Fiestas sin fiesta
Como zaragozana y como madre, la fórmula de un espacio como el Parking Norte, una especie de pilón para beber alcohol adobado con música comercial, me pone los pelos de punta y me provoca todo el rechazo del mundo. Dicho lo cual, son miles de personas las que acuden puntualmente a ese recinto y las que confían en esa oferta para disfrutar tal y como les gusta las Fiestas del Pilar. Así que ahí, el equipo de gobierno del Ayuntamiento de Zaragoza se ha cubierto de gloria, y ha conseguido quedar en la memoria de los zaragozanos como quienes se cargaron una de las ideas más exitosas de las fiestas, quizá la más popular después de la Ofrenda. A consecuencia de esto, la ciudad está en alerta, tratando de adivinar dónde irán a parar las miles de almas que noche tras noche encontraban cobijo en las carpas del Actur. En Valdespartera tiemblan ante la que se les viene encima, y los espacios habituales para el botellón, como Ranillas, corren el peligro de colapsarse. Y luego están los peñistas, sumidos en un cisma interno y sin un abrigo nocturno claro. El prólogo de las fiestas no resulta alentador aunque sea feminista.