El Ángel de las bicicletas vive en el Gancho

Ángel de Arriba es muy querido en el barrio de San Pablo porque repara las bicis de personas sin recursos.

El Ángel de la bicicleta, en su taller del Gancho de Zaragoza.
El Ángel de la bicicleta, en su taller del Gancho de Zaragoza.
Francisco Jiménez

Quien transita a menudo por la calle de San Pablo de Zaragoza, en pleno corazón del barrio del Gancho, lo conoce como “Ángel, el de las bicicletas”. “Vienen muchos niños para que le apañen los frenos o las cadenas”, afirma Isaac, vecino que vive en un portal cercano. “No sabíamos muy bien lo que hace, pero imaginábamos que era algo de eso”, asegura. “Es una de las personas más modestas y humildes que conozco, su historia es conmovedora”, afirma Pilar Mesones, otra vecina de la calle.

Y es que Ángel de Arriba Martínez, salmantino de 66 años, lleva dos años reparando bicicletas a vecinos del barrio y, sobre todo, a personas sin recursos, pero sin hacer demasiado ruido. “Algunos me dan una propina y la mayoría me paga las piezas o los gastos, pero esto solo lo hago por entretenerme. Es mejor que andar todo el día pensando”, afirma.

Natural de Ciudad Rodrigo, nació un 7 de agosto de 1945 en una familia de agricultores. “Mi historia es la típica del hijo que se quedó en casa cuidando a su madre y, al final, ya no hice mi vida”, admite. Por eso, cuando ella falleció a los 101 años -hace más de dos décadas- decidió dejar la que hasta entonces había sido su vida y comenzar a viajar, tal vez para hacer todo lo que hasta entonces no había podido.

Al dedicarse durante más de 40 años a la agricultura y la ganadería, aunque sin formación reglada, se hizo “todo un experto mecánico”. “También regenté un bar en el pueblo, se llamaba ‘El paraje’”, rememora. De allí estuvo una temporada viviendo en Murcia, luego en Valladolid y, finalmente, decidió regresar a la ciudad en la que hizo la mili: Zaragoza. “Me quedé con las ganas de conocerla, es una capital grande, muy bonita, cómoda y con muchos jardines y parques”, opina.

El problema es que pronto sintió que pasaba demasiado tiempo solo. “Jubilado, sin trabajo, y sin muchas posibilidades de conocer gente, decidí alquilar un local cerca del piso donde tengo alquilada una habitación para pasar el rato reparando cosas”, explica. Y aunque en un principio pensó en arreglar electrodomésticos, lo que empezó a caerle del cielo fueron bicis. “Metí dos bicis para entretenerme y mira. No era lo que llevaba en mente, pero a lo que me di cuenta me empezaron a conocer por esto y empezó a correrse la voz por el barrio. Aquí hay mucha gente sin recursos que solo tiene la bicicleta como único medio de transporte”, reflexiona.

Así, poco a poco, el local del número 56 de la calle San Pablo comenzó a llenarse de bicicletas. Tanto es así que en este espacio de tan solo 20 metros cuadrados en el que hay 15 bicicletas tan solo caben un par de personas en su interior, sin mucho margen de maniobra. “Paso aquí prácticamente todo el día”, admite. Repara pinchazos, arregla cadenas y manillares y pone a punto los frenos. “Una bicicleta requiere un mantenimiento y hay gente que no se lo puede permitir, puede ser un peligro”, destaca.

Creando escuela en el Gancho

Aunque por las mañanas intenta estar en el interior del local, en un antiguo sofá que tiene y en el que descansa de vez en cuando, la mayoría de las veces alguien irrumpe con alguna avería urgente. “Por la tarde abro de 16.30 a 19.30 aunque hay días que me he pegado aquí hasta las 23.00”, asevera. Eso sí, ni siquiera esto le arrebata la cara de felicidad y la alegría que muestra. “No era lo que pretendía, pero pronto me di cuenta que mi hobby estaba haciendo feliz a la gente. A estas alturas es algo que me aporta mucha ilusión y me hace sentir muy bien y, encima, me entretengo”, afirma.

Ángel de Arriba repara bicis para personas sin recursos en el barrio de San Pablo.
Ángel de Arriba repara bicis para personas sin recursos en el barrio de San Pablo.
Francisco Jiménez

Mientras trabaja en la bicicleta del padre de un joven marroquí al que ha enviado a por un recambio, Ángel no presta atención a otra cosa como si, de repente, no existiera nada más en el mundo. “Lo que más ilusión me hace son los niños. Algunos vienen a verme y a ver lo que hago. A los más mayores les enseño alguna cosa incluso les presto herramienta. Aprenden rápido”, indica.

A la pregunta de hasta cuándo pretende mantener esta afición, asegura no tener ni idea. “No es fácil dejarlo ahora. Hay mucha gente que depende de ti y una vez que he empezado esto a ver cómo lo paro”, reconoce. De momento, se conforma con “no estar todo el día en casa encerrado”. 

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