coronavirus

La vida aislado en un hotel de tu propia ciudad

Empresarios, personal sanitario o incluso refugiados ocupan estos días alguno de los siete alojamientos con permiso para abrir en Zaragoza.

Paula Sacristán, enfermera del Miguel Servet, se aloja en el hotel París.
Paula Sacristán, enfermera del Miguel Servet, se aloja en el hotel París.
Guillermo Mestre

Cuando el hospital Miguel Servet de Zaragoza decidió disponer de parte de su planta de neurología para atender a contagiados por coronavirus, Paula Sacristán, enfermera de 30 años que desempeña allí su labor, lo tuvo claro: «Entonces decidí que me tenía que ir de casa. Vivo con mis padres, que son mayores, y no quería ponerles en riesgo», relata. Con un par de maletas y uno de sus gatos, se confinó en los apartamentos Augusta del hotel París, en la calle de San Pablo. Como ella, decenas, quizá cientos de sanitarios han apostado por vivir en un alojamiento ajeno en su propia ciudad. Pero no son los únicos. Así es el día a día de empresarios, trabajadores e incluso refugiados aislados por la pandemia a pensión completa.

«La cafetería la tenemos cerrada y las revistas y periódicos que ponemos a disposición de los clientes no los toca nadie», explica Alberto García Mir, director comercial del hotel París. Este establecimiento es uno de los 26 habilitados por el Gobierno central para mantener las puertas abiertas en Aragón. Se han quedado de retén de emergencia, para ofrecer soluciones de alojamiento a quien no tiene otra opción. El resto mantiene las puertas cerradas a nuevos usuarios, aunque los de larga estancia conservan sus habitaciones de siempre.

«Tenemos de todo, pero sobre todo personal sanitario de Zaragoza que no quiere poner en riesgo a sus familiares», comenta desde una recepción acondicionada con una mampara para hacer frente a la pandemia. «Hemos cambiado el protocolo, usamos guantes, geles, mascarillas...», detalla. Su establecimiento cuenta con 72 habitaciones y están ocupadas al 25%, aunque en los próximos días recibirán la llegada de más enfermeros y trabajadores de la construcción, que mañana recupera la actividad. «Hemos tenido miembros del Ejército y de la Guardia Civil, también transportistas y empresas, pero la mayoría son sanitarios», apunta.

Es el caso de Paula Sacristán, que se aloja en uno de los apartamentos del hotel. «Por mucha precaución que tomes, siempre hay riesgo», reconoce esta enfermera, que solo sale al exterior para ir a trabajar o para hacer alguna compra esporádica. «Me traje una tele para ver películas, con mis amigos hago videoconferencias y a mis padres los llamo a diario», comenta sobre su rutina.

"Por mucha precaución que tomes, siempre hay riesgo"

Como ella, muchos de los médicos y enfermeros de la ciudad han decidido aislarse para proteger a los más queridos. Los colegios profesionales del sector sanitario están tratando de canalizar con condiciones ventajosas esta nueva demanda de alojamiento. El de Médicos ya ha ubicado a una veintena. Paula lo intentó hace unas semanas sin éxito, por lo que se fue por su cuenta, y no es la única, así que es muy difícil calcular cuántos estarán en su misma situación. De momento, el Gobierno de Aragón ha cerrado un acuerdo con el hotel Ilunion Romareda para ofrecer 90 plazas a este colectivo.

Indigentes sin opciones

En cualquier caso, los sanitarios no son, como se ha visto, los únicos usuarios. «Tenemos trabajadores de empresas de mantenimiento, telecomunicaciones, banca, energía... También refugiados a la espera de regularizar su situación e incluso indigentes, algunos costeados por el Ayuntamiento y otros por ellos mismos, por eso hemos bajado los precios, para que nadie se quede fuera», explica Jorge Bergua, director del hotel Gran Vía de la capital aragonesa.

En este céntrico establecimiento, la cafetería y la terraza permanecen cerradas y el desayuno y la comida –que la prepara a persiana bajada un restaurante cercano– se entrega en las habitaciones. «La gente viene concienciada, la mayoría no sale para nada de la habitación», dice. Buen ejemplo de esa descripción es la familia de Dani Riera, un comerciante y músico venezolano de 40 años que tuvo que huir de su país natal perseguido y ahora busca una segunda oportunidad en España de la mano de la oenegé Accem, especializada en refugiados.

"La gente viene concienciada, la mayoría no sale para nada de la habitación"

«Teníamos cita para hacer los papeles el 17 de marzo, pero se suspendió por la cuarentena», explica desde su habitación del hotel Gran Vía, donde se aloja con su mujer y sus cuatro hijos, de entre 3 y 9 años de edad. «No es fácil para ellos, les entretenemos y les damos clase, mantenemos una rutina pero a veces los más pequeños se aburren y se desesperan», relata. En su caso, además, la crisis sanitaria del coronavirus acentúa las dudas sobre su futuro en Europa. «Ya no sé ni cuántos días llevamos encerrados, pero hay que cumplir con las normas. Si yo enfermo –reflexiona–, mi familia se queda desprotegida».

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