coronavirus en aragón

La vida en tiempos de pandemia: "Cuídate mucho, mi vida"

Gervasio Sánchez acude a la Ciudad Residencial Sonsoles, de Atades, para ver la situación en el único centro de la entidad sin ánimo de lucro que se ha visto afectado por la epidemia de coronavirus.

Agustín Garcés, director del centro Ciudad Residencia Sonsoles de Atades, saluda a Fernando.
Agustín Garcés, director del centro Ciudad Residencia Sonsoles de Atades, saluda a Fernando.
Gervasio Sánchez

“No tenemos más positivos y hoy les han hecho por fin los test a algunos de los que tienen fiebre. Seguimos explicando a los residentes las normas de higiene y ya comprenden que no podrán salir del centro en una temporada. Todos los días se desinfectan las estancias exteriores y la Unidad Militar de Emergencias vuelve la semana que viene para hacer lo mismo con las residencias. Queremos que tengáis noticias veraces para evitar situaciones de angustia”.

Es el resumen de uno de los wasaps que Agustín Garcés, director de la Ciudad Residencial Sonsoles de la Asociación Tutelar Aragonesa de Discapacidad Intelectual (ATADES)envía tres veces al día a las familias de 250 discapacitados intelectuales que residen en el centro.

Es el único centro de esta entidad sin ánimo de lucro que se ha visto afectado por la epidemia de coronavirus y sus responsables llevan más de dos semanas intentando evitar que la situación se agrave tras conocer el 11 de marzo que uno de los residentes había dado positivo.

A principios de la semana pasada tuvieron varios casos febriles. “Lo primero que hicimos fue enviar a 35 residentes a sus casas con sus familias para liberar algunas de las instalaciones y organizar una zona de aislamiento para los potenciales contagiados”, explica José Carlos Galán, el director de todos los centros de Atades.

“Hemos utilizado el centro ocupacional como si fuera un hospital de campaña con camas para 80 o 90 personas, donde tenemos aisladas a cuatro personas leves con coronavirus en una de las salas y otras 36 con síntomas distribuidas en otras cuatro salas preparadas para que puedan comer y entretenerse mientras esperamos los resultados de los test”, explica Fernando Pérez, el coordinador sanitario.

El equipo médico encabezado por la doctora Pilar Romero mantiene un estricto control de cada uno de los residentes aislados y se queja de la lentitud de los test: “Cuanto más tarden, más posibilidades hay de que personas con el virus puedan contagiar a los que no lo tiene”. A su lado una de sus enfermeras critica sin tapujos: “Ningún responsable del Centro de Salud de Alagón se ha personado en Sonsoles desde el sábado 7 de marzo a pesar de ser el centro de referencia de los residentes”.

“Están tardando una media de tres días en venir a hacer las pruebas y otros dos y hasta tres más en darnos los resultados por lo que no podemos hacer una criba entre contagiados y sanos” explica Agustín Garcés. “Voy a llamar a Salud Pública a ver si consigo que me aceleren los resultados”, comenta Fernando Pérez. “Aunque ya sabemos que la prioridad son los test que se hacen al personal sanitario sospechoso de estar infectado”, asegura el director.

De los 238 trabajadores 22 están de baja, once de ellos por ser personas vulnerables, alguno por estrés y pánico. Una enfermera ha dado positivo por coronavirus y hay otro enfermero con síntomas “al que todavía no le han hecho el test a pesar de que avisamos hace 48 horas”.

En tres turnos de 24 horas tienen que asistir a todos los residentes, un 60% hombres y un 40% mujeres con una media de edad de 56 años y edades comprendidas entre 21 y 86 años. “Evitamos que los 20 más mayores y los 64 con discapacidades profundas se mezclen con el resto. Lo sacamos a pasear en horas diferentes y comen en comedores independientes”, explica José Carlos.

Dos enfermeras ayudan a un residente sospechoso de estar contagiado por el coronavirus.
El equipo médico evalúa los casos positivos y los sospechosos.
Gervasio Sánchez

Hay que mantener la rutina. Los talleres ocupacionales siguen funcionando. “Están muy tristes y preocupados por sus compañeros enfermos. Se les nota bajos de ánimos con las emociones a flor de piel. Además, viene Semana Santa y ya saben que no van a poder ir a visitar a sus familias”, resume la psicóloga Marta Carrera.

Los miembros de los grupos autogestores, elegidos democráticamente por sus propios compañeros, se encargan de explicar la situación anómala que se está viviendo. “Lo explican a su manera y con sus propias palabras. Lo más difícil es mantener una distancia social que nunca antes existió. Hemos conseguido que algunos se saluden con el codo y se laven las manos a menudo”, cuenta José Carlos. Pero apenas “un 15% tienen capacidad de compresión por lo que el peligro de contagio es aún mayor en un centro de discapacitados intelectuales”, se sincera Agustín.

Visitamos una de las residencias de varones. Unos saludan con los codos, otros quieren abrazos o estrechar manos y hay que detenerlos. Carlos quiere hablar con su hermano Antonio. Agustín marca el número y abre el altavoz: “Vinieron los soldados”, explica Carlos. Luego sólo atina a hablar con monosílabos. “Cuídate mucho. Te mando un beso muy fuerte, mi vida”, le dice Antonio sin esconder el llanto. Agustín también se emociona. Tiene un hijo con una discapacidad intelectual al que no puede abrazar cuando regresa a casa por la tarde por precaución. Fernando está muy contento porque el jueves cumple 54 años y saluda efusivamente a través del cristal a Agustín. Éste le dice a Rafa que “más tarde llamaremos a la tata y hablaremos con papá (que tiene 90 años)”.

Agustín Garcés, director del centro, saluda con el codo con un residente.
Agustín Garcés, director del centro, saluda con el codo con un residente.
Gervasio Sánchez

En el pabellón femenino, una docena de mujeres se preparan para salir a pasear. Rosa ha escrito una carta para Vitoria, abogada de la unidad de tutela de Atades: “Quiero que vengas un día a verme”. Irene llora porque no pudo celebrar su cumpleaños y cree que fue porque se portó mal. “Tú no tienes la culpa de nada”, le dice el director. Luisa dice que “estoy contenta porque no tengo el virus”. María José se encuentra mal. “Me duele la cabeza. Anoche no cené y tengo náuseas”, explica a una de las enfermeras que decide llevarla a la zona de aislamiento para hacerle una revisión.

Unos 400 discapacitados intelectuales que acudían a los dos colegios y a un centro especial de empleo se encuentran en sus casas con sus familias. “Si estar confinados es duro para personas normales, aún lo es más para nuestros beneficiarios”, explica Agustín.

Atades ha montado un servicio permanente con trece psicólogos para dar apoyo familiar. “Se hace un barrido de llamadas a todas las familias, se determinan cuáles son las que necesitan ayuda y activamos a nuestro personal para que hagan un seguimiento más pormenorizado”, cuenta el director de todos los centros. Algunas familias están completamente desbordadas.

Regístrate en la newsletter de HERALDO y tendrás cada día toda la información sobre el coronavirus.

Comentarios
Debes estar registrado para poder visualizar los comentarios Regístrate gratis Iniciar sesión