Pilar 2021

Carlos Escribano: "A esta ciudad la he tenido siempre presente"

El arzobispo de Zaragoza ha conocido varias Zaragozas a lo largo de su vida, y "siempre" se ha sentido muy bien acogido.

El arzobispo de Zaragoza, Carlos Escribano, destaca entre sus aficiones los paseos por el monte y el futbolín
El arzobispo de Zaragoza, Carlos Escribano, destaca entre sus aficiones los paseos por el monte y el futbolín
Guillermo Mestre

Carlos Escribano ha conocido varias Zaragozas a lo largo de su vida. La primera, de niño, está estrechamente ligada a las calles de Marcial y Moncasi, donde vivían su abuela y sus tíos. Aunque nació en Carballo, en La Coruña, pasó gran parte de su infancia en Monzón, viajando a menudo hasta la capital para ver a su familia. "Guardo muy buenos recuerdos, especialmente del ambiente que se generaba. Entonces no había ni autovía. Las carreteras eran muy malas, pero mi padre quería que mantuviéramos el vínculo. Durante muchos años, bajar a Zaragoza era sinónimo de fiesta. Íbamos a las ferias, pasaba horas con mis primos... Era todo magnífico", asegura.

De aquellos años recuerda también los vermús con sus tíos para las Fiestas del Pilar. "Luego, cuando he vuelto de mayor, las he vivido de otra manera. Quizá de un modo religiosamente más intenso, pero igual de bonito", agrega.

Para él, la Virgen ha sido "una referencia constante" a lo largo de su vida. "La Ofrenda es un momento precioso, siempre te produce admiración. Cuando volví a Zaragoza, ya como cura, recuerdo la algarabía que se formaba en la parroquia", explica. Esa segunda etapa comenzó cuando tenía 32 años. "Fue un tiempo precioso. Estuve 14 años en Santa Engracia y en el Sagrado Corazón, en el Centro. Fueron momentos de mucho trabajo y de mucho contacto con los feligreses", comenta. Durante esos años se encontró con gente "magnífica". "Me tocó vivir la ‘década prodigiosa’, un momento de esplendor económico. Había un gran optimismo en el entramado social, las cosas salían, se podían hacer muchos proyectos... Eso se contagiaba al hacer nuestro trabajo. Luego ya, la crisis de 2008 creó un mayor pesimismo, la gente tenía más problemas y vivía con más tensión para mantener sus puestos de trabajo", lamenta.

Durante esos 14 años llegó a fraguar una relación "cuasi familiar" con sus feligreses. "Iba creciendo con la vida de las familias, compartiendo sus experiencias y haciendo amigos para siempre", comenta.

Escribano ha tenido a Zaragoza "siempre presente". La ciudad que se ha encontrado a su regreso como arzobispo, no obstante, es "muy distinta". En el plano material, lo que más le ha llamado la atención ha sido el tranvía. "Cuando me fui no estaba en marcha, he tenido que acostumbrarme a sus virtudes y a lo que supone para el tráfico. Antes tenía los recorridos del bus en mi cabeza, pero ahora son totalmente distintos", indica.

Destaca, asimismo, la "idiosincrasia" de los zaragozanos. "La realidad de Aragón es muy compleja. Yo he vivido en las tres provincias y entre una y otra hay enormes diferencias. No tiene nada que ver un oscense de la Hoya, un turolense de la zona del Maestrazgo o un zaragozano de la ribera", expone. Entre las virtudes del territorio cita también la "retranca aragonesa". "Los aragoneses tenemos un sentido del humor muy peculiar. Mucha gente no lo entiende, pero a mí me parece enormemente creativo y gracioso. Dice mucho de las virtudes de los aragoneses, de nuestro tesón, de saber luchar contra la adversidad y recuperarnos", expone.

A su juicio, la capital tiene "un gran potencial". Dice que Zaragoza es mucha ciudad, y que "cuando uno vive aquí lo constata". "Hay que seguir sacándola adelante entre todos los zaragozanos, los retos son enormes", agrega. Y pese a considerarse un aragonés más, reconoce que a sus 57 años hay una cosa a la que aún no se ha acostumbrado: el cierzo. "Recuerdo cuando marché a Teruel, donde no había vivido nunca. Mis padres se quedaron aquí y mi madre, al ver el telediario, siempre se preocupaba por mí. Pero en Teruel nunca soplaba el viento y aunque las noches eran frías, por el día se estaba muy bien, mucho mejor que en Zaragoza. Estos últimos años he vivido en Logroño. Allí tienen un clima más húmedo. Sigue siendo el valle del Ebro, pero el clima es distinto y no tiene cierzo. Los veranos son menos severos que aquí. Aquí son muy duros, muy áridos", dice.

Paseos y futbolines

Los pocos huecos libres que Escribano tiene en su agenda los aprovecha para caminar. No lo hace solo por una cuestión médica, sino por convencimiento. Le gusta, sobre todo, salir al monte, aunque también recorrer la ciudad de arriba a abajo, desde la ribera hasta la Gran Vía, las Murallas o el Portillo. En su día a día, especialmente en anteriores etapas, solía aprovechar para conversar con la gente. "Quizá es una de las cosas que, cuando uno es obispo, tiene menos oportunidad de hacer: hablar de una manera más pausada con las familias. En una parroquia es lo propio. Ahí estás más metido en su vida, en lo que les pasa y en sus preocupaciones. Quizá el obispo, en este sentido, está un poco más alejado de esa realidad. Es pastor de todos, pero pastor de nadie en concreto", razona.

También tiene entre sus aficiones el futbolín, destacando sobre el resto las partidas jugadas con sus sobrinos. Aunque sus obligaciones como arzobispo le han hecho dejar este ‘hobby’ en un segundo plano, reconoce entre bromas que "todos tenemos un pasado". "Me descansa mucho, es un rato entretenido que crea mucha fraternidad y que a mí siempre me ha ayudado en mi tarea pastoral. Era un momento de distensión y relajo, pero también de hacer cosas con gente que te unían mucho, un momento muy divertido. En otras ocasiones he tenido más oportunidades", admite.

Para Escribano, el balance de estos primeros meses como arzobispo es "positivo", si bien reconoce que los retos que tiene ahora la Iglesia son grandes: "Estamos ante una realidad social que ha mutado. Eso exige de nosotros una gran creatividad; entender a la persona que tienes delante, las circunstancias en las que vive y su realidad social".

Como objetivos se marca, precisamente, buscar un diálogo eficaz con el contexto social. "Tenemos que conseguir que, a pesar de nuestras limitaciones, la gente pueda encontrarse con Cristo. Ese es nuestro gran reto", subraya.

En su opinión, la Zaragoza del futuro será "la que los zaragozanos quieran". "Hay un empuje social que irá definiendo eso que queramos que sea. A mí me gustaría que fuera una Zaragoza realmente solidaria y eso siempre es un reto. Tenemos que remar entre todos para que sea posible", apunta. Cree, en este sentido, que la Iglesia "puede aportar muchos elementos" de cara a conseguir estas metas. Como ejemplo pone la propia pandemia. "Hubo destellos muy solidarios, e incluso un sentimiento compartido en la población. Sería una pérdida si todo quedase reducido a intentar superar esta mala situación sin ser capaces de sacar la sabiduría y la enseñanza que ha tenido una circunstancia tan adversa para la sociedad", indica.

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