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Miguel Mena deja Radio Zaragoza después de 38 años ante sus micrófonos

Se retira a sus campos de la creación literaria y a sus tierras del Moncayo, con un sinfín de proyectos.

Miguel Mena publica 'Canciones tristes que nos alegran el día'.
Miguel Mena.
Oliver Duch.

Miguel Mena deja la radio, Radio Zaragoza, que ha sido su casa durante 38 años, esta semana. El locutor excepcional y cercano, el compañero ideal, el trabajador incansable, el melómano, la radio hecha humanidad y delicadeza, el amigo del oyente. Han sido 38 años en distintos programas: ‘Parafernalias’ y ‘La Fonoteca’, ‘Estudio de guardia’, ‘A vivir Aragón’, ‘Economía’ o ‘La ventana de Aragón’, entre otros, y siempre ha estado ahí, con su personalidad, su pulcritud, su cercanía, con el ánimo y el alma convencidos. Ha recorrido todo Aragón, ha dado voz a multitud de gentes, gremios y colectivos y aventureros en solitario, desde su pasión por las pequeñas cosas, los paisajes y los paisanajes, ha viajado por Aragón a pie, en bicicleta, en coche y en sueños para contarlo mejor, y ha tendido puentes a nuevos periodistas, a jóvenes colaboradores, con maestría, naturalidad y entusiasmo. Y con su infinita curiosidad.

Y desde las ondas, o al abrigo de las ondas, también ha hecho y hace una carrera poderosa literaria que ha tentado al cine en varias ocasiones (a través de Gaizka Urresti) y que tiene libros que mezclan la calidad y lo popular: 'Bendita calamidad', ‘1863 pasos’, ‘Piedad’, las novelas de Mainar, ‘Canciones ligeras’ o ‘Canciones tristes que alegran el día’. Es bien sabido, Miguel Mena es un melómano, un rastreador de músicas y alguien que aportó sus granos de arena y entusiasmo en el apoyo de los grupos y solistas musicales desde Labordeta, Carbonell, los Héroes o Amaral hasta nuestros días. Otro tanto podría decirse de la literatura y de un puñado de disciplinas más. Siempre ha estado ahí para mostrar su solidaridad y su sentido de la fraternidad.

Se retira a sus campos de la creación literaria y a sus tierras del Moncayo, con un sinfín de proyectos. Se va, se toma un respiro, pero se queda: seguirá alimentando su obra, cultivando la amistad, contando historias, cuidando a Rosana y a Daniel, su hijo, cuidándonos a todos con sus ficciones, ayudándonos a hacer y a sentir la vida más hermosa. Nos ha dado mucho a diario sin estridencia alguna, con la naturaleza sencilla de los elegidos, que también son perfeccionistas: ha sido ese animal de compañía ideal al que jamás se le ha visto ni conspirar ni hablar mal de nadie. Y siempre se le ha visto sonreír y entusiasmarse, incluso en los días de melancolía, que siempre han sido más escasos que los de humor. 

A Miguel le gustan los juegos de palabras, las adivinanzas, las bromas, los chistes. Y, a su modo, sin llamar la atención, ha acuñado chistes y juegos de palabras: en la radio, en sus textos, en las tertulias de Casa Emilio. Y adora Zaragoza como pocos. Se siente de aquí, de las orillas del Ebro, de las calles, del cierzo, del decir azaroso, se siente zaragozano hasta el tuétano. Y la ciudad, con toda justicia, le ha hecho Hijo Adoptivo.

Miguel Mena ha sido y es y será uno de esos ciudadanos imprescindibles a los que aludió Bertolt Brecht y luego Silvio Rodríguez. Y con él parece fácil deducir que lo mejor está por llegar. Como le diría su querido Félix Romeo Pescador, al que tantas veces llevó a la cárcel de Torrero un poco antes de las diez de la noche, “¡todos los besos del mundo!”.

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