EN PRIMERA PERSONA

Diario de un confinamiento: Mascarillas y lobotomías

Día 23. Tengo una amiga que es muy sencilla y se pinta las uñas por encima de los guantes de protección. Apruebo su buen gusto. Yo la veo divina.

Un guante intervenido artísticamente. Pura elegancia y sofisticación.
Un guante intervenido artísticamente. Pura elegancia y sofisticación.
Heraldo.es

Soy un intrépido. Bajo de comprar. Me advierte la farmacéutica de que llevo la mascarilla del revés. Me entran sudores fríos. Ahora creo que tengo covid, sífilis y malaria. Me dice que no me preocupe, que ha visto casos peores. Que hay mascarillas de tela con churretones porque la gente las desinfecta con lejía. Luego se la vuelven a poner y, claro, venga a comprar colirios contra la irritación. La mía la califica –directamente– de absurda porque es una mascarilla de aficionado al bricolaje que debe proteger entre cero y nada. Y yo que la llevaba tan henchido… Quién nos iba a decir hace un mes que precisaríamos de un tutorial de mascarillas. Quién nos iba a decir hace dos que el hocico de un animal chino ignoto desataría tan terrible drama.

Lo que no llevo las pocas veces que salgo a la calle son guantes. Me apaño con los de la frutería que ponen a las puertas del supermercado. Por casa solo tengo unos de fregar, como de broma, que llevan volantes y unas joyas por fuera que ya las quisiera para sí la Duquesa de Alba. Menudos pedruscos. No me los pongo porque creo que los anillos son buenos (me costaron dos o tres euros) y no quiero que se echen a perder.

Una buena amiga, que es más fina que el coral, me cuenta que ella sí trabaja con guantes porque teclea en un ordenador comunitario. Eso sí, las medidas de protección no le impiden ser coqueta. Me envía una foto y compruebo que lleva las uñas pintadas por fuera. Es tuneadora y tunante a la vez. Pienso en qué le diría mi farmacéutica. Pienso en la consulta de López Ibor.

Necesitados de una lobotomía vamos a acabar todos como esto se prolongue demasiado. Esta creatividad desbordada será pasto de arrepentimiento y reciclaje –seguro– cuando pasen unas semanas. ¿O acaso cree, señora, que va a lucir por Salou uno de los 137 collares de macarrones que le ha hecho su confinado diablito de Tasmania?Peor son las manualidades con rollos de papel higiénico, porque de eso sí que andamos sobrados... He visto cofrades, ‘minions’, armaduras de cartón y otras megaestructuras que merecerían un hueco en el canal de National Geographic. Me cuentan, incluso, que hay despensas donde se acumula el papel enrollado pero sin ‘hueso’ porque al castillo le faltaba un puente levadizo. ¿Quién da la vez, señor López Ibor?

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