Manuel García-Lechuz: "Aragón tiene que saber quererse, tenemos un valor propio que alucinas"

Manuel García-Lechuz (Zaragoza, 1995) ha ganado un premio con su proyecto final de carrera en la XV Bienal Española de Arquitectura y Urbanismo.

El arquitecto Manuel García-Lechuz, en la avenida de César Augusto de la capital aragonesa.
El arquitecto Manuel García-Lechuz, en la avenida de César Augusto de la capital aragonesa.
Oliver Duch

‘Un teatro casi romano’ fue el proyecto final de carrera de Manuel García-Lechuz. Un teatro como ejercicio de ficción urbana en un edificio cerrado de la avenida de César Augusto de Zaragoza frente a la parada del tranvía de Plaza del Pilar-Murallas.

¿Cuáles son los cimientos de su vocación de arquitecto?

Es una intuición que agradezco y que es posible que en el camino se haya arrepentido y enorgullecido ante un futuro con muchos retos. Fue una decisión de última hora, aunque tenía claro que quería formarme desde el dibujo. Es verdad que no me equivoqué, aunque sé que va a tener muchos giros en el camino. Es lo que más agradezco. Haga lo que haga, sé que primero soy arquitecto.

¿Quién es Manuel cuando coge un lapicero?

Suele usar un lapicero muy gordo, muy blando o de colores. Manuel tira un poco hacia el arte, lo tengo que reconocer. Me gusta la pintura y, de hecho, en septiembre del año pasado participé en el Festival Asalto con una pieza que aún está expuesta en San José. Me gustan muchas cosas... Lo que pida el cuerpo y no tanto lo que haya rumiado, algo más impulsivo. Sentarse en la butaca del teatro y ver a dónde va la representación.

Le invito a pasear por Zaragoza. ¿Con qué edificio se identifica?

Con el de mi proyecto. Edificios como ese a veces pasan desapercibidos porque estamos acostumbrados a verlos, tengan valor o no. Zaragoza también se caracteriza por recuperar ‘objetos perdidos’ así, con la curiosidad de saber mirar o de asomarse.

¿Por qué se fijó en él?

Creo que fue un día bajando del tranvía que reparé en el cartel que lo cubre, además destaca entre los de al lado porque está unos metros más atrás. Me pregunté qué sería y qué habría dentro. No está catalogado y ese fue el foco de oportunidad: como no estaba protegido, se podía reimaginar todo.

Es la primera vez que en la Bienal se premian proyectos final de carrera, y ha ganado.

Una vez que terminas el proyecto final de carrera hay que empezar a explotarlo, es una carta de presentación. Entidades, como el Consejo Superior de Colegios de Arquitectos de España, organizan concursos. Salí finalista de la Bienal, como Cristina Morata y Claudia Liarte, con quien estudié en la Universidad de Zaragoza.

Si levantamos el telón de su proyecto, ¿qué se descubre?

Para mí es todo lo aprendido y acumulado en el tiempo. Una manera de devolverlo a la ciudad de donde vengo y casi de catarsis. Te vas de tu ciudad y, de repente, haces un proyecto que te devuelve a casa y encima rinde homenaje a todo lo que has sido, eres y serás. Pero no desde las palabras con mayúscula, sino desde las minúsculas del día a día.

¿Se valora el patrimonio arquitectónico?

Pienso que el patrimonio cumple la función que tiene que cumplir, la persistencia de la ciudad, como telón de fondo. Otra cosa es que se valore cierto patrimonio degradado, que en ese sentido hay gente joven con iniciativas superchulas en el mundo rural. Creo que el valor de la recuperación es recobrar la identidad de Aragón, una pluralidad cultural, histórica... Mi proyecto estaba en un doble límite de Zaragoza, entre la muralla romana y el río, y ambos supimos trascenderlos.

¿Por eso lo de ‘casi romano’?

También para reconocer que una vez lo fuimos. Ahora Zaragoza es otra y tiene ese humor para reconocer de dónde viene. Cuando te vas y vuelves aprendes a saber apreciar ese valor.

Eso dicen muchos que se van.

Mi choque más reciente fue con el último libro de Irene Vallejo, te lleve donde te lleve el viaje, nunca se pierde de referencia el origen, en nuestro caso Zaragoza. Aragón tiene que saber quererse, tenemos un valor propio que alucinas.

¿Y en la actualidad con qué está?

Tengo 26 años. Sigo buscando y buscándome, ahora por el camino de lo inesperado.

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