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Un 'lifting' para un puñado de quioscos con mucha historia

El Ayuntamiento saca a concurso las pequeñas terrazas del parque Bruil, el Castillo Palomar o el paseo de Sagasta. Algunas concesiones se otorgaron hace más de treinta años pero hay rincones que son muy anteriores.

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El quiosco de la música cuando estaba en la plaza de los Sitios.
Heraldo

Con muros vegetales, cerramientos en negro y revestimientos de madera. Así serán los ‘nuevos’ quioscos de Zaragoza, algunos de los cuales enfrentarán su aspecto moderno y renovado a la larga y dilatada historia que esconden tras de sí. Al margen de los que brotaron en la ribera con la Expo o los que emergieron en el bulevar de Fernando el Católico con la llegada del tranvía, hay quioscos clásicos en el entramado urbano de Zaragoza ya sea por su una enorme vinculación con el vecindario (el del parque Bruil) o porque hunden sus raíces, incluso, en el siglo XIX, como puede ser, en su origen, el del Castillo Palomar.

Aunque quede al margen de los que ahora nos ocupan, si hay un quiosco zaragozano que despierta nostalgias y aparece en letras doradas en la hemeroteca ese es el de la música que actualmente se ubica en el parque Grande. En realidad, su localización original era la plaza de los Sitios, no lejos del monumento de piedra y bronce de Querol dedicado a los héroes. El quiosco de rasgos modernistas se levantó para la Exposición Internacional de 1908 y fue obra de Martínez de Ubago. Su suerte después del estreno fue muy desigual: lo llevaron hasta el paseo de la Independencia, lo devolvieron a su lugar de origen y finalmente recaló en el parque en la década de 1960. Aunque fue declarado hace doce años Bien de Interés Cultural, eso no le ha servido para librarse del vandalismo ni de caer en desuso, pues hace años que ya no le visitan bandas para interpretar algún pasodoble.

De momento salen siete a concurso, pero se quiere renovar más de una treintena.
De momento salen siete a concurso, pero se quiere renovar más de una treintena.
Heraldo.es

Los quioscos que ahora va a actualizar el Ayuntamiento no son musicales sino destinados a alojar pequeñas cafeterías, aunque el Consistorio sí prevé dotarlos de cierto contenido cultural e, incluso, se ha anunciado que los de los parques (Bruil, la Granja y Castillo Palomar) podrían albergar conciertos las noches de verano. Son casi medio centenar de quioscos municipales los que se reparten por la ciudad y, aunque se empieza por siete, se quieren renovar más de una veintena de cara a la próxima primavera.

Uno de ellos sería el del parque del Castillo Palomar, en cuyos orígenes figura también tiene una historia más que curiosa. Fue en 1880 cuando se erigió en la Bombarda un ecléctico edificio en una finca de unas mil hectáreas de tierras de cultivo y arboledas. Cuentan los cronistas de la época que, incluso, en lo que hoy es el parque había cuevas en las que residían los jornaleros y la gente sin recursos. Algunas de aquellas estructuras primigenias se mantuvieron cuando en la década de 1950 el espacio entró en decadencia, la casa castillo se abandonó y acabó siendo víctima de la piqueta en 1969. Hoy el parque es un lugar poco transitado, pero que esconde sorpresas como un pequeño auditorio de cemento o la bocanada de aire fresco que supone su moderna y mimada terraza con pufs y sillas de colores entre pinos. Salvador Trallero tiene un libro editado por Sariñena que recoge 113 fotografías de Zaragoza antigua, extraídas de diferentes archivos públicos y colecciones privadas, en el que el Castillo Palomar se muestra en todo su esplendor.

Otro par de quioscos tan clásicos como queridos por los vecinos del Centro, Tenerías y la Magdalena son los del parque Bruil y el antiguo Canódromo. Del primero se han escrito ríos de tinta e, incluso, los colectivos vecinales han salido en manifestación más de una vez (la última en 2018) exigiendo su reapertura. Como punto de encuentro, el quiosco del parque Bruil era fundamental en las noches de verano y, sobre todo, en San Juan, cuando las fiestas de la Semana Cultural concluyen con una espectacular hoguera en el parque. La terraza, frente al Centro de Historias, lleva varios años cerrada y en la cuerda floja, pues incluso un informe municipal en el año 2011 pedía su derribo por “afecciones estructurales que causaban filtraciones”. Por cierto, como en el caso del Castillo Palomar, el parque Bruil también fue en el siglo XIX un enorme olivar y en las fotos de hace varias décadas se adivina en él una montaña rusa, previa a la historia de la osa que también lo habitó.

Kiosco del Parque Bruil / 16-03-11 / Foto: Esther Casas [[[HA ARCHIVO]]]
El quiosco del parque Bruil, en una imagen de archivo.
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Otro quiosco veterano que permanece en la memoria de los zaragozanos es el del antiguo Canódromo, encajonado entre el río Huerva y la calle Miguel Servet. La pista de carreras desapareció allá por 1996 pero se ganó un espacio de recreo que, pese a ser bastante céntrico, no es en exceso transitado. Esta iba a ser la primera fase del corredor verde del río Huerva, pero los planes faraónicos precrisis económica de los años 2009 y 2010 dieron al traste con ambiciosos planes que, eso sí, mantuvieron un coqueto espacio para tomar un refrigerio. Su persistencia, además, ha contribuido a "cambiar" los botellones que antes se hacían en esta desconocida zona verde por clientela fija, responsable y amante de los brunch del quiosco Villa Feliche. Parecido sucede también en el parque de las Delicias, con sus dos exitosas sus dos terrazas rodeadas de fuentes y, sobre todo, en Le Pastis, que fue la que originalmente dio una nueva vida a la ribera del Ebro. Sus propietarios tuvieron que atravesar mil y un apuros con las licencias, pero puisieron una pica en Flandes en lo que a terrazas de asfalto se refiere, que luego secundaron Macanaz, Luna Morena o Ratatouille Le Parisien.

En el inventario de quioscos que a partir de esta misma semana el Ayuntamiento saca a concurso (y que es solo una avanzadilla porque la concejal Natalia Chueca ya ha dicho que se licitarán hasta treinta más) también está otro que se ha convertido en parte del paisaje del paseo de Sagasta. Abrió en 1986 y, desde entonces, apenas ha pasado un verano sin que levantara la persiana para atender a sus fidelísimos clientes. En el año 2008, como tantos otros locales, fue objeto de un lavado de cara dado que se optó entonces (no sin polémica) por valorar y prorrogar las licencias de aquellos que "se integren en actividades promovidas por el tejido social del barrio donde estén ubicados".

En el otro lado de la moneda, se cuentan también por decenas los quioscos que no han conseguido reinventarse ni remontar o que han acabado siendo derruidos. En muchos parques se confunden con casetas de jardineros y, en otros casos, como en las casetas de la plaza de Eduardo Ibarra, la desidia se ha tomado cruel venganza. Otros, en busca de una nueva oportunidad, han cambiado su orientación comercial y han pasado de vender revistas a probar suerte con las flores o de despachar helados a albergar una suerte de biblioteca de verano.

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