historias del coronavirus

Primer lunes de cuarentena en el centro de Zaragoza: un paseo por la incongruencia

Gente que trabaja por obligación se cruza con algunos paseantes por "placer", la mayoría personas mayores. Muchos empleados están aún a la espera de las decisiones de sus empresas. 

Unos trabajadores trasladan un vidrio por la calle Don Jaime.

Calles con mucha actividad a las 8.30. Semidesiertas a las 11.00. Barrenderos barriendo la nada porque nadie ha ensuciado. Una panadera soñando con irse a casa, pero que quiere "dar un servicio público", que vende el pan a un señor de avanzada edad que llega dando "un paseo" desde la avenida de Valencia. Los parquímetros desconectados para evitar contagios y ciudadanos, a escaso medio metro, sacando dinero en un cajero, sin guantes. Se ven carteros, repartidores, algunos haciendo arreglos u obras en sus locales. Algún paseante de perros. Al contrario que en días anteriores, poca gente con compra. Pocas mascarillas. Menos aún guantes.

El automatismo del gesto cotidiano se cuela aún casi inevitablemente entre una ciudadanía que vive el primer lunes de la cuarentena entre la concienciación y una realidad que, de momento, obliga a muchos a ir al puesto de trabajo. Aunque sea hoy, "para organizarse" antes de recluirse.

Dar una pequeña vuelta por el centro de Zaragoza es este lunes dar un paseo por la incongruencia. Unas medidas preventivas chocan con la naturalidad con la que se hacen muchas cosas  susceptibles de ser contagiosas, por pura costumbre. 

Algunos trabajan atendiendo a primeras necesidades. Otros, obligados. Muchos están a la espera de decisiones (nada fáciles) de sus empresas, pero no lo hacen en casa, sino en el puesto de trabajo. Otros, los menos, hacen de su capa un sayo y se aventuran irresponsablemente a salir sin más motivo que tomar el aire.

La plaza de San Pedro Nolasco, con una sede del Gobierno de Aragón, una farmacia y varios bancos a su alrededor mostraba a primera hora de la mañana de este lunes un aspecto idéntico al de cualquier otra. Gente yendo y viniendo bajo el paraguas y la mayoría en solitario, eso sí. También bastante tráfico en la calles. Coches particulares, pero los autobuses, vacíos.

Conforme avanzaba la mañana, con cada uno en su puesto de trabajo, las calles se fueron vaciando un poco, sin quedar ni mucho menos tan desiertas como el domingo. Entre los que se encontraban en San Pedro Nolasco estaba un barrendero. Solo completamente en ese momento, barría sobre limpio una plaza habitualmente muy perjudicada los lunes por el trasiego del fin de semana en las múltiples terrazas que la pueblan.

En su trabajo los turnos siguen como siempre. No lleva mascarilla, pero sí guantes (uno de ellos con un visible agujero). Cuenta que en la empresa les dicen que con su protección habitual "es suficiente". No está enfadado, pero piensa que "deberían reducirse los turnos, porque hay mucho menos trabajo, menos suciedad". "Los carros no tienen sentido", dice en referencia a su caso, el de los barrenderos que van andando por la calles, este lunes bajo la lluvia, con su escoba.

A unos pocos metros, la panadería de la calle Mayor es de las pocos comercios abiertos en esa vía. Allí Leticia atiende con serenidad, pero admite estar intranquila: "Desde el jueves tengo un nudo aquí", dice señalándose el pecho. Desea irse a su casa, pero considera que "el servicio lo tenemos que dar, en este barrio hay mucha gente mayor". No ha acabado de decir la frase y entra uno: "¿Lo dice por mí?", pregunta riendo. El señor cuenta que viene andando desde la avenida de Valencia. Él vive en la calle Mayor, pero ha ido "a dar una vuelta". "A mí es que me tiene que dar el aire, esta tarde iré a un pueblo", dice. Pero se da cuenta de los ojos de estupor de la panadera. Corta la conversación y se va con risilla entre avergonzada y pícara.

No es la única persona mayor que se ve por la calle. Por Don Jaime, un abuelo pasea con el teléfono en la oreja, escuchando las noticias.

Elena es bronco-asmática, pero esta mañana de lunes está detrás de la caja de un comercio de productos de droguería perteneciente al grupo Dia. Antes, ha ido al banco a hacer el ingreso diario. "Hemos estado hablando a un metro, en corro, en lugar de estar en fila", explica. De momento se muestra comprensiva con su situación: "Es muy difícil tomar decisiones con un fin de semana en medio, más perteneciendo a un grupo tan grande. A lo largo del día de hoy nos dirán algo, supongo. De momento, se va a reducir el horario. Es todo complicado porque además he hecho pedidos del doble de lo habitual que ni siquiera sé si los traerán porque la logística también tiene problemas". Su marido, camarero, y su hijo están en casa. En su tienda, por cierto, se ha agotado el papel higiénico.

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