okupación

"Me siento amenazada, muchas noches no duermo"

María convive en su edificio de la calle Predicadores, en San Pablo, con varios okupas que le hacen "la vida imposible". Su situación es el reflejo de muchos afectados.

María señala un foco a pilas en su cocina para cuando salta la luz.
María señala un foco a pilas en su cocina para cuando salta la luz.
Oliver Duch

En el camino entre el portal y su domicilio, un tramo más que angosto de escaleras a medio derruir, María se cruza con un joven encapuchado. No se saludan. "No sé quién es, no conozco a casi nadie de los que pasan por este edificio. Es un trasiego sin límites, una marabunta, cada día veo a una persona distinta", cuenta esta zaragozana, residente en el corazón del Gancho, una de las zonas de la capital aragonesa más proclives a la okupación.

Desde el interior de su pequeño salón, bajo una gran talla de la Virgen del Pilar y otra de Buda, María echa cuentas y piensa, piso por piso, en cuántos vive su legítimo dueño y cuáles van pasando de mano en mano: "Hay catorce casas en todo el edificio y, salvo la mía y otras cinco, el resto se las han quedado personas que no son ni propietarias ni por supuesto pagan un alquiler. Son todo pisos de bancos en muy malas condiciones que se han quedado vacíos". 

Por desgracia, la convivencia entre quienes aparecen en las escrituras de sus casas y los que han encontrado un cobijo gratuito no es la mejor. "Nos pinchan la luz a menudo, tenemos que estar al tanto. Abren los buzones, nos quitan las cartas y los recibos. También hacen mucho ruido, de día y de noche. Han hecho obras en los pisos, los han modificado y muchas paredes son de papel. Se oye todo, se notan los pasos del piso de encima como si entre esa casa y la mía solo hubiese un tablón", asevera.

La vecina de San Pablo se siente cohibida en su morada ya que, en ocasiones, en su escalera se pasa de las feas palabras a los ademanes malintencionados: "Al cruzarnos, y sin mediar una frase, nos hacen el gesto de cortar un cuello. Me siento amenazada en mi propia casa, me hacen la vida imposible y muchas noches no duermo".

María, que a sus 70 años solo aspira a cuidar de sus flores y del gato que la acompaña, enseña una copia de las distintas denuncias que ha presentado: "Antes de que empezaran a molestarme trataron de comprarme la casa, pero me ofrecieron una cantidad ridícula, una miseria. El piso vale más, aunque cuando comenzaron a tratarme así me llegué a plantear vender e irme donde pudiese. Pero luego recapacité: esta es mi casa y no me voy a mover de aquí".

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