Toros

Sólo López Chaves y un toro de Murteira

El salmantino volvió a caer de pie en el coso de Pignatelli.

López Chaves, en la plaza de toros de Zaragoza.
López Chaves, en la plaza de toros de Zaragoza.
Toni Galán

El salmantino López Chaves volvió a caer de pie en el coso de Pignatelli. Esa plaza en la que nunca debió faltar. Mientras los más jóvenes apenas lo conocían, los aficionados con solera lo esperaban como agua de mayo. Por fin un tío con bragueta y capacidad para hacer frente a un festejo que, en los últimos años, estaba de capa caída. No se equivocaron. El de Salamanca hizo gala de un excelso sentido de la lidia e hizo fácil lo imposible: la guerra.

Abrió plaza un lucero con el hierro de Saltillo que, ni se entregó en las tres varas que tomó en el caballo de Javier González, ni terminó de romperse en la franela de un López Chaves que estuvo siempre por encima. Sencillamente, brillante. Lo bregó con suavidad hacia las afueras y con la muleta basó la faena sobre el pitón derecho. El animal, desagradecido, salió siempre con la cara por encima del estaquillador y le hizo imposible la lidia sobre la mano izquierda. Lo mató con una entera en todo lo alto. Bien.

Con el incierto cuarto tampoco se arrugó. Feo, altón y vareado, tomó tres varas en el caballo del Legionario y puso en algún que otro apuro a los de los rehiletes. Chaves, acostumbrado a bailar con la más fea, tiró de valor y profesionalidad para sacarle muletazos largos y profundos sobre la mano derecha. Al natural, dos fueron eternos. Volvió a matar en lo alto y paseó una oreja de ley. Que vuelva.

Naufragan Galvan y Cuevas

El gaditano, que está llamado a ser parte de esa hornada de jóvenes que debe coger el relevo de unas exprimidas figuras, no quiso comulgar con la exigencia del festejo ni de la plaza. A sabiendas de que un puñetazo en la mesa suponía entrar en el circuito de las duras, no quiso aceptar las normas y aburrió en ambos.

El de Carriquiri, que más que un toro de Núñez parecía un Samuelón, tomó con alegría cuatro varas en el caballo de Antonio Muñoz y tuvo sus teclas en la muleta. Galván nunca quiso tocarlas. Siempre mal colocado, la faena careció de sentido y todo quedó en nada.

Con el sexto, privó al respetable de ver una cuarta vara y nunca dijo nada con la muleta. Pese a que el toro se vino a menos, estuvo siempre muy por encima de un coleta que jamás le encontró el sitio ni el aire. Pases y más pases. Mal. Petardo con los aceros.

El local Daniel Cuevas volverá a tener una foto haciendo el paseíllo en Zaragoza. Un paseo sin méritos y, lo que es peor, sin aspiraciones. A sabiendas de los compañeros que se quedaban en casa, su actuación de ayer volvió a rozar el límite de lo irresponsable. Se desentendió de la lidia de sus dos oponentes y con la muleta fue el pánico personificado. Sin ideas, sin valor. Un despropósito. Y los toros, nunca se metieron con nadie. Ni un derrote, ni una mirada pese a los trancazos que recibieron en el caballo. El segundo de su lote resultó, a la postre, el mejor de todo el encierro. De nombre Colibrí, nunca mereció ese trato. Muy mal.

Sensacional volvió a estar el subalterno Sergio Aguilar. Jorge Torres se llevó el premio al mejor picador tras su actuación con el sexto de la tarde.

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