tras la garita

Porteros de comunidad, ni San Pedro ni Chus Lampreave

Los empleados de viviendas urbanas custodian un gran manojo de llaves y no pocos secretos. Siempre con discreción. Residen en el puesto de trabajo, sus vecinos son familia y el oficio, su vida.

Los empleados de viviendas urbanas custodian un gran manojo de llaves y no pocos secretos. Siempre con discreción. Residen en el puesto de trabajo, sus vecinos son familia y el oficio, su vida.

Un caballero se muestra preocupado, nervioso. Ya es por la tarde y a primera hora de la mañana ha extraviado unas llaves que parecen importantes. "Las he buscado por todos los sitios. Me estoy volviendo loco", asegura en el patio de su comunidad. El preciado botín está a buen recaudo. Casi desde que las ha perdido de vista han estado en el bolsillo de Enrique, el portero de su finca, quien las ha encontrado en el suelo. "Gracias, Enrique. Si no fuera por ti...", es la respuesta.

No es el único manojo que custodiaba, una decena más se enreda al depositarlas en el mostrador de su garita. "Somos casi como San Pedro", bromea Enrique Marín, al frente de una portería del centro de Zaragoza desde hace casi tres lustros. "Me vine a trabajar aquí por vocación", asegura. Dejó su anterior empleo y no se arrepiente: "Para mí ser portero de comunidad es sentirme apreciado, valorado y querido en mi profesión". "Todo lo que les doy a mis vecinos, me lo devuelven por multiplicado", añade.

"Para mí ser portero de comunidad es sentirme apreciado, valorado y querido en mi profesión"
Enrique Marín, en la azotea de la comunidad donde trabaja, en Zaragoza.
Enrique Marín, en la azotea de la comunidad donde trabaja, en Zaragoza.
Francisco Jiménez

Esas palabras las suscriben el resto de empleados de fincas urbanas, como se denominan oficialmente estos trabajadores. No se tienen datos concretos, pero desde la Asociación de Empleados de Fincas Urbanas (AEFU) calculan que en la actualidad hay unos 800 porteros y conserjes en la ciudad. Una cifra que, según apuntan, está en descenso. Este colectivo lucha para conservar su puesto, mientras las empresas multiservicios irrumpen cada vez con más fuerza. "Hay algunas que ofrecen hasta servicio de café a domicilio", señalan. Aunque esa sea la tendencia, en los barrios nuevos de la capital aragonesa, muchas comunidades como Parque Venecia o Valdespartera han recuperado esta figura. En los edificios del centro la situación es diferente, prestan atención a oficinas o clínicas instaladas en pisos. La naturaleza de estos inmuebles ha cambiado, ya que antaño la mayoría eran domicilios particulares. Las costumbres tampoco son las mismas. "No es que el 'hola' y el 'adiós' sean más caros que antes, es que ahora a veces son inexistentes", reivindican.

"Somos espejos. Tienes que atender con tu mejor sonrisa, aunque por dentro estés llorando"
Mario Castranado custodia el patio de la comunidad donde trabaja, en Zaragoza.
Mario Castranado custodia el patio de la comunidad donde trabaja, en Zaragoza.
Oliver Duch

Entre saludo y saludo limpian el suelo por las mañanas, comprueban las instalaciones, cambian las bombillas, sacan la basura, están atentos a cada fluorescente que tintinea o repasan los espejos. Precisamente así se define Mario Castranado, portero en el número 5 del paseo de la Independencia. "Somos espejos. Tienes que atender con tu mejor sonrisa, aunque por dentro estés llorando". Mario comenzó en esa comunidad hace 30 años tras la conversación de su madre con un conocido de Ainzón, su pueblo. "Esto es mi vida", confiesa mientras un señor irrumpe en el patio y pregunta por un abogado. No es allí, pero Mario da en la tecla: es en otro portal de la calle de al lado.

