La sillería del coro, una obra maestra del Renacimiento

El coro constituye el centro neurálgico en torno al que gira una parte destacada de la vida religiosa de la basílica del Pilar de Zaragoza.

Coro Mayor de la Basílica del Pilar de Zaragoza
Coro Mayor de la Basílica del Pilar de Zaragoza
Carlos Moncín

Junto con el retablo mayor de Forment, la sillería coral es uno de los contados elementos de arte mueble de época renacentista que sobrevivieron a la reconstrucción del templo entre los siglos XVII y XVIII. Ofrece un testimonio precioso de la preocupación y el interés que el cabildo de Santa María la Mayor puso siempre en las empresas artísticas que mejor representaban el prestigio y abolengo de uno de los raros enclaves en los que el culto cristiano había pervivido en los tiempos en los que la ciudad permaneció bajo dominio islámico.

El coro constituye el centro neurálgico en torno al que gira una parte destacada de la vida religiosa de toda catedral, colegiata o monasterio. Allí se reunía, en estricta jerarquía en torno al prior, el clero que atendía el culto y gobernaba la institución, desde las dignidades capitulares hasta los escolares, pasando por los canónigos y los racioneros. Todos tenían señalada una silla o estalo desde el que, al son de la música del órgano, seguían el rezo de las horas y oían cada día la misa capitular, recibiendo por su asistencia pagos en especie o metálico denominados distribuciones.

Desde finales de la Edad Media era común incorporar en los respaldos de los sitiales altos representaciones de los protagonistas de las Sagradas Escrituras, los santos de la Iglesia o pasajes destacados de la vida Cristo y de la Virgen, que desde su ubicación preeminente se ofrecían como verdades de fe, ejemplos de virtud o modelos de conducta a los capitulares. Pero el espacio disponible era tan amplio que tan piadosos asuntos acostumbraban a convivir con total naturalidad en misericordias y frisos con otros de carácter profano muy populares desde el siglo XV o incluso mitológico –en perfecta comunión con la cultura humanista del Renacimiento. De todo ello da fe todavía hoy el coro del Pilar, uno de los más extensos y sugerentes repertorios de imágenes, tanto sagradas como profanas, del arte aragonés de todas las épocas.

Relieve de la ninfa Galatea, asociado al de la Creación de Eva. Galatea surca los mares sobre el dorso de un delfín mientras Neptuno, a su lado, se defiende de Tritón con su tridente; en el otro extremo de la composición, un personaje cabalga sobre un hipocampo mientras sujeta lo que parece ser una Nereida | Javier Pardos

En 1541 el coro del Pilar se había quedado anticuado y resultaba incómodo, de manera que el cabildo decidió renovarlo. Esteban de Obray hizo en ese año un modelo a partir del cual se contrató la empresa con él, con Nicolás de Lobato y con Juan de Moreto, que compartieron su realización entre 1542 y 1547. Para la última fecha, el nuevo coro estaba concluido e instalado a falta de algunos elementos menores. A estos tres escultores debe añadirse Tomás Peliguet, que elaboró diseños para los respaldos altos del orden superior, las taraceas de los asientos de las inferiores y otras partes de la sillería. El coro ocupaba buena parte de la nave, hacia la parte de los pies. Allí se distribuían los tres órdenes de estalos que, según el acta notarial de 1668, sumaban 138 asientos; la actual presentación comprende 126 a los que cabe sumar los tres ubicados en el presbiterio. Al parecer, esta merma remonta a 1718, cuando, acabado el nuevo templo, se acomodó la sillería renacentista en el penúltimo tramo de la nave central de la basílica, si bien su actual disposición data de 1940. En los almacenes del templo se custodian restos procedentes de los estalos descartados en 1718, entre ellos varios paneles figurativos.

Los respaldos de la sillería alta

El elemento devocional más notable de la sillería pilarista corresponde a los respaldos altos del orden superior. El programa gira en torno a los tres escaños de la silla prioral, en cuyo asiento central se superponen la Venida de la Virgen y Nuestra Señora del Pilar y los Varones apostólicos flanqueados por la Virgen despidiéndose de Santiago y el Bautizo de los Varones apostólicos sobre los laterales.Aunque predominan los asuntos de la vida de Cristo y de su madre, los más sobresalientes desde una perspectiva iconográfica son los referidos a la Iglesia zaragozana, entre los que figura alguno verdaderamente excepcional, caso del que muestra a Santa Engracia adorando el Pilar, probablemente en compañía de sus dieciocho compañeros de martirio, no expuesto.

En los tres sitiales presidenciales (en primer plano, en el centro), la Venida de la Virgen del Pilar
En los tres sitiales presidenciales (en primer plano, en el centro), la Venida de la Virgen del Pilar
CARLOS MONCÍN

Llama la atención la representación del Martirio de los Innumerables mártires, en uno de los escaños reubicados en el presbiterio. La acción se desarrolla ante un templete circular de dos pisos que reproduce el monumento de la Cruz del Coso, erigido en el año 1534 por Gil Morlanes el Joven a instancias del concejo zaragozano. Este detalle arquitectónico permite conocer el aspecto de un edificio fundamental de la ciudad, ya desaparecido y que se había levantado apenas diez años antes; y, además, ayuda a valorar la recepción entre los artistas del nuevo lenguaje de inspiración clásica, pues la Cruz del Coso ofrece un curioso trasunto del tempietto bramantesco de San Pietro in Montorio, edificado en Roma a instancias de los Reyes Católicos sobre el lugar en el que una errónea tradición situaba la crucifixión de San Pedro.

