simplicidad. Sostengo que todo lo espiritual es sencillo y que sólo lo sencillo es espiritual. Sorprende que diga cosas tan elementales, que lo elemental sea lo esencial. Sorprende que se pueda hablar con ligereza de asuntos profundos. Y sorprende siempre, y gratamente, el buen humor.

Fue consejero del Pontificio de Cultura por designación del Papa Francisco.

El nombramiento me dejó sorprendidísimo, pues siempre he estado fuera de la carrera eclesiástica y no tengo ninguna ambición en este sentido. Fue por un quinquenio, de modo que ya no estoy en el Consejo. A efectos prácticos, salvo contadas excepciones, estos cargos son meramente honoríficos. A mí me sirvió como aval ante compañeros que albergan ciertas reservas, totalmente infundadas, ante mí.

Definen que sus libros son de un estilo “cómico y lírico, espiritual y sensorial”. ¿Cómo lo consigue?

Una espiritualidad que no pase por los sentidos se desliza fácilmente por la pendiente de la ideología y del espiritualismo, que tanto mal ha hecho en las conciencias. Si nos tomamos el lirismo demasiado en serio, sin dejar una brizna a lo cómico, es decir a lo relativo, corremos el riesgo de la solemnidad. Y entre la solemnidad y el ridículo hay, como es bien sabido, un solo paso.

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