El pasado 1 de junio, en el pleno municipal, se vivió un momento insólito. El alcalde de Zaragoza, Pedro Santisteve, interrumpió la sesión para anunciar que había prosperado la moción de censura y que Pedro Sánchez era nuevo presidente del Gobierno. De forma concertada, y ante el pasmo de los ediles socialistas que estaban en el salón de plenos y a los que no se les había avisado, todos los concejales de ZEC se pusieron en pie y rompieron a aplaudir.

El gesto era una forma de saludar los pactos de izquierdas, pero también el enésimo gesto de desprecio al PSOE local, con el que las relaciones estaban (y están) completamente rotas. Santisteve, siempre dispuesto a entrometerse en las cuitas internas de los socialistas, ha dedicado gran parte de la corporación a buscar –con un éxito nulo– interlocutores alternativos al portavoz municipal, Carlos Pérez Anadón. Y la llegada de Sánchez, primero a la secretaría general y después a la presidencia del Gobierno, fue vista como una oportunidad.

Pero en dos meses se ha pasado de los aplausos al silencio. En el gobierno municipal no se ha hecho ni siquiera una valoración de compromiso sobre el recurso a la ley de capitalidad por parte del Ejecutivo de Sánchez, que ZEC no esperaba y que coloca a Santisteve en los márgenes del principio de realidad. Además, queda en evidencia su falta de conexión con el PSOE, no solo con el de Sánchez, sino también con el de Lambán, con el que las relaciones están muy deterioradas.

La impugnación, y la más que probable suspensión del artículo 14 de la ley de capitalidad, ahonda en el aislamiento en el que Santisteve se ha instalado desde que es alcalde. Y le coloca ante la tesitura de tomar la iniciativa para encontrar una salida al embrollo de las sociedades municipales frente a una oposición que no solo tiene la mayoría de los escaños, sino que le está arrebatando el relato del diálogo y la participación democrática.