El coro de la basílica del Pilar de Zaragoza, en fotos
El coro de la basílica del Pilar de Zaragoza, en fotos
Archivo Heraldo

El conjunto guarda gran relación con los de las catedrales de Ávila (1536-1546) y de Pamplona (1536-1541). Esteban de Obray, que participó en los trabajos del coro zaragozano, dirigió personalmente los de la sillería pamplonesa | Javier Pardos

Las historias marianas y cristológicas permiten seguir las novedades de corte rafaelesco que Tomás Peliguet introdujo en el arte aragonés y, de hecho, pueden compararse con otras versiones muy próximas de los mismos temas debidas a sus pinceles en los retablos mayores de San Miguel de Fuentes de Ebro y San Pedro de Alagón, o en las que pintó con ayuda de sus discípulos en la predela del retablo titular de San Pedro de Zuera, obras todas de cronología próxima.

La escultura ornamental

El otro capítulo reseñable del coro pilarista es el de la excepcional riqueza de su escultura decorativa, de efecto apabullante. Está presente en el guardapolvo y en la crestería que sirven de remate al orden superior y aparece también en forma de frisos tanto en los respaldos altos del nivel superior como sobre los apoyabrazos de los dos inferiores. Una mayor complejidad revisten los ornatos sinuosos que cubren los paneles de separación de los estalos, de belleza comparable a las imaginativas taraceas de boj con composiciones grotescas de los respaldos bajos.Tampoco deben olvidarse las paciencias o misericordias, en las que los artistas demuestran una singular fecundidad creativa. No se puede sintetizar aquí este programa casi inagotable. Algunos destellos bastarán para hacerse idea de la cantidad y variedad de registros iconográficos que coinciden en una obra que en España apenas admite parangón.

Entre los motivos que adquieren un protagonismo especial pueden citarse los medallones vegetales con bustos a modo de imagines clipeatae de la parte interior del guardapolvo, que incorporan centauros, grifos y seres de diverso carácter en las esquinas para adaptarse al formato rectangular de los paneles. Asimismo las bellas e imaginativas arquitecturas fantásticas que forman las cresterías del remate y que tampoco faltan en los frisos de los respaldos altos del orden superior y en varias escenas figurativas.

Bajo el tablero de la Matanza de los inocentes se insertó un bello friso alegórico que representa la actividad del escultor, instalado tras un banco en forma de gran tablero sobre el que se apoya la figura en la que trabaja mientras los personajes de la izquierda tañen instrumentos, proporcionándole acompañamiento musical, y los de la derecha le ofrecen bebida. Es probable que éste supusiera una alusión más o menos velada a la naturaleza liberal o intelectual de su oficio, avanzando un debate de plena actualidad en la Italia del Renacimiento. No debe olvidarse que uno de ellos, Juan de Moreto, procedía de Florencia y dejó su firma en varias taraceas, en lo que constituye un gesto inusual en el arte aragonés de la época. También resulta llamativa la reiterada presencia en los frisos de nuestro coro de carros conducidos por figuraciones reales niños y caballos o seres fantásticos grifos y tritones, en los que domina un evidente tono lúdico y festivo. Se trata de un motivo muy caro a la cultura humanista del Renacimiento, asociado con el tema del triunfo, que puede interpretarse asimismo en clave moral y se había usado ya en el coro de la catedral de Pamplona.

No faltan las citas a la mitología, como las imágenes de Hércules desquijarando al león de Nemea y luchando con Anteo, de las enjutas del tablero que representa al Ecce Homo o la ninfa Galatea en compañía de Neptuno, asociado al relieve que representa la creación de Eva. El coro del Pilar se convirtió muy pronto en repertorio y fuente de inspiración para otros artistas y, de hecho, este mismo motivo lo reproduciría entre 1558 y 1560 Juan Sanz de Tudelilla en uno de los frisos de yeso del entablamento del trascoro de la Seo de Zaragoza.

El coro de la basílica del Pilar de Zaragoza, en fotos
El coro de la basílica del Pilar de Zaragoza
Archivo Heraldo

La convivencia del complejo y ambicioso programa sacro desplegado en los paneles del orden superior el más vasto del arte aragonés del Quinientos con un extenso y multiforme repertorio de motivos profanos que incluye temas mitológicos es una característica del Primer Renacimiento, que encontró en las sillerías de coro un marco idóneo para su desarrollo, haciendo posible la creación de conjuntos de excepcional riqueza figurativa. Todo ello entró en crisis en la segunda mitad del siglo, a raíz de la difusión de la nueva estrategia religiosa elaborada en el Concilio de Trento, menos tolerante con las veleidades de corte humanista y mucho más preocupada por la transmisión de un mensaje religioso coherente y sin fisuras. En este sentido, el coro de Nuestra Señora del Pilar representa la manera de pensar de una época menos obsesionada por la ortodoxia y que auspició creaciones de extraordinaria originalidad.

(Artículo publicado en el libro "El Pilar desconocido" de HERALDO DE ARAGÓN por Jesús Criado Mainar, profesor de la Universidad de Zaragoza).

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