El toque de queda y las campanas de Zaragoza

Cuando la oscuridad de la noche se adueñaba de la ciudad y su entorno hace siglos, campanas de la ciudad repiqueteaban para guiar o anunciar el fin del día.

Ilustración de la Torre Nueva y campana de los perdidos de San Miguel de los Navarros.
Ilustración de la Torre Nueva y campana de los perdidos de San Miguel de los Navarros.
E.Casas / J.M. Marco

Treinta y tres. Esas son las veces que el badajo golpea el labio de la campana de San Miguel de los Navarros de Zaragoza cada noche. Es el recuerdo al toque de los perdidos. Los expertos coinciden en que fue "un referente". Sin embargo, otros puntos plantean diversidad de opiniones. Unas fuentes lo sitúan como una señal para que las personas encontraran la ciudad en la noche, mientras que otros defienden que se trataba del toque de queda de la capital.

"En la mayoría del territorio aragonés se denomina toque de perdidos. Era en realidad era un aviso ante el cierre de las murallas, por lo tanto, es un toque de queda", explica Francesc Llop i Bayo, antropólogo y campanero español. Que se denominase 'de los perdidos' podía conllevar cierta connotación negativa. "¿Quién transitaba las calles a esas horas?", se pregunta Llop i Bayo. "Maleantes o personas con alguna urgencia. El que estaba fuera de casa a esas horas era un perdido", responde él mismo. Además, este antropólogo, que recorrió la Comunidad a principios de los años 80 en busca de los toques de campana aragoneses, recuerda que en los siglos XVII y XVIII las crónicas revelan la violencia que se respiraba en las calles y, dada, la oscuridad, lo más seguro era estar a cobijo.

No obstante, el término 'de los perdidos' se ha relacionado mayormente con aquellas personas que no encontraban el camino de entrada a la ciudad, dadas las condiciones meteorológicas o del terreno. "El toque de los perdidos estaba en las puertas de la ciudad, para marcar cuándo se abrían o se cerraban", manifiesta Nacho Navarro, investigador y carillonista de Zaragoza. "Los toques de queda se tocaban en la Torre Nueva. Tanto allí como en la Diputación del Reino -en el actual Palacio Arzobispal- estaban las llamadas campanas bélicas, esta última para formar las tropas", añade Navarro. Esta idea se basa en el tamaño de los instrumentos: "Las campanas pequeñas, como la de San Miguel, tiene un sonido fuerte en cortas distancias, como podía ser desde las huertas de la ribera del Huerva, pero las del toque de queda se tenían que escuchar en toda la ciudad, que es la característica que ofrecen las campanas de grandes dimensiones, como la de la Torre Nueva ahora en el Pilar".

Una historia que ha transcendido, y que apoya esta teoría, apunta que a principios del siglo XVI se encontraron los cadáveres de dos mujeres en las inmediaciones del río Huerva y que habían fallecido de frío. Cuentan que la frondosidad de la vegetación y los altos cañaverales que abrazaban a este afluente del Ebro y la niebla contribuían a que los ciudadanos se perdiesen. Para evitarlo se instaló un faro en la torre para marcar el camino de aquellos que había sorprendido la oscuridad, con el que terminó una huracanada tormenta. Así que finalmente, al parecer, se decidió guiar el camino con el sonido de una campana.

José Blasco Hijazo en 'Aquí… ¡Zaragoza! Cuarenta reportajes' y que también se recoge el libro 'San Miguel de los Navarros' apoya en cualquier caso la idea de que el sonido de San Miguel fuera para anunciar el fin del día, ya fuera como aviso o como guía. "No cabe duda de que por espacio de algunos años (por los de 1725) los toques de la misma campana sirvieron a la vez para que los que en aquellas horas estuviesen sin quehacer preciso fuera de su casa, retiráranse a ésta, pues de otro modo recaía en ellos el dictado de perdidos o seres sin albergue", se sostiene.

La campana me avisa,
​que a casa vaya;
​Quédate, adiós, querida,
​hasta mañana

En las páginas de HERALDO de 1899 -y durante varios años- este hecho se incluyó dentro de la información religiosa: "Toque de queda. A las nueve de la noche: en San Miguel una hora más tarde se voltea la campana llamada de los perdidos". Sea o no ese mismo toque, en la actualidad se repiquetea más o menos a la misma hora, a partir de las 22.00. "Si algún día no suena, por la razón que sea, los parroquianos se percatan y preguntan -reconoce Juan Sebastián Teruel, párroco de la iglesia- también porque saben que posee un simbolismo histórico y legendario, no conlleva lo mismo que en el pasado". Blasco Hijazo detalla que del 3 de mayo al 14 de septiembre era a las 22.00 y a las 21.00 el resto del año. Lo relata Eusebio Gómez Rubio, campanero desde 1937.

En cualquier caso, el número de tañidos no era el mismo en todas las localidades, variaba según las circunstancias. "Si había algún pastor perdido en el monte estaban toda la noche tocando para que volviera", explica Llop i Bayo. "Si se estaba haciendo de noche y se escuchaban unas campanadas lentas, significaba que había que espabilar y apresurarse para que las autoridades no dieran el alto ni nadie se quedara al otro lado de las murallas", añade .

Este tipo de toques a última hora del día, recuperado en San Miguel de los Navarros aunque de forma automática, se escuchó en Aragón hasta mediados del siglo pasado. "Se mantuvo mientras hubo campaneros. Los campaneros aragoneses desaparecieron en la Comunidad hacia los años 50", determina el valenciano Llop i Bayo, con fuertes vínculos personales con la Comunidad, donde residió durante décadas y territorio al que dedicó su tesis doctoral, 'Los toques de campanas en Aragón: un medio de comunicación tradicional', publicada en 1988. Junto a su esposa, Mari Carmen Álvaro, visitó unas 50 localidades para documentar el trabajo de los campaneros y que muestra en campaners.com.

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