"Además de mantener todo limpio y en orden, tenemos que estar pendientes de las necesidades que solicitan las personas mayores", indican Enrique Marín y sus compañeros. En unas ocasiones será hablar, mientras que en otras es prestar ayuda y también controlar su rutina ante posibles problemas de salud. "Si no veo a alguien durante dos días, les llamo", afirma José Antonio Francés, desde su garita de la calle de Benjamín Jarnés, junto a la plaza de toros de la Misericordia. Esta es su segunda portería, antes estuvo 11 años otra finca de la Gran Vía. "He llegado a estar una hora diciendo sí y no, dando la razón, escuchando un monólogo", rememora. "Ser portero para mí significa eso, el contacto con la gente. Una cercanía que me hace crecer – continúa-, estoy encantado de ser portero".

José Antonio Francés, en la garita de su portería.
José Antonio Francés, en la garita de su portería.
M. Millán

Las sensaciones de Francés las comparte también José Manuel Oto. Él trabaja en el número 3 de la plaza de Albert Schweitzer desde hace 28 años, casi la mitad de su vida. Oto desgrana su profesión en varios mandamientos: dedicación, confianza, profesionalidad, apoyo, convivencia y cariño. "Es emocionante ver crecer a los chavales. Te viene a la cabeza su primer día de guardería y ahora los ves con la novia de la mano", reconoce.

José Manuel Oto es portero desde hace 28 años, en la misma comunidad de Zaragoza.
José Manuel Oto es portero desde hace 28 años, en la misma comunidad de Zaragoza.
Oliver Duch
"Nos sentimos como un vecino más"

Los sentimientos y vivencias de cada uno podrán ser diferentes, no obstante, se encuentran en un par de palabras: satisfacción y familia. "Nos sentimos como un vecino más", insisten. Una cercanía que cultivan a pesar de que tienen muchos superiores: "Tenemos tantos jefes como vecinos. Tantos jefes como visitas que recibimos".

La discreción es uno de los valores que defienden, a diferencia de Chus Lampreave en los filmes de Almodóvar. "Nuestra mala fama no nos beneficia", señala Oto. Miguel Pastor, portero de la calle de Asalto, es franco: "Somos el cura de la comunidad, vienen al confesionario". Guardan secretos y anécdotas. La mayoría no se pueden contar, pero encandilan cuando comienzan la narración. "Nos da para escribir nuestras memorias", dicen entre risas. Tan cierto que alguno ya ha pensado hasta el título de su libro, como Pastor.

Porteros y conserjes en un aprendizaje continuo

Se trata de una profesión que está en constante aprendizaje, tanto dentro como fuera de las fincas donde trabajan. Desde AEFU organizan cursos de primeros auxilios o encuentros con inspectores de robos de comisarias para estar informados del 'modus operandi' de los ladrones. Esta entidad también fue pionera en la redacción de su convenio, un modelo que imitaron y en el que se inspiraron otros lugares, como La Rioja o Castellón. Este documento vence en el mes de diciembre.

La conserje María José Sáez cuida el césped de la urbanización donde trabaja.
La conserje María José Sáez cuida el césped de la urbanización donde trabaja.
M. Millán
"Tenemos el mismo salario todos, sin distinción de género. No como en otras profesiones"

Uno de los triunfos del convenio fue la igualdad entre hombres y mujeres. "Tenemos el mismo salario todos, sin distinción de género. No como en otras profesiones", señala María José Sáez, conserje de una urbanización de Vía Hispanidad desde hace dos décadas. Ella también agradece todos y cada uno de los detalles de sus vecinos: "En invierno, si me ven fregando en la calle, me sacan un café con leche o si los ascensores están estropeados bajan la basura".

Han convertido de su profesión su vida, su puesto de trabajo es el hogar donde residen y los vecinos son la familia a la que sirven en un estatus de igualdad. "Me costaría trabajar en otra cosa", reconoce con sentimiento José Manuel Oto.

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