Javi el Pájaro, una vida dedicada a sembrar dolor y muerte

José Javier Salvador pasó 14 de sus 49 años en la cárcel tras asesinar en La Puebla de Híjar a su mujer. Sin haber terminado de cumplir su condena de 18 años de prisión, volvió a matar, esta vez a su abogada, Rebeca Santamalia.

José Javier Salvador, en 2005 en la Audiencia Provincial de Teruel
José Javier Salvador, en 2005 en la Audiencia Provincial de Teruel
Toni García

José Javier Salvador Calvo, de 49 años, conocido en su pueblo como Javi el Pájaro nunca mostró un arrepentimiento sincero por haber asesinado a su mujer, Patricia Maurel, en 2003 en La Puebla de Híjar. Desde el minuto uno justificó su acción culpabilizando a su esposa, con la que tenía tres niños que entonces tenían 8, 6 y 3 años de edad, de una supuesta infidelidad.

Ahora nunca se sabrá lo que hubiera dicho de su abogada, Rebeca Santamalia, que entonces lo defendió convencida de que el acto de su cliente había sido producto de un arrebato, de una pérdida total del control de sus impulsos. El pasado jueves la asesinó en el piso de la calle de Pradilla de Zaragoza donde él vivía y luego se quitó la vida arrojándose del viaducto de Teruel.

La Policía encontró el cadáver de Rebeca Santamalia tendido en un sofá, tapado con una manta y con cuchilladas en el cuello y distintas partes del cuerpo. No había señales de lucha aparentes ni desorden en el salón, por lo que las primeras impresiones apuntan a que la víctima estaba totalmente desprevenida o incluso dormida cuando Javier Salvador la atacó y no tuvo ninguna posibilidad de defenderse.

Tampoco a su mujer le dejó escapatoria. En 2003, Patricia Maurel era una joven de 29 años, con ambiciones políticas y había decidido presentarse a las elecciones municipales por las listas del PP. Su marido se dedicaba a la construcción, ganaba dinero y vivían bien. Pero sus sospechas infundadas (el homicida se llegó a inventar un mensaje a su móvil en el que le llamaban supuestamente cornudo) la llevaron a planificar perfectamente el crimen y acabar con su vida de diez disparos.

"Me dijo que con su cuerpo hacía lo que quería y que, si me ponía tonto, no podría ver a mis hijos. Entonces perdí el control". Otra de sus frases fue: "Me dijo que yo no era quien para decirle lo que tenía que hacer". Así justificó su acción ante el jurado popular que lo juzgó en 2005 en la Audiencia Provincial de Teruel.

La sentencia recogió que la víctima recibió cuatro disparos en la cabeza –dos de ellos a cañón tocante en la frente–, cuatro en el tórax y un noveno en un brazo. Mientras le disparaba, el homicida fue cambiando de posición y cuando se le atascó una bala dentro del arma, retrasó manualmente el cierre, retiró el cartucho atascado de la recámara para que entrara otro proyectil, y siguió disparando sobre su esposa hasta vaciar el cargador.

Crimen perfectamente planificado

Toda esta secuencia, unida al hecho de que Salvador había recibido ese mismo día de la Guardia Civil la carabina legalizada, había ido a la armería de Quinto para adquirir un cargador vertical de diez disparos y había probado la escopeta en un almacén antes de ir a buscar a su mujer para matarla, revelan una conducta organizada muy alejada de la pérdida de control de impulsos que quiso transmitir al jurado.

De hecho, los médicos llegaron a la siguiente conclusión: "El acusado dispara de una forma fría y calculadora, por lo que entendemos que en ningún caso existe ofuscación. El acusado está en perfectas condiciones mentales y puede controlar sus impulsos".

Como se recogió en las crónicas publicadas por este diario, en los dos primeros años que Salvador pasó en prisión transmitió a sus allegados su pesar por el daño que había causado a sus hijos –tras perder a su madre nunca quisieron volver a saber de él– pero no por haber matado a su mujer.

Su abogada defensora, Rebeca Santamalia, se esforzó en convencer al jurado popular de que su cliente era una buena persona, huérfano de padre y madre desde los 13 años, separado de su hermana pequeña y con una infancia carente de afecto.

Destacó todo los rasgos positivos que, en su opinión, tenía el acusado, como que se había esforzado en progresar laboralmente con el único fin de lograr la familia que nunca tuvo de niño. La relación profesional que establecieron se tornó en personal después y "tormentosa", según quienes estaban al corriente de la misma.

En La Puebla de Híjar hablan de Javi el Pájaro como un tipo "camelador", un "embaucador" con labia para convencer a todo el mundo. "Durante su estancia en la cárcel en diciembre de 2016, mantuvo relaciones con varias trabajadoras y con una estuvo a punto de casarse", señala gente que lo conocía. Siempre quiso agradar sin perder sus objetivos de vista.

Cuentan que antes de cometer su primer crimen había hecho dinero como constructor y le gustaba lucir coches de alta gama. "Después de salir de la cárcel, cuando se encontraba con alguien de La Puebla actuaba como si no hubiera pasado nada", añaden.

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