La Santa Capilla, el corazón de la basílica del Pilar de Zaragoza

La Santa Capilla es la obra más espléndida de la basílica de Nuestra Señora del Pilar de Zaragoza. Es el corazón de todo el templo.

La magnificencia y espectacularidad de la Santa Capilla y de su entorno dentro del Pilar no pasan desapercibidas a los fieles y visitantes que hoy llegan desde todos los confines del mundo, pero su excepcionalidad artística, fruto de un conjunto de voluntades político-religiosas, de la intervención de una serie de grandes artistas de primer orden y de la generosidad de miles de fieles devotos reflejada en las limosnas "desde las más sustanciosas a las más humildes" no está todavía suficientemente resaltada ni valorada por los miles de personas que a diario visitan la basílica.

En su época, la segunda mitad del siglo XVIII, fuera de los Reales Sitios (Palacio Real de Madrid, La Granja de San Ildefonso, Aranjuez y El Escorial) no se puede encontrar en España una empresa artística tan bella y tan refinada.

Los monarcas Fernando VI y Carlos III apoyaron la construcción y ornato de la Santa Capilla. Los mejores artista de la Corte y de la Real Academia de San Fernando de Madrid, venidos al efecto a Zaragoza con permiso regio, y los mejores artistas zaragozanos del momento, llamados a colaborar con aquéllos en la magna empresa artística, convirtieron a la Santa Capilla y al templo del Pilar en un gran taller y una verdadera academia de aprendizaje permanente. 

Viendo proyectar a Ventura Rodríguez, el gran ideador de la Santa Capilla, interpretando sus planos y sus precisas instrucciones; viendo esculpir a José Ramírez, a Carlos Salas o a Manuel Álvarez de la Peña; o viendo pintar a Antonio González Velásquez, a Francisco Bayeu o a Goya, una serie de jóvenes artistas zaragozanos hicieron o reforzaron su formación dentro de la más estricta modernidad artística que podía encontrarse en la España de la época, sin tener que marchar a Madrid para ello, aunque luego algunos de ellos sintieran la necesidad de concluir su formación o buscaran la promoción en la Corte, animados por los éxitos de los artistas que les habían servido de ejemplo.

El arte de la Santa Capilla dejó profunda huella en la arquitectura, la escultura y la pintura aragonesas entre 1760 y 1800.

El año 1750 fue muy importante en la historia, la morfología arquitectónica y espacial y la renovación artística del templo del Pilar. Fue el año de la venida a Zaragoza de Ventura Rodríguez y Tizón (1717-1785), arquitecto delineador de la fábrica del Palacio Real de Madrid. Venía por orden real con la misión de diseñar una nueva y suntuosa Santa Capilla que guardase la imagen de la Virgen del Pilar, así como la de solucionar el problema de la ordenación del espacio interior del templo, el de sus cubiertas y, también, redecorar su entorno con sentido «moderno».

En el otoño de aquel año, proyectó un templete para la Santa Capilla verdaderamente sorprendente y espectacular. Nada parecido se había visto antes en Zaragoza, ni por su forma, ni por sus aberturas y ligereza, ni por el lenguaje arquitectónico empleado, que era el barroco académico o clasicista, frente al barroco churrigueresco o decorativo que se había venido empleando hasta entonces en el Pilar y en otros templos de la ciudad.

El proyecto lo hizo desde la Corte entre 1751 y 1753, con un minucioso conjunto de planos y alzados, así como con una preciosa maqueta que conserva el Museo Pilarista.

Las obras de construcción, comenzadas en 1754 con la presencia del arquitecto, que estuvo en Zaragoza entre octubre de ese año y abril de 1755, se dilatarían hasta 1765, año de su inauguración solemne, a la par que desde 1758 se procedía a decorar tan maravilloso recinto con relieves y esculturas marmóreas, de estuco y con bronces dorados que confirieron a la Santa Capilla una belleza singular.

Las obligaciones profesionales de Ventura Rodríguez en la Corte le impidieron una presencia constante, por lo que dejó como director de las obras del tabernáculo al escultor José Ramírez.

La construcción de la Santa Capilla

La construcción exigió la concurrencia de los más destacados maestros de obras de Zaragoza, encabezados por los primos Yarza. Julián de Yarza y Lafuente (1712-1785), que ya era maestro de obras de la catedral de la Seo, construiría el coreto de la Santa Capilla, siguiendo los planos de Rodríguez, y la fachada principal de la Seo, transformando un proyecto de fachada del arquitecto madrileño para un lateral del Pilar.

