Por
  • José Luis Melero

Buñuel y la osa Nicolasa

La osa Nicolasa y el oso Juan han merecido del Ayuntamiento de Zaragoza lo que no se le concede a Luis Buñuel.
La osa Nicolasa y el oso Juan han merecido del Ayuntamiento de Zaragoza lo que no se le concede a Luis Buñuel.
F. P.

Las mejores ciudades, las ciudades más importantes, son aquellas que cuidan de su presente… y de su pasado. Recordar cómo fueron esas ciudades a lo largo del tiempo y quiénes fueron sus habitantes más destacados, las dota de una carga histórica que las realza y distingue. Cuando uno va a Madrid, Sevilla, Roma o París, se cansa de ver placas por calles y plazas que recuerdan a sus más célebres moradores, y a todos nos gusta -y muchas veces nos emociona- saber que estamos justo delante de donde vivieron Cervantes, Galdós o Juan Ramón Jiménez, Luis Cernuda, James Joyce o Julio Cortázar. A veces, esas placas están cogidas por los pelos, como la romana que recuerda que Joyce vivió en esa casa entre agosto y diciembre de 1906, o la madrileña que nos informa de que «En una pensión de esta casa vivió el joven escritor Benito Pérez Galdós entre 1862 y 1863 durante sus primeros meses en Madrid». Pero todo es bueno para el convento, y todo vale con tal de vender a quienes nos visitan que en nuestra ciudad han vivido célebres escritores o creadores y que, cuando lean esas placas, están paseando por donde lo hizo la ‘crème de la crème’. El poner esas lápidas apenas cuesta nada (sólo hay que tener la voluntad política de hacerlo) y enriquece sobremanera la tradición cultural de la ciudad.

Pues bien, cuando yo estuve en el Consejo de Administración de la Sociedad Municipal ‘Zaragoza Cultural’ hice formalmente esta propuesta para nuestra ciudad. Uno, ya saben, es Hijo Predilecto de Zaragoza, y se cree en la obligación y con la responsabilidad de dar a ésta amparo y cariño permanentes. La idea fue aprobada por unanimidad del Consejo y se decidió crear una comisión de expertos (compuesta por profesores de la Universidad) para elaborar una lista de personajes ilustres (aragoneses o no) que hubieran residido en la ciudad. En aquel momento, yo nombré, a modo de ejemplo y sólo para que se viera por dónde podían ir los tiros, a Luis Buñuel, Clarín (que fue catedrático en Zaragoza y vivió en nuestra ciudad entre septiembre de 1882 y junio de 1883), Juan Eduardo Cirlot, Pilar Bayona, Amparo Poch (a ésta se la han puesto recientemente y bienvenida sea, aunque al parecer sólo por el «compromiso municipal por poner en valor los méritos de las mujeres que han sido referentes en la ruptura de los roles de género», lo que quiere decir que si no llega a ser mujer y feminista se queda sin placa), Tomás Seral y Casas, Federico Comps Sellés (el gran dibujante zaragozano fusilado en 1936, con 21 años), Rosa Mª Aranda, Juan José Luis González Bernal, Fermín Aguayo, Ana Mª Navales, Santiago Lagunas, Ramón Martín Durbán… No hablé de Goya, de Ramón y Cajal ni de Einstein, pues éstos ya tienen sus correspondientes placas en la plaza San Miguel, en la calle Méndez Núñez y en el Paraninfo, y porque tal vez, dada su enorme dimensión internacional, habría que tratarlos de forma diferenciada.

Pero nada de lo aprobado en ese Consejo se ha hecho hasta ahora. Es verdad que un técnico cultural del Ayuntamiento me llamó algunas veces para dar forma a la propuesta, pero el día que íbamos a reunirnos me avisó de que aquello se posponía, sin explicarme el porqué. Cosas de la política, que yo nunca alcanzo a comprender. Por eso, mi sorpresa fue grande cuando supe que todos esos grandes personajes están, para los munícipes zaragozanos que se encargan de estos asuntos, a la zaga de la osa Nicolasa y del oso Juan, a los que acaban de dedicar una hermosa placa o memorial en el parque Bruil. A mí me parece muy bien recordar a esa pareja de osos que sufrió maltratos y vejaciones intolerables. Uno adora a los animales, ha tenido perro en casa quince años, lloró lo indecible cuando murió y es de los que piensan que el que no respeta a los animales difícilmente respetará a las personas. Todo mi apoyo, por tanto, a la iniciativa. Pero, hombre, ponerle una placa a la osa Nicolasa y no ponérsela a Buñuel o a Clarín roza el esperpento. O responde a lo que sería peor y no quiero ni pensar: a creer que la osa nos da votos de los animalistas y de cualquier hombre o mujer de buen corazón, y que Clarín, Cirlot, Bayona y compañía, aunque nos aporten mucho pedigrí cultural, no nos dan ni un voto ni medio. Porque si se pensara en eso no se estaría pensando en el bien de la ciudad o, lo que es lo mismo, en el bien de todos. La osa Nicolasa, sí, pero Buñuel también. Y mejor antes.

José Luis Melero es académico de la Real de San Luis