Cuando los cadetes escribían a los Reyes Magos para los niños del Arrabal

La Academia General Militar de Zaragoza veló por el mantenimiento de la guardería de Villacampa durante casi 50 años. El día de Reyes, cada alumno recibía un regalo de parte del cadete que lo apadrinaba

Cuando los cadetes escribían a los Reyes Magos para los niños del Arrabal
Cuando los cadetes escribían a los Reyes Magos para los niños del Arrabal

En Navidad los cadetes de la Academia General Militar de la capital aragonesa se convertían en pajes reales y ofrecían servicio a Melchor, Gaspar y Baltasar. En sus cartas informaban al lejano Oriente de sus peticiones personales y también de un juguete. Este último regalo se lo pedían de parte de un niño del centro infantil de Villacampa, del zaragozano barrio del Arrabal.

“Me acuerdo perfectamente que me trajeron un camión de basura metálico. Tenía hasta el ruido de la sirena”, relata Rafael Tejedor, ex alumno de la guardería y actual presidente de la Asociación de Vecinos Tío Jorge-Arrabal. “En mi caso sería un caballito de cartón o una pelota”, cree Manuel Andolz, ex alumno también de Villacampa y miembro de la entidad vecinal.

Este gesto surgió en 1927, cuando las dificultades económicas acercaron su cierre. “Las subvenciones escasas y poco puntuales traían de cabeza a Pilar, la encargada, una mujerona baturra y con un corazón que rebosaba humanidad inmensa”, cuenta un texto de la época. “Como el Ayuntamiento de Zaragoza no disponía de recursos suficientes se recurrió a la Academia General Militar para que subvencionase con las pagas de los cadetes el coste del mantenimiento de la guardería”, explican Manuel y Rafael. Esta tradición se mantuvo hasta que la Academia cerró en 1931, sin embargo, se recuperó después de la Guerra Civil.

Esta costumbre, que se dejó de hacer a finales de los setenta, se centraba en el día de Reyes. Aunque era festivo, los cientos de chavales que estudiaban en Villacampa tenían que acudir a la guardería y en autobuses del Ejército iban a la Academia. Una vez en las instalaciones militares recibían su aguinaldo: merendaban chocolate con bizcochos y después el cadete acompañaba al pequeño al escenario donde los Reyes Magos le hacían entrega de su regalo.

La fiesta se celebraba en el majestuoso salón de actos de la Academia. Bien lo recuerda el Coronel Patricio Mandiá. A principios de la década de los setenta él era un joven que participaba con orgullo en esta actividad. Para apadrinarlos se pasaba una lista por todas las compañías con los nombres de los niños y los cadetes se apuntaban si querían. En alguna ocasión era una forma de distraer la nostalgia familiar: “Los que éramos de fuera volvíamos poco a casa, igual íbamos una vez al año, lo que te hacía sentir solo”. “Esto te llenaba el corazón porque se hacía con cariño”, declara el militar.

Mandiá, como el resto de cadetes, salía el fin de semana a buscar el deseado juguete por las tiendas de Zaragoza. Lo guardaba en la taquilla, junto a sus objetos personales, hecho que casi le cuesta un arresto. “Compré un camión de madera con un cordel blanco y lo tenía en la taquilla. Pasando revista el capitán vio el hilito y me dijo que tirase”. “Esto no es reglamentario”, dijo el superior, en tono de humor, cuando el camioncito saltó de la taquilla.

El coronel conserva una fotografía de cuando los cadetes acudían a la guardería. Las paredes del fondo parecen ser las mismas que las del comedor de otra foto de la década de los cincuenta, una que guarda Andolz de su etapa escolar. “Este soy yo”, exclama ilusionado mientras señala a un pedugo con bata de rayas.

Junto a ese documento gráfico atesora un díptico amarillento que corresponde al programa de un concierto en el Teatro Principal “a beneficio de la Guardería Infantil del barrio del Arrabal”. Así que los cadetes, además de escribir la carta a los magos de Oriente, tenían que rascarse el bolsillo. “Pasaba alguien el gorro para que la buena voluntad lo llenara de billetes o vales de bar”, lee Manuel Andolz. Este ex alumno afirma que abastecían al centro infantil con camiones de alimentos.

Tirando de hemeroteca, este vínculo también se deja patente en la publicación ‘Armas y cuerpos’. En el número 125 se descubre una fotografía en blanco y negro que corresponde a unas primeras comuniones en el barrio del Arrabal. Aparecen los comulgantes acompañados de algunos cadetes.

El devenir de Villacampa

“Gracias a la Academia subsistió la guardería porque si no hubiera desaparecido”, reconoce Andolz, a quien el destino le devolvió durante más de dos años a dichas instalaciones militares para cumplir con la mili. Los vecinos del barrio agradecieron este gesto a la AGM con el premio Arrabal 2017. “Era una cosa curiosa y bonita, una manera de involucrar a la ciudadanía con el Ejército. Confraternizar la sociedad civil con la militar”, argumenta Tejedor. “Pocos momentos tocaron el corazón como este, dentro de los mil buenos recuerdos que guardo de etapa en la Academia”, concluye Mandiá.

Tanto es así, que hasta el actual Rey de España, Felipe VI, colaboró con la causa cuando pasó por la Academia de Zaragoza. 

La guardería de Villacampa, sita en la calle homónima, sigue en el mismo lugar, pero no es a la que acudían los cadetes cada septiembre para conocer a su niño apadrinado. Desde hace dos décadas su contemporánea estética destaca entre la mayoría de los edificios del casco viejo de este barrio. Algunos problemas estructurales obligaron a derruirla y construir un edificio nuevo, siendo la generación de 1993 la última que ocupó los pupitres de la histórica Villacampa.

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