historia

Una nevada histórica que va camino del récord alcanzado en 1932

Pocas veces nieva en Zaragoza con la fuerza que ha traído la borrasca Filomena. Hace 89 años se superaron los 30 centímetros de espesor, según la hemeroteca de este diario.

Niñas jugando con la nieve en el patio de un colegio en una nevada en los años 50 del pasado siglo.
Niñas jugando con la nieve en el patio de un colegio en una nevada en los años 50 del pasado siglo.
Heraldo

Aunque aún hay que recopilar muchos datos y analizar los registros de la nieve caída en distintos puntos de la ciudad, la de este sábado ha sido con toda probabilidad la mayor nevada a orillas del Ebro en lo que va de siglo XXI. Los más jóvenes recordarán que hace un par de años, en 2018, llegó a cuajar un poquitín en las calles. No obstante, para rememorar una de las grandes nevadas zaragozanas hay que retrasar los relojes y calendarios hasta 2005, cuando en la parte central del Valle del Ebro cayó una de las nevadas más copiosas de las que se recuerdan en la historia reciente. Entonces, hace ahora 16 años, se contabilizaron hasta veinte centímetros de espesor en las aceras y las brigadas de limpieza se tuvieron que emplear a fondo para despejar las calles. No obstante, aquella nevada tampoco fue de récord, porque según la hemeroteca de HERALDO y los registros de la Agencia Estatal de Meteorología, en varias ocasiones se han registrado episodios parecidos (véase los años 1995, 1978, 1946). Sólo dos grandes nevadas del siglo XX superan a la de 2005: la de 1950, cuando cayeron alrededor de 25 centímetros, y la de 1932, año en el que se acumularon más de 30.

En la ciudad, como media, suele nevar un día al año y casi siempre en el mes de enero. Por ello, cada vez que este meteoro cuaja en las calles, se convierte en noticia. Así ocurrió en los años 1960, 1961 y 1985, entre otros, cuando se alcanzaron los 5 centímetros. Pero en todos estos casos, el manto blanco duró pocos días en la ciudad. En algunas ocasiones, una lluvia posterior lo hizo desaparecer al día siguiente. Por contra, en 1944 permaneció durante seis días.

La del 21 de diciembre de 1978 fue una de las más sonadas, sobre todo, porque coincidió con el inicio de la época navideña y regaló idílicas postales de Zaragoza cubierta por un manto blanco. Apenas seis horas duró aquella nevada, pero en el departamento de documentación de este diario se conservan infinidad de imágenes con los bancos de plaza de Los Sitios, por ejemplo, completamente blancos. Aquel año se dio una situación curiosa y es que el Ayuntamiento emitió una nota en la que responsabilizaba a los “porteros de cada finca” y “los dueños de las tiendas” de limpiar de hielo y nieve las calles “en la longitud que ocupen éstas”. En caso de no ser así, la responsabilidad recaía en los vecinos, que eran los encargados de “levantar la nieve y reunirla en el borde libre de la acera, pero no en el arroyo, para no impedir la circulación del agua ni de los vehículos, dejando expeditos los sumideros”. Afortunadamente, entonces, no hubo que lamentar mucho problemas de tráfico como sí se dieron en otra gran nevada de 1995 aunque apenas se superaran los 10 centímetros de espesor.

En el año 1985 se dieron bajísimas temperaturas pero apenas llegó a nevar en la capital del Ebro

En todos los grupos de imágenes que se conservan en el archivo de HERALDO se suceden los grupos de niños jugando y las estampas de familias felices por el fenómeno. De hecho, el meteorólogo Francho Beltrán explica que está psicológicamente estudiado cómo la nieve produce efectos muy positivos en la psicología colectiva, al igual que la niebla los tiene negativos. También hay decenas de estampas de cómo antaño se despajaban caminos a base de fuerza bruta y palas hasta que llegó la sal fundente salvadora.

Otro hito destacado en lo que a fenómenos invernales se refiere es el año 1985, cuando se alcanzaron los 20 grados bajo cero en Candanchú y los 15 bajo cero en Calamocha y Zaragoza, en los que se consideraron entonces los días más fríos de los últimos cien años. En aquella ocasión la nevada no fue tan copiosa (apenas 5 centímetros), pero estuvo acompañada por bajas temperaturas y por vientos que llegaron a los 85 kilómetros por hora. Los charcos se helaron y “el agua de los surtidores de las fuentes quedó convertida en preciosas estalactitas”, cuentan las crónicas.

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