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La calle Pignatelli y su entorno: la ciudad pone el foco en su eterna puerta de atrás

El plan municipal para recuperar la zona y los últimos incidentes vuelven a centrar el interés por el barrio. Los vecinos quieren evitar "la estigmatización", pero reclaman soluciones.

La presencia policial ha aumentado considerablemente las últimas semanas.
La presencia policial ha aumentado considerablemente las últimas semanas.
Guillermo Mestre

“Esto es como un pueblo”, dicen muchos vecinos cuando se les pregunta por su sentimiento de pertenencia al barrio. Quienes han crecido en el entorno de la calle Pignatelli reivindican con orgullo su origen y el de sus familias, una zona que durante muchos años e incluso siglos ha sido una especie de puerta de atrás de Zaragoza a la que no se le prestaba demasiada atención. Valoran la cercanía de la gente, la colaboración y los ‘capazos’ en cada esquina. Pero también miran con preocupación la degradación y la delincuencia que, por culpa de unos pocos, sacuden con fuerza la vida del barrio.

Ahora vuelven a estar en el foco. Los últimos incidentes, la fuerte presencia policial y el plan municipal para recuperar la zona -presentado esta semana- han hecho que la ciudad gire la vista hacia aquí. Parte de los vecinos temen “la criminalización y estigmatización” del barrio; otros centran sus esfuerzos en denunciar la escalada de delincuencia y piden soluciones, tras varias semanas en las que han visto tiroteos, agresiones y redadas a las puertas de sus casas.

Cristina Rincón, vecina de la calle Pignatelli, lleva toda la vida en el barrio. Ahora vive en un edificio en el que es la única propietaria, ya que el resto son pisos okupados. “Me ha pasado de todo”, afirma. La situación en la calle ha llegado al punto de que, pese a pagar un garaje en Agustina de Aragón, muchos días no mete el coche allí. “No me atrevo”, lamenta.

Cristina Rincón, vecina de la calle Pignatelli.
Cristina Rincón, vecina de la calle Pignatelli.
Guillermo Mestre

En los últimos años ha llegado gente nueva al barrio. El plan de rehabilitación redactado por el Ayuntamiento de Zaragoza ha ido acompañado por un profundo informe del Grupo de Estudios en Ordenación del Territorio de la Universidad de Zaragoza. En él se observa “un envejecimiento de la población de origen local, compensado estadísticamente con la mayor juventud de la de origen extranjero”. 

La media es de 44,9 años, superior al promedio zaragozano, pero en el estudio realizado edificio por edificio se concluye que las edades medias más bajas están en las calles Agustina de Aragón, Zamoray, Pignatelli y Miguel de Ara, “sin duda por causa de la población inmigrante o de llegada reciente al barrio”. Estos conforman el 30,1% de la población, el mayor porcentaje de la ciudad solo por detrás de San Pablo (30,8%).

“En general hay buena convivencia con los extranjeros, no hay problema”, apunta Mar Fraga, propietaria de La Mar de Cookies, especializada en repostería sin gluten y sin lactosa. A su juicio, el problema es que ha habido chavales “que han venido de fuera” y que han convertido inmuebles ocupados en “narcoedificios”. Hace poco, a las puertas de su negocio un joven le robó el móvil a una persona mayor. “Vinieron muchos marroquís a ver qué había pasado, y uno de ellos salió corriendo, le dijo al chico que se lo diera y lo recuperó”, cuenta. Ella sufrió en su tienda el robo de 30 euros por parte de tres personas, pero pese a ello no cambia su tienda de la esquina de San Pablo con Mayoral. “Me quedo aquí”, dice con orgullo.

Mar Fraga, en su tienda de La Mar de Cookies.
Mar Fraga, en su tienda de La Mar de Cookies.
Guillermo Mestre

No todos han pensado lo mismo. El estudio municipal observa que “el verdadero fenómeno demográfico no es el asentamiento de inmigrantes, sino el flujo de emigrantes, de población local que opta si puede por dejar el barrio”. “Es así como queda un vacío que en parte llenan los nuevos residentes y en parte supone viviendas desocupadas y, a veces, allanadas”, añade el estudio, que asocia el fenómeno a “edificios en mal estado, calles poco atractivas y precios en declive”.

Óscar Villanueva, de la Plataforma de Afectados del Gancho y Pignatelli, cree que la okupación es el gran problema del barrio. “Hay muchos edificios abandonados por los bancos a la espera de un ‘boom’ inmobiliario para poderlos vender, y allí se ha metido la gente que da problemas”, dice. “La okupación y la prostitución es lo que hay que quitar, y también perseguir a los dueños que tienen viviendas en mal estado”, ratifica Juan Carlos Pérez, vecino de Conde Aranda.

Óscar Villanueva, de la Plataforma de Afectados del Gancho y Pignatelli.
Óscar Villanueva, de la Plataforma de Afectados del Gancho y Pignatelli.
Guillermo Mestre

La degradación del barrio ha llegado a tal punto que, según el estudio realizado por el Ayuntamiento, en algunos puntos funciona como “una gran pensión de bajo coste”, en el que “unos moradores pagan su alquiler o realquiler, mientras otros han aprovechado la desocupación del inmueble para instalarse irregularmente”. Según el informe de la Universidad, en algunas calles puede haber hasta un 25% de viviendas en las que hay más de un hogar, es decir, realquiladas o que comparten alquiler -lo que en ocasiones da lugar a los pisos patera-, cuando la media de Zaragoza es del 5,9%.

En el 25% de las viviendas de la zona hay más de un hogar. La media de Zaragoza es del 5,9% 

Así, el barrio corre el peligro de encasillarse como un “lugar de acogida de personas con pocos recursos”, dice el informe del Consistorio. De hecho, la renta media por persona del sector es de 7.699 euros, lo que la sitúa entre el 14% de las más pobres de España. El Consejo de Salud del Barrio de San Pablo, muy implicado en el movimiento vecinal, alerta del riesgo de relacionar “pobreza con delincuencia”, lo que provoca que las personas con escasos recursos sean “estigmatizadas, excluidas y criminalizadas”. Según apuntan desde esta organización surgida del centro de salud, esta estigmatización “se va ampliando al resto de habitantes del territorio y al territorio mismo”, lo que favorece la salida de los vecinos del barrio, repercute en el comercio y aumenta “la conflictividad y la crispación”.

Ana Querejeta también pide que se destaquen “las cosas buenas del barrio”. Ella constituye la cuarta generación al frente de la farmacia conocida como ‘de las cuatro esquinas’, entre las calles Pignatelli y Ramón y Cajal. “Aquí ha habido problemas siempre, es un barrio complicado porque hay gente de países distintos, droga, prostitución… Pero eso no es el día a día, esto es un barrio abierto en el que todo el mundo se conoce y hay mucha solidaridad con la gente mayor que vive sola, por ejemplo”, destaca.

Ana Querejeta, propietaria de la farmacia de las cuatro esquinas.
Ana Querejeta, propietaria de la farmacia de las cuatro esquinas.
Guillermo Mestre

Mientras tanto, a apenas 100 metros, la Policía Nacional y la comitiva judicial desaloja a Dolores De los Santos, soltera y con tres hijos, del piso que okupaban en la calle Pignatelli, propiedad de la Sareb. “Esto estaba cada vez peor. Buscaremos otro sitio”, decía a las puertas del bloque, en medio de un considerable revuelo.

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