urbanismo
Las plazas con peor suerte de Zaragoza
La de Salamero (o del Carbón) avanza su reforma mientras que las de los Sitios o Santa Engracia lucen ya su nueva cara. En las últimas décadas también ha habido casos de actuaciones erradas como las que se dieron en Eduardo Ibarra, la plaza de la Ciudadanía o la del Tiempo de Vadorrey.

Ayer se daban los últimos retoques al hormigonado de la nueva losa. Entre los supervisores de la obra (léase jubilados apostados en las vallas), algunos miraban con desconfianza y decían que para rato les veían a ellos "caminando por ‘ahírriba’". La seguridad está 100% garantizada, pero los recelos son comprensibles. No es habitual que esté a punto de hundirse la techumbre de un aparcamiento subterráneo y eso obligue a reformar toda una plaza. La intervención en Salamero ofrece una oportunidad para replantearse el entorno de una zona con mucho tránsito y no menos comercios. Ahora se habla de pacificar la ciudad, de crear espacios amables y construir supermanzanas, pero hasta hace unos años no eran esas las prioridades como demuestra un repaso a la historia de otras plazas de la ciudad que no han tenido excesiva fortuna en sus sucesivas reformas. En muchos proyectos, a pesar de inversiones millonarias, no se ha dado con la tecla y hay plazas que antes eran agradables recodos y hoy se han convertido en solanares o meras rotondas.
Casi quince años han pasado desde que se impulsó el gran cambio del entorno de La Romareda. En la plaza de Eduardo Ibarra siguen faltando árboles, juegos infantiles, zonas de sombra y... un poquito de vida. La reforma de 2008 afectó a los 25.000 metros cuadrados junto al Auditorio y el campo de fútbol, con una obra muy ambiciosa que costó -parquin incluido- la friolera de 32 millones de euros. Los vecinos nunca han llegado a asimilar la plaza como ‘propia’ y la consideran una simple zona de paso. “Solo hubo cierta oposición cuando hace dos años se planteó la posibilidad de volver a traer aquí el rastro, pero ya nos hemos acostumbrado a que apenas haya vegetación y a que los quioscos estén siempre vacíos”, comentan los residentes en el entorno. Algunos critican que este tipo de urbanismo se hizo “pensando más en premios de arquitectura que en la utilidad de los ciudadanos”, como -dicen- prueba que las estilosas láminas de madera tuvieran que ser sustituidas por adoquines meses después de su estreno.

Pero no es esta la única plaza de controvertida reforma. La del Tiempo de Vadorrey (el gigantesco reloj solar) tardó años en acondicionarse y aún hoy se viste de cicatriz urbana. Incluso en el salón de la ciudad, hace ya tres décadas se cubrió de mármol travertino (traído de Roma y pulido a mano) la plaza de la Seo y también se montó un buen escándalo. ¿Por qué? En parte, por su elevado precio y su prematura tendencia a romperse y, para más inri, porque fue cuando se introdujo el 'cubo' de ónice iraní sobre las ruinas del Foro que disgustó a los más puristas.
Fue precisamente 1991 un año de acelerón urbanístico en la ciudad, que algunos compararon con el ajetreo arquitectónico de la Exposición Hispano Francesa de 1908. En plenos años 90 se remozaron media docena de plazas: la de Ariño (que solucionó a medias los desniveles del terreno con piedra de Calatorao), la de San Felipe (que introdujo el recuerdo de la Torre Nueva), la de San Pedro Nolasco (que -oh, sorpresa- quiso dar protagonismo a los árboles), la plaza de las Eras (cuyas luminarias aún son algo estridentes) y la plaza de las Canteras, en Torrero, donde se procuró un mayor espacio peatonal, como sucede a menudo, a fuerza de hormigón y cemento. Urbanistas de talla internacional loaron entonces “la valentía de Zaragoza” a la hora de reformar lugares tan significativos como la Seo, pero también criticaron “la proliferación de plazas duras que carecen de zonas verdes”. También entonces -como ahora- se debatió en gran medida sobre si los arquitectos estaban siendo “utilizados sin honestidad como arma arrojadiza por los políticos”.
Sin abandonar el corazón de la ciudad, hay que anotar que el desembarco del tranvía embelleció (esta vez sí) plazas como las de Paraíso, España y Aragón, y que más reciente y controvertida fue la reforma de San Juan de los Panetes, en donde se eliminó una fuente, se vetó el cruce por detrás de la Zuda hasta la ribera y se dio especial relevancia a una escalinata para ensalzar la fachada de la iglesia.
“Es cuestión de tiempo que la gente se acostumbre a los cambios estéticos de los nuevos escenarios. Siempre que se modifica algo no faltan las críticas iniciales, pero el ciudadano se da cuenta después de que todo tiene su razón de ser”, explican fuentes municipales, que añaden que -por ejemplo- en Eduardo Ibarra no se pudieron poner jardines o árboles de mayor fuste, precisamente, por la existencia del parquin subterráneo. La misma excusa es la que se utiliza para descartar marquesinas tradicionales en la Estación Delicias, dado que no se pueden anclar debidamente al suelo.

