hostelería

Cabezo Buenavista: mirando al cielo para sobrevivir

Durante estos días son muchos los bares y restaurantes de Aragón que, con sus terrazas al 50% de capacidad, permanecen atentos a la evolución climatológica.

Miguel Ángel Arjol, propietario del restaurante Cabezo Buenaviesta.
Miguel Ángel Arjol, propietario del restaurante Cabezo Buenaviesta.
C.I.

Regentada desde hace más de 40 años por la familia Laguarta, sin lugar a dudas el restaurante Cabezo Buenavista es uno de los rincones más emblemáticos y conocidos del parque Grande José Antonio Labordeta. Ubicado sobre el cerro que le da el nombre, Dionisio Laguarta decidió coger las riendas del negocio familiar a finales de los 70, y hoy da trabajo a sus tres hijos -María, Olga y Dionisio-, así como a uno de sus yernos, Miguel Ángel Arjol, y a tres personas más.

Llevamos aquí toda la vida, echándole horas y ganas, porque hasta aquí solo puedes venir de propio… por eso es tan importante fidelizar al cliente”, explica Arjol, que anda preocupado por la adaptación de su amplia terraza, de un total de 50 mesas en el exterior, limitadas a 25 tras la publicación de las medidas que sitúan a la comunidad de Aragón en el nivel de alerta 3 de la pandemia, a la bajada de temperaturas.

De noviembre a febrero, este restaurante sobrevive sobre todo de su salón interior, con capacidad de hasta 70 personas. “Hemos mirado estufas y tapavientos para tratar de alargar esto al máximo posible. Durante estos meses nos lo jugamos todo”, admite.

"Poniéndonos en lo peor, imagina que tengo que buscar otro trabajo ahora. ¿Qué haría? No sabría ni por dónde empezar"

Sin embargo, asegura que las dudas y la incertidumbre son una constante. “Antes de dar un paso en falso necesitamos saber qué va a pasar, si nos van a confinar o vamos a poder seguir trabajando”, explica. Y es que, como afirma el hostelero, tras unas semanas de respiro gracias a los meses de verano, la situación vuelve a complicarse por momentos: “Esta semana hay días que no hemos hecho ni 100 euros de caja estando siete personas trabajando, algo que no nos ha pasado nunca”. La gente tiene miedo y eso, se nota en este tipo de establecimientos.

Por eso, Arjol asegura que a las numerosas preocupaciones que la crisis sanitaria está provocando a quienes se dedican al sector de la hostelería, ahora se le suman las condiciones climatológicas. “No tener opción de usar el interior del establecimiento nos va a hacer mucho daño ahora que viene el frío. Estamos todo el día mirando al cielo y comprobando las páginas de información meteorológica a ver si nos da un poco de tregua. A partir de ahora, cada día bueno que haga será un poco de oxígeno”.

Arjol teme tener que acabar buscando otro trabajo después de toda la vida dedicado a la hostelería.
Arjol teme tener que acabar buscando otro trabajo después de toda la vida dedicado a la hostelería.
C.I.

Por si no fuera suficiente con las complejas medidas que han de adoptar, Arjol asegura que la gente tiene miedo y eso, se nota en este tipo de establecimientos. “Tan solo con el anuncio del estado de alarma de la semana pasada comenzó un aluvión de llamadas para hacer cancelaciones. Es normal, la gente está reacia porque temen las consecuencias”, señala el hostelero.

Sin embargo, esto es algo que no les pilla de nuevas, ya vivieron algo semejante el pasado mes de marzo con el primer estado de alarma. Arjol lo recuerda todavía con cierta incredulidad. “Ese fin de semana teníamos todo lleno, sin embargo, los días previos al 13 de marzo el aluvión de llamadas para cancelar fue tremendo. Fue muy duro, pero sobre todo porque nadie sabíamos lo que iba a pasar”, admite. Además, en su caso, coincidió con su temporada fuerte pues los meses de marzo y abril son los mejores de su calendario: “Trabajamos incluso más que en verano”.

Casi dos meses después, cuando pudieron volver a abrir este tipo de establecimientos, el miedo dio paso a la confusión. “Los primeros días la gente venía a tomar algo hasta con guantes, no sabían muy bien si podían sentarse o ir al baño… fue complicado”, asevera. Sin embargo, la llegada del verano y el control de la curva de contagios les dio algo de tregua durante unas semanas. “Se ha trabajado bien, pero hay que ser conscientes de que venimos de lo que venimos y de lo que nos toca enfrentar ahora. No es miedo, es más bien respeto ante la posibilidad de que la sociedad no sea capaz de soportar lo que nos viene encima”, reconoce.

Más que clientes, familia

Sin embargo, a pesar de la dramática situación que están atravesando, Arjol destaca el alto grado de compromiso y la fidelidad de la clientela de toda la vida. “Son muchos años aquí, toda la vida. Muchos clientes, que vienen de varios puntos de la ciudad, se vuelven amigos y casi forman parte de la familia”, reivindica.

“Creo que deberían aplicarse medidas realistas que nos permitan venir a ganarnos el pan como a todo el mundo, la hostelería no tiene la culpa de los contagios”, asevera y recuerda que “esto es una rueda”: “Si cae la hostelería esto afecta a otros muchos sectores”.

A sus 50 años, Arjol admite que la incertidumbre no le deja dormir y que incluso ha comenzado a padecer alopecia nerviosa. “¿Cómo no le vas a dar vueltas al tema? El sustento de la familia depende de esto. Y poniéndonos en lo peor, imagina que tengo que buscar otro trabajo ahora. ¿Qué haría? La hostelería es mi vida, la forma de vida que elegí hace más de 30 años. No sabría ni por dónde empezar”, añade.

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