Con él, Julián de Yarza y Cevallos (1718-1772), que proyectó la Plaza de Toros de Zaragoza (1764), y Francisco Velasco llevaron a término tan magna obra, a la par que renovaban su lenguaje arquitectónico, abandonando el barroco churrigueresco, recargado en excesos decorativos y en curvas y sinuosidades, y adoptando un barroco más clasicista y ordenado.

Ese nuevo lenguaje sería el referente para la arquitectura zaragozana del último tercio del siglo XVIII y de comienzos del XIX.

A las órdenes de esos maestros de obras se formaron jóvenes que pronto se convertirían en destacados arquitectos académicos en Zaragoza y en otros lugares de España.

Es el caso de Agustín Sanz Alós (1724-1802), proyectista de la iglesia de Santa Cruz de Zaragoza, así como de las turolenses de Urrea de Gaén y Vinaceite, donde se ve el fuerte influjo de Ventura Rodríguez; fue maestro de obras municipal y del templo del Pilar, donde construyó la cúpula elíptica sobre el coro (1796-1801) según los planos del maestro madrileño.

El del malogrado arquitecto Gregorio Sevilla (c. 1742-1782), responsable de las obras del Canal Imperial de Aragón, proyectista de la gran Casa de Misericordia, hoy sede del Gobierno de Aragón, y director de Arquitectura de la Academia de Dibujo de Zaragoza.

O el de Lucas Cintora (1732-1800), navarro de Fitero, que tras trabajar en la Santa Capilla hasta su conclusión, marchó a Sevilla donde dirigió la gran Fábrica de Tabaco de la capital andaluza.

La Santa Capilla de la Basílica del Pilar de Zaragoza
Fotografías de la Santa Capilla de la Basílica de Nuestra Señora del Pilar de Zaragoza
Fotografías de la Santa Capilla de la Basílica de Nuestra Señora del Pilar de Zaragoza
José Miguel Marco

Formación de jóvenes escultores y pintores

El contraste de tres estilos distintos de escultura -el barroco heroico de José Ramírez, el delicado rococó de Carlos Salas y el barroco-clasicista de Álvarez de la Peña, al que pronto llamarían «El Griego» por sus figuras clásicas- resultaría estimulante para tres jóvenes promesas, Lamberto Martínez Lasanta (1736-1766), Joaquín Arali (c.1738-1811) y Juan Adán (1741-1816), integrados en el taller de Ramírez, y que, salvo el primero, muerto joven, pronto triunfarían en la Academia de San Fernando y en la Corte. Otros escultores de menor trascendencia, como José Sanz, Pascual de Ypas o Ignacio Echeverría seguirían aprendiendo con las magníficas lecciones de escultura dejadas por aquellos grandes maestros.

Las pinturas al fresco del madrileño Antonio González Velásquez en la cúpula sobre la Santa Capilla (1752-1753), en la que representó "La venida de la Virgen del Pilar» y «La construcción de la Santa Capilla por los ángeles", constituyeron una novedad extraordinaria y fueron el verdadero manifiesto de la pintura rococó en España.

Ayudante de Antonio González Velásquez fue el joven zaragozano Francisco Bayeu y Subías (1734-1795), que aprendió con él tan difícil técnica pictórica, que años después utilizaría con excepcional maestría en los techos del los palacios reales de Madrid, Aranjuez o El Pardo, en la catedral de Toledo y en las cuatro bóvedas que delimitan la Santa Capilla del Pilar (1775-1776 y 1780-1781).

De los frescos de la cúpula sobre la Santa Capilla aprenderían mucho los jóvenes discípulos, primero de Luzán y después de Francisco Bayeu, como Diego Gutiérrez, Francisco Goya o José Beratón, así como fray Manuel y Ramón Bayeu, discípulos de su hermano.

Francisco de Goya dejó una primera muestra de su capacidad como pintor en «La adoración del Nombre de Dios» sobre el coreto de la Virgen (1771-1772) y otra, magistral, en la cúpula Regina Martyrum, lección que sólo los mejores pintores aragoneses de la segunda mitad del siglo XIX y comienzos del XX (Pradilla, Pallarés, Barbasán o Gárate) lograrían comprender en toda su profundidad pictórica y su relevancia artística.

(Artículo escrito en 2006 por Arturo Ansón Navarro, doctor en Historia del Arte y profesor de la Universidad de Zaragoza).

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