De vuelta a las plazas y sin dejar el populoso barrio de Las Delicias, otro de los puntos urbanos que ha sufrido mil y una reformas y que no acaba de convencer es la plaza de la Ciudadanía. Junto a la Aljafería y el inicio de La Almozara se ha intentado de todo: en la década de 1960 el paso subterráneo en la avenida de Madrid simulaba una boca de metro y en los años 90 se montó una estructura de pasarelas, el conocido ‘puente azul’, que apenas duró una década. La actual plaza de la Ciudadanía no deja de ser una rotonda por la que pasan 56.000 coches a diario y que -pese a sus fuentes y jardines- ofrece nulo disfrute a los vecinos. “Está en consonancia con los terraplenes abandonados de la avenida Ciudad de Soria y las piedras, los solares y el feísmo de alrededor”, se quejan algunos vecinos.
Otra plaza con sempiternos planes que no acaban de fructificar es la de la Estación del Norte, donde se llegó a proyectar un ‘Covent Garden maño’ que costaba 13 millones de euros. Finalmente, apenas se han hecho cuatro remiendos baratos con ‘Estonoesunsolar’ o algunas canchas deportivas y de patinaje. Los vecinos del Arrabal siguen muchos años después con una explanada que se convierte en un barrizal cuando llueve y que el propio Ayuntamiento reconoce que es una “espinita clavada”, aunque sólo sea porque está a cinco minutos de la plaza del Pilar.

En los últimos meses ha resultado controvertida también la reforma de la plaza de Santa Engracia. Si bien todos coinciden en señalar que era imprescindible peatonalizarla y conseguir que la fachada de la iglesia luciera como es debido, también hay quienes critican que el exceso de granito ha minimizado el recuerdo vegetal de la antigua huerta.
Más esperanzas y mejores perspectivas hay con otras plazas como las que el Ayuntamiento de Zaragoza ha comenzado a proyectar en el plan especial de Pignatelli: está previsto que se construyan dos nuevos espacios de asueto (con juegos infantiles, una terraza y algún árbol) en el encuentro de Agustina de Aragón y Miguel de Ara. También hay que reconocer que hay plazas muy valoradas por los zaragozanos y que lucen su mejor aspecto con los nuevos exornos florales. Es el caso de las del Justicia, Sas, Santa Cruz o San Bruno, en la que aún pervive cierto pastiche estético con baldosas, papeleras y farolas cada cual de su padre y de su madre. El único elemento clave para juzgar el buen resultado o no de una plaza es que el ciudadano la habite y la haga suya, esto es, que no la considere una barrera sino una extensión de su calle, casi de su casa. Dicen los urbanistas que una plaza sin vida es como una flamante estación de ferrocarril en la que no caben los trenes o un estadio sin comunicación entre las gradas y el terreno